“Sígueme” …. él se levantó y lo siguió.

viernes, 5 de julio de 2013
image_pdfimage_print

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió.  Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: "Yo quiero misericordia y no sacrificios". Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Mt 9, 9-13

 

Mateo es  un hombre que el pueblo detesta: es recaudador de impuestos. Jesús no duda en elegir a alguien cuya situación social es despreciada… La reputación de los "publicanos" era también y ante todo de que se enriquecían en gran parte, a cuenta de los pobres: ¡solían ser ricos! A los pescadores ya llamados en la orilla del lago (Mateo, 4, 18-22) Jesús añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza: ¡es algo raro el equipo que Jesús está constituyendo allí!

La tradición atribuye a este Mateo la redacción de este evangelio. El hombre se levantó y lo siguió. Fue instantáneamente, según parece.

Se comporta exactamente como Jesús había dicho, sin demora, dejándolo todo. (Mt 8, 19-22). ¡Es realmente un riesgo para un rico! Pero, para "seguir" a Jesús, siempre hay que correr algún riesgo.  Seguramente que si miramos nuestra vida y la examinamos, si la leemos a la luz de la Palabra, iremos viendo y descubriendo lo que en ella, la vida, mi vida,  más me retiene para seguir mejor a Cristo. Estando Jesús a la mesa en casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con El y sus discípulos.

Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: "¿Por qué el maestro de ustedes come con publicanos y pecadores?" Mateo ha festejado pues su vocación ofreciendo un banquete: al que, evidentemente, asisten también sus colegas, toda una pandilla de "sucios publicanos", y de "gentes-no-bien"… Se come, se bebe, se canta. ¡Qué escándalo!

Jesús lo oyó y dijo: "No necesitan médico los sanos, sino enfermos." Jesús cita aquí un proverbio. Hay que contemplar detenidamente lo que esta frase nos revela de la persona y del corazón de Jesús…

Todos somos pecadores. Ahora bien, ¡Jesús dice que para eso ha venido! No sólo no le repele el pecado, sino que se siente atraído por nuestras miserias.

Uno se pregunta cómo Dios puede estar presente en ciertos ambientes especialmente malos o perversos, en ciertas situaciones de injusticia. Dios se encuentra allí… para salvar, para curar. Todo el evangelio, cuando se trata de Dios, nos urge a que sepamos sobrepasar la noción de Justicia y a descubrir la Misericordia infinita de Dios por los pecadores.

"Misericordia quiero, no sacrificios".  No he venido a llamar a los "Justos" sino a los "Pecadores". Las comidas de Jesús con los pecadores nos recuerdan que hoy también la Eucaristía se ofrece "en remisión de los pecados". La revalorización de los elementos penitenciales de la misa continúa una tradición que viene directamente de Jesús.

Acercarse a ti, Señor, yo no soy digno.  No, la Eucaristía no es ante todo la recompensa a las almas puras, es también una comida de Jesús con los pecadores. Y esto de ningún modo rebaja el valor penitencial profundo del sacramento de la Penitencia propiamente dicho. Pero no se es nunca digno de recibir a Jesús.

Señor, sálvanos, le decimos hoy confiados, que tu Cuerpo nos sane y nos purifique. Por tu Cuerpo y por tu Sangre sanados… Señor. Sana el corazón del hombre de hoy.

No se trata, ciertamente, de menosprecio hacia Dios. Pero es necesario primordialmente creer en su misericordia, creer lo que Jesús ha dicho y ha hecho.

Hoy la consigna, te la planteo en dos partes, una, es poder pensar, recordar ¿cuándo y de qué modo experimentaste el llamado de Jesús a ser su discípulo?, pero también te invito a preguntarte, ¿Somos nosotros buenos discípulos de Jesús en esta actitud de tolerancia y de confianza con los demás?¿Acojo, recibo en mi corazón a los alejados y a los pecadores, o los juzgo por su fama, por las apariencias?

 

Misericordia quiero y no tanto culto

Este es un "relato de controversia" entre Jesús y los fariseos en el marco de la vocación de Mateo. El relato describe un encuentro casual con un hombre llamado Mateo que tiene como profesión ser recaudador de impuestos o tasas.

El hecho de hallarse sentado en el despacho de impuestos, indica que es un empleado subalterno. Los recaudadores subalternos eran frecuentemente judíos y en Galilea estaban al servicio de la administración romana, su nacionalidad judía los hacía doblemente odiosos a sus compatriotas, quienes los consideraban instrumentos de dominación de los romanos y vende patrias por traicionar a su pueblo colaborando con el poder del emperador.

La profesión de recaudador era considerada deshonesta, pues sus agentes aparecían ávidos de dinero, interesados y explotadores, renegados religiosa y políticamente. No se cuidaban ni poco ni mucho de la ley religiosa y, por otra parte, tenían trato frecuente con paganos, considerados pecadores e impuros.

Por todo eso, los observantes de la ley los tachaban de pecadores; como a los paganos, los creían rechazados por Dios y los relegaban con sus familias, tratándolos de impuros.

Jesús invita a Mateo a que lo siga y de esta manera abre una nueva brecha en la discriminación religiosa y social, invitando a su grupo a un hombre de pésima reputación, a un indeseable excluido de la sociedad y del amor de Dios.

Mateo es el prototipo de los pecadores o impuros que están fuera de Israel, y sin embargo es llamado por Jesús para que haga parte del reino de Dios. Con su llamado empieza la puesta en marcha del mensaje de la universalidad del Reino.

Mateo se levantó y le siguió dejando su profesión, es decir, asumiendo la nueva condición de vida que le propone Jesús. Con su gesto, Mateo cumple la condición para el seguimiento, la ruptura con el pasado, manifiesta en la adhesión a Jesús que lo libera del pecado y le da la posibilidad de comenzar una nueva vida.

En los vv. 10-13 se narra la hospitalidad de Mateo y su invitación a Jesús a una comida de despedida con amigos "publicanos" y "pecadores". Sabemos que el Judaísmo farisaico evitaba el contacto con gentiles y judíos que no observaran la ley; estos eran los rechazados sociales de la comunidad y ningún rabino consentiría en juntarse con ellos.

Los fariseos, al ver como Jesús se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, se sorprendieron de tal manera que no pudieron ocultar su hostilidad, lo cual provoca una respuesta tajante de Jesús. "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal". Jesús pone, por encima del culto y de la mera observancia de una forma externa de vida, las relaciones humanas.

El texto expresa la compasión de Jesús hacia los pecadores, pero al mismo tiempo se enfrenta y ataca la justicia autosuficiente de los fariseos. Por tanto, los que no se reconocen enfermos no llaman al médico ni lo reciben; no tienen curación posible. Nadie puede acercarse a Jesús, a menos que se confiese pecador. Jesús es el médico; si cura al enfermo, al paralítico, es para simbolizar que también sana la enfermedad del pecado.

El episodio simbólico del paralítico, en el que se ofrece la sal­vación a todo hombre sin distinción, se concreta en la llamada de Mateo, el recaudador. Su profesión, por su reconocida codicia y el abuso que hacían de la gente, lo asimilaba a «los pecadores» o «des­creídos» y lo excluía de la comunidad de Israel.

Mateo está «senta­do», instalado en su oficio (el mostrador de los impuestos). Jesús lo invita con una palabra: «Sígueme». Mateo «se levanta», y sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe / adhesión. Según lo dicho por Jesús al paralítico, su pasado pecador queda borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión (se levan­tó); como el paralítico, comienza una vida nueva.

Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos.

La solemnidad de la fórmula inicial (lit. «y sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa») aconseja referir la frase a Jesús mejor que a Mateo. Por otra parte, esta casa (en griego, oikía) designa varias veces la de Jesús y sus discípulos (9,28; 13,1.36; 17,25).

Puede ser, como en Marcos, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa -postura propia de los hombres libres- Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recau­dadores y pecadores y se reclinan con ellos.

La comida-banquete es figura del reino de Dios. La escena significa, por tanto, que también los excluidos de Israel van a participar de él. La lla­mada de Mateo ha abierto a «los pecadores» o impíos la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico.

La «llegada» de los «recaudadores y pecadores» para estar a la mesa con Jesús y los discípulos en el acto de perfecta amistad y comunión, indica que también ellos han dado su adhesión a Jesús y consti­tuyen un nuevo grupo de discípulos. Su fe / adhesión ha cancelado su pasado, son hombres que van a comenzar una nueva vida. No es condición para el reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la Ley judía. Basta la adhesión a Jesús.

Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: ¿Por qué razón come vuestro maestro con los recau­dadores y descreídos? Jesús lo oyó y dijo: No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal,  vayan mejor a aprender lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”: porque no he venido a invitar justos, sino pecadores. 

 

Oposición de los fariseos

Los que profesaban la obser­vancia estricta de la Ley se guardaban escrupulosamente del trato y del contacto con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro.

Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (cf. 5,23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la Ley, pero condenaban se­veramente a los que no las cumplían.

La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. «Los justos», que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo «llamar / invitar» ha sido usado por Mateo para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de «los pecadores / descreídos». «Pecadores», por tanto, tiene un sen­tido amplio. Son aquellos que no están conformes con la situación en que viven, que desean una salvación. «Los justos», por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos y no quieren salir del estado en que viven.

Las frecuentes controversias que nos relatan los evangelios nacen de un único sentimiento que se concreta en dos tipos de actitud en la actividad de Jesús, conforme a los sujetos a quienes se dirija.

En primer lugar, ellas se originan en la defensa de grupos o personas a quienes se niega la totalidad de los derechos ofrecidos a los demás integrantes del pueblo; en segundo lugar, son un llamado a la conversión de aquellos que pueden ser considerados como la fuente de la negación de esos derechos.

De esa doble actitud participan también las controversias de Cafarnaún (Mt 9) que quieren hacer manifiesto el auténtico rostro de Dios. De allí que podamos definir a toda controversia y, particularmente a éstas, como una reivindicación de la verdadera imagen divina oscurecida por la doctrina y práctica de la dirigencia farisea.

Se pone así de manifiesto la preferencia del Dios de Jesús por todos aquellos que aparecen desfavorecidos en la estructura religiosa de la época: publicanos y pecadores. La cercanía a ellos, el compartir la comida y la vida con los mismos, es la finalidad que se pretende. Por ello, junto a la llamada de israelitas más o menos piadosos, dirige una invitación de seguimiento al publicano Mateo y le da la posibilidad de integrar su vida al designio salvífico dejando su historia pasada de codicia y de pecado.

Pero junto a Mateo, Jesús incorpora en su comunidad salvífica a un grupo de recaudadores de impuestos y de descreídos con el fin de señalar la universalidad de la voluntad divina de salvación. La existencia de los excluidos en la institución religiosa y en toda institución son el termómetro capaz de determinar la mayor o menor adecuación de cada una de esas instituciones con el querer divino.

De allí surge también la condena de Jesús a la dirigencia de toda institución humana que margina, condena que debe entenderse como un llamado de conversión para superar la marginación todavía existente en las relaciones comunitarias.

Dicha condena es también un acto de la misericordia divina que quiere que las discriminaciones creadas por el egoísmo humano y muchas veces atribuidas al querer divino, se transformen en acogida del que ha equivocado su camino pero a quien Dios desea recuperar.

La controversia condena el corazón endurecido de los fariseos que critican la comida de Jesús con publicanos y pecadores, pero es también un acto de misericordia para con ellos porque busca recrear en su interior el corazón vulnerable de Dios frente a toda miseria humana.

Por ello, la auténtica relación religiosa sólo podrá realizarse si ellos son capaces de modelar su corazón conforme a esa preferencia de Dios por los excluidos de dentro y de fuera del pueblo.

Jesús invita a Mateo a que lo siga y de esta manera abre una nueva brecha en la discriminación religiosa y social, invitando a su grupo a un hombre de pésima reputación, a un indeseable excluido de la sociedad y del amor de Dios.

Mateo es el prototipo de los pecadores o impuros que están fuera de Israel, y sin embargo es llamado por Jesús para que haga parte del Reino de Dios. Con su llamado, empieza la puesta en marcha del mensaje de la universalidad del Reino.

Mateo se levantó y le siguió dejando su profesión, es decir, asumiendo la nueva condición de vida que le propone Jesús. Con su gesto, Mateo cumple la condición para el seguimiento: la ruptura con el pasado, manifiesta en la adhesión a Jesús que lo libera del pecado y le da la posibilidad de comenzar una nueva vida. 

La vocación suscita un seguimiento. Mateo y muchos publicanos y pecadores siguen a Jesús. Este es un gesto que supera las expectativas normales del judaísmo.

Precisamente en las fronteras de la marginación religiosa, allí donde malviven aquellos que a los ojos de este mundo son perversos, ha ofrecido Jesús su palabra de vida, haciendo posible un modo nuevo de discipulado y seguimiento. 

En el camino de la vocación de Mateo nos encontramos con varios elementos. El punto central es la llamada de Jesús que toma la iniciativa y de esa forma convoca a los que quiere. En un segundo momento nos encontramos con su perdón transformador: la vieja ley era incapaz de cambiar a los hombres; la palabra de Jesús, en cambio, les ofrece dignidad y les hace humanos.

En tercer lugar nos encontramos con la figura del banquete que se convierte en signo principal del Reino. Comer juntos, compartir la mesa es la señal plena del Reino, es el signo de presencia más profunda de Dios entre los hombres.

 

Padre Gabriel Camusso