Signos: no por exigencia sino en libertad y amor

lunes, 15 de febrero de 2021
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15/02/2021 – En Mc 8, 11_13 Jesús ante la exigencia de algunos de que les muestre signos, Él les dice que no es posible y que no les dará ningún signo. No hay libertad en ese vínculo, y el Señor nos quiere caminando en libertad y madurez. Si en libertad nos vinculamos con Dios, desde el amor, Él nos llena de señales y si estamos atentos nos va mostrando por dónde.

En aquel tiempo, se acercaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con la intención de tenderle una trampa.  Jesús, suspirando profundamente, dijo:  “¿Por qué pide esta generación una señal?.  Les aseguro que a esta generación no se le dará ninguna señal”. Y dejándolos, volvió a embarcarse y se dirigió a la otra orilla”.

Marcos 8, 11 – 13

Catequesis completa

La obediencia de la fe

Esta generación, dice Jesús, pide un signo y no se le dará ningún signo, en realidad habría que traducir esta generación exige un signo y no es por el camino de la imposición que se establece el vínculo de comunión con la persona de Jesús, por eso no se puede dar ningún signo bajo este modo de relación de exigencia. Así como tampoco El señor exige el vínculo con El, siempre es el ámbito de la libertad, donde se plantea la relación. No es por el camino de la imposición, el evangelio por donde uno lo mire es propuesto y en esa proposición evangélica de buena noticia, puede uno desde la fe entrar en la dimensión de las exigencias que supone esta relación. El punto de partida no es la imposición.

Es un camino de fe, en libertad. La fe nace de un corazón obediente, obedecer es someterse libremente. Esto que pareciera una contradicción y que uno a lo largo del camino de fe descubre que no lo es, el hecho de someterse en libertad a la palabra escuchada, porque la verdad está garantizada por Dios, la verdad con mayúsculas, la verdad misma. De esta obediencia Abraham es el modelo que nos propone la sagrada escritura y María la realización mas perfecta.

En la Carta a los Hebreos en el gran elogio de la fe de los antepasados, se insiste particularmente en la fe de Abraham. En Hebreos 11, 8 confrontándolo con Génesis 12, 1-4, se dice por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que habría de recibir en herencia y salió sin saber a donde iba. Salió confiando en que Dios lo llevaba y en todo caso en el andar los signos fueron confirmando el peregrinar de Abraham en la fe.

Por la fe vivió como extranjero y como peregrino en la tierra prometida, por la fe a Sara se le otorgo el concebir el hijo de la promesa, por la fe finalmente Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio, dice Hebreos 11, 17.

Abraham realiza así la definición de la fe, dada por la carta a los Hebreos, dice así la carta a los Hebreos en 11,1 “La fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Creyó Abraham, dice Romanos 4,3. Creyó en Dios y le fue reputado esto como justicia.

Gracias a esta fe de Abraham, fe poderosa, Abraham vino a ser el padre de todos los creyentes, tal cual como lo dice Romanos 4,11, haciendo referencia a aquel texto de la promesa a Abraham, en descendencia te daré mas hijos que las estrellas del cielo.

A él que era un hombre que no podía acceder a la paternidad. El antiguo testamento es rico en testimonios a cerca de esta fe.

La Carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos por la cual fueron alabados, sin embargo Dios tenía dispuesto algo mejor, la gracia de creer en su hijo Jesús, el que inicia, dice Hebreos 11,40 12,2 y el que consuma el corazón creyente que adhiere a la fe.

Nosotros mientras peregrinamos desde nuestra perspectiva creyente pedimos esta fe, la fe de Abraham. ¿Has experimentado la fe de Abraham, cuándo, cómo? ¿Te viste saliendo de tu propia tierra y yendo a un lugar que se te prometía como herencia?.

¿Cuándo tuviste que dejar tus seguridades, para aferrarte al que es tu roca, al Señor que es tu refugio y tu fortaleza? ¿Cuándo fuiste invitado a dejar tu seguridad, tu territorio, el ámbito en el que te movías como pez en el agua y de repente comenzaste a caminar sin saber a dónde ibas, pero con la plena conciencia de que era Dios quién te conducía?.

Hacer memoria de tu fe es fortalecer nuestro corazón creyente.

María, dichosa la que ha creído

La virgen realiza de la manera mas perfecta este camino de obediencia en la fe al modo de Abraham, en la fe María recibió el anuncio y la promesa que le traía el Ángel Gabriel, creyendo que nada era imposible para Dios y dando su asentimiento.

Como lo dice María, “he aquí la esclava del Señor, háganse en mi según tu palabra”.

Isabel la saludo diciendo o reconociendo en María esta fe en ella, dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que fueron dichas de parte del Señor.

Por esta fe, todas las generaciones, la van a proclamar bienaventurada, lo reza y lo canta ella en el magníficat. Durante toda su vida y hasta en su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló.

María no cesó de creer en el cumplimiento de la palabra de Dios, por todo eso la iglesia venera en María la realización mas pura, mas perfecta de la fe.

La fe orante de María, la pone junto a los discípulos en Emaús y a perseverar sin desfallecer, clamando con ellos por la venida del prometido, el Espíritu Santo.

Es una fe orante, creyente, orante en la espera, una fe abandonada, una fe que sabe que en la obediencia a la palabra está la fecundidad de la vida, por eso en el momento de las bodas de Caná, ante la infecundidad de la ausencia de vino, signo de gozo y alegría, María lo que hace es ponernos en contacto con la palabra, “hagan lo que Él les diga”. Es decir invita a esta obediencia de asentimiento en lo que Dios nos tiene preparado para el camino.

La fe de María es fe de Abraham, llevada a su plenitud. María en ese sentido es no solamente dichosa por haber creído, sino también es modelo de todo creyente. En María nos confiamos para el crecimiento y el desarrollo de nuestra fe.

 

La confianza puesta en Dios

En Segunda de Timoteo 1,12, San Pablo dice: “yo se en quién he puesto mi confianza, por eso soporto esta prueba, pero no me avergüenzo, porque se en quién he puesto mi confianza y estoy convencido de que El es capaz de conservar mi fe hasta aquel día. El bien que me ha encomendado El Señor, El lo sostendrá”.

Esto es la fe, la fe es ante todo una adhesión personal, nuestra a Dios y al mismo tiempo inseparablemente es asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado, pero no como quién se ideologiza a partir de un vínculo doctrinario con una verdad fría de entelequias que revelan un camino que racionalmente se hace comprensible.

La fe es mucho mas que eso, es adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, que es su propia persona.

La fe cristiana difiere de una fe humana, porque es el mismo Dios que la revela y es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice.

Sería vano y errado poner una fe semejante en cualquiera de nosotros, pero en Dios, con toda confianza.

Para el cristiano creer en Dios, es inseparablemente creer en aquel que el mismo Padre ha enviado, su hijo amado, en quién ha puesto toda su complacencia, este es mi hijo muy querido, dice el texto de Marcos 1,11 cuando aparece el bautismo de Jesús, “este es mi hijo muy amado en quién he puesto mi confianza”, es Jesús, el Señor mismo dice a sus discípulos, “crean en Dios, pero crean también en mi” en Juan 14,1

Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el verbo hecho carne. A Dios nadie le ha visto jamás, en todo caso el hijo único de Dios que está en el seno del Padre, El lo ha contado, porque ha visto al Padre. El es el único en conocerlo, capaz en conocerlo y poderlo revelar.

La fe de Abraham es una fe en Cristo, es la fe de María

Por eso cuando hablamos de una fe capaz de salir de si mismo, dejar la propia tierra, lanzarse hacia lo que Dios invita a recorrer como camino, supone un contacto personal con Jesús, quién nos hace sentir su voz y en el obedecer interior, hacia delante va confirmando, en nuestro andar creyente, por signos lo que El ha venido a invitarnos a transitar y a caminar.

Es distinto, esa perspectiva a aquella otra que plantean hoy los fariseos, danos un signo para que caminemos, no, caminen y en el andar van a encontrar lo que buscan. Los signos que van a confirmar su peregrinar.

Ese caminar, es un caminar en la oscuridad, la fe es clara y oscura. Es clara porque ciertamente, no hay duda que es Dios quién pide aquello que sentimos en el corazón, que nos deja paz, alegría, gozo y esperanza y porque corresponde a un camino que tiene posibilidad de ser razonable, dentro de la locura que siempre supone desprenderse en el camino de la fe.

Pero ese andar y peregrinar en la oscuridad, hacia delante, desde la claridad que da la certeza de Dios, Dios no lo abandona a nuestra propia suerte, sino que lo confirma, en signos sensibles y sencillos. El mismo Jesús va a decir a los discípulos, cuando los manda a predicar, que algunos signos van a acompañar la predicación de ellos, expulsarán demonios y entre otras cosas anunciarán la buena noticia. Le picará la serpiente y no le hará ningún daño, van bajo esa significación de poder de Dios, actúan a través de ellos.

Caminar en la fe, prudentemente y osadamente

Osadamente, porque no hay que guardarse nada en el camino de la fe y prudentemente, porque en el andar uno debe esperar la confirmación de la fe.

En la oscuridad, la confirmación en signos, de que lo elegido corresponde a lo que Dios nos ha pedido, mientras tanto, caminar y esperar la claridad, que a veces se hace esperar de mas, según nosotros, pero no según Dios y los tiempos en los que El hace madurar el corazón creyente.

Creer en Dios, creer en Jesucristo, creer en el Espíritu Santo. No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su espíritu, es el espíritu Santo quién revela a los hombres quién es Jesús, porque nadie puede decir Jesús en el Señor, sino bajo la acción del Espíritu Santo, dice Pablo en Primera de Corintios 12,3

El Espíritu santo todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el espíritu de Dios.

Es en el espíritu Santo que nuestra fe de Abraham en Cristo se abra a las promesas de Dios y por eso debemos invocarlo constantemente, Él es el que nos habita en la interioridad y desde adentro del corazón, nos mueve a adherir a la persona de Jesús, como aquel que es el centro y la razón de ser de nuestra vida.