Simeón lo tomó en sus brazos ¿y vos?

martes, 2 de febrero de 2010
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Esperanza. Pertenencia. Consagración. Vivir la vida en clave de consagración. Dos de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor. Día de consagración, día de ofrecimiento, día de entrega. Día de devolverle al Padre lo que le pertenece.

Nos unimos en esta mañana a nuestra Madre Santísima que va a consagrar su primicia, la primicia que el Padre le ha regalado para que también sea primicia del mundo y para que el mundo también pase a ser primicia de Dios.

Con mucho gozo comenzamos cada jornada como corresponde a los que movidos por la fe, llenos de la Gracia del Espíritu Santo vamos haciendo el camino. Nunca a este camino lo hacemos solos ni solos con nuestra fuerza, no se trata de fuerzas, de capacidades. El llamado a la fe es un llamado para todos. Es algo sobrenatural, no se trata de que yo quiera o no sino que es el Señor el que nos va a sorprender en algún momento con alguna gracia. Puedo yo también rechazar ese llamado a la fe pero no es tan fácil resistirse cuando Dios de un modo tan exclusivo y particular y a la vez tan suave, respetuoso y llamativo, golpea y deja su voz en el corazón del hombre. Es difícil decir un no rotundo a Dios aunque hay quien tiene la desgracia de hacerlo, de decirle no, pero es difícil resistirse a la voz de Dios. El Señor siempre tiene la respuesta más adecuada para cada corazón.

El que se empeña en encontrar su fortaleza en lo exterior se va vaciando cada vez más por dentro y va creando una notable y horrorosa debilidad interior, eso le hará experimentar cada vez más el miedo y la desesperación porque todo se le va terminando, todo se acaba. Al mismo tiempo va creciendo un tremendo rechazo por todo lo que sea límite o dolor y por eso en realidad sufre mucho más por el miedo a la enfermedad o a la dificultad que lo que sufriría en la enfermedad misma, en la misma dificultad. Pero el hombre lleno del Espíritu, que se deja llevar por la existencia con el impulso de vida del Espíritu Santo está cada vez más vivo y así pierde todo temor al desgaste y al paso del tiempo. Cada vez experimenta una seguridad mayor, vive cada día más gozo y paz en el Espíritu Santo como lo enseña Pablo en su Carta a los Romanos en el capítulo 14. Por eso, el que ha ido creciendo con el poder del Espíritu Santo, cuando tiene 40 años no aceptaría jamás volver a los 15 o a los 20 porque no desea volver a la inseguridad, a los temores, a la fragilidad interior, a la inestabilidad afectiva de los años jóvenes, prefiere la firme vitalidad que le ha ido dando el Espíritu Santo con el paso de los años y, como dice el Salmo 92 “En la vejez seguirá dando fruto y estará frondoso y lleno de vida”. Cada día que pasa es crecimiento, es adquirir una nueva riqueza que lo hace feliz, por eso ya no le teme al paso del tiempo, al desgaste, al contrario, el tiempo que pasa le va dejando un tesoro y sabe que cada desafío lo hará crecer más todavía en una vida que no se acaba nunca.

Vamos a invocar al Espíritu que nos va dando novedad interiormente, nos va transformando, haciendo bucear, entrar en las profundidades de las cosas, de las relaciones humanas, del espíritu que debe haber en el trabajo, en el servicio, en lo que tenemos que encarar cada día. Estar en lo esencial como María para no perder de vista los detalles de la vida, no quedarnos en las cosas que parecen superfluas y secundarias. El que busca en lo profundo, el que busca, el que escucha, el que quiere vivir en serio, descubrir la vida como un llamado, acepta ese llamado y se deja conducir, el que se anima a confiar en el Espíritu, le invoca y le abre su corazón para que el lo enardezca y lo llene de su fuego, el que va a lo profundo y se anima a ir mar adentro, duc in altum, tirar las redes en lo profundo, animarse a caminar hondo, y entonces poder ordenar todos los detalles de su vida sin necesidades de estar corriendo detrás de las circunstancias.

Hoy es la fiesta de la Presentación del Señor para nosotros, los cristianos católicos. Esta es una vieja tradición entre el pueblo judío que tiene que ver con la elección que el Señor hiciera de su pueblo y con los mensajes con los que el Señor se dirigiera a Moisés de que le consagrara el primogénito de los animales y de cada ser humano. “El primogénito me pertenece”. Hoy quisiera hacer una mirada también sobre nuestra pertenencia al Señor particularmente desde el Bautismo, de nuestra vocación en la elección de vida de cada uno de nosotros, y un llamadito a ver si podemos profundizar un poquito más que en conocimiento en la disposición de cada uno de nosotros. Que a través de esta catequesis podamos también ahondar este sentido, el de vivir mi vida en clave de consagración.

Ven Espíritu Santo,

llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía tu Espíritu Señor para darnos nueva vida y renovarás la faz de la tierra.

Dios, que has iluminado el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo

danos el gustar todo lo recto según el mismo espíritu,

y gozar para siempre de su consuelo.

Te lo pedimos por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

Es la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo. María va a llevar a su hijo al Templo cumpliendo la tradición de su pueblo. Siendo fiel y obediente a las tradiciones y descubriendo en ello la manifiesta voluntad de Dios. Siendo obediente a la voluntad de Dios. Qué lindo hoy mirarla juntos a María, nuestra Madre, con esa claridad, tanta luz que nos deja en tan pocos gestos y presencia suya en el Evangelio y sin embargo tan contundente, tan definitoria, tan orientadora, tan madre en lo poco. La profundidad de la maternidad de María con una presencia tremendamente discreta pero con una presencia constante. Diría el Papa Juan Pablo II, con una presencia transversal, atravesando la historia de la salvación, María está como un nervio motor, dando sabor y sentido y disponiéndonos al proceso de la historia de la salvación a todos los hombres de la historia de todos los tiempos. María.

Hoy vamos a volver a mirar a María no por lo que ella es en sí misma, porque nadie es algo por sí mismo si Dios no le da la gracia, sino para ver y maravillarnos de cómo el Señor, obrando en ella, también nos muestra cuánto quiere obrar en cada uno de nosotros.

Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

Esperanza. El tema de la Esperanza es un tema tan nuestro, tan de hoy, tan necesario; el papa Benedicto nos ha dejado una carta maravillosa hablando de la Esperanza y hay algunos puntos que hay que tener especialmente en cuenta y que tiene que ver con lo que va viviendo cada persona. Hay un lugar donde aprendemos la esperanza, desde ese lugar, desde esa forma, desde ese espacio espiritual, desde ese acontecer en la vida, aprendemos esperanza. Uno de ellos es el dolor, por ejemplo, otro de ellos es la oración. Lugares de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza. No es poca cosa decir esto. La oración es una escuela de esperanza. Vamos a recordar después esto. Yo creo que tenemos que profundizar y concretizar nuestra esperanza. Y saber que el dolor tiene también una misión muy grande en el cultivo de la espera y la vida se debate en la espera. Hemos de aprender a vivir a la luz de la palabra en el día de hoy y descubrirnos llamados a vivir una consagración. Quiero que quede como eje en este día. Le pido al Señor que me asista para ir comprendiendo y compartiendo contigo y que tú también puedas compartirnos a través de los mensajes.

Pertenencia. Lo primero que quería compartir, como nos enseña también el Catecismo de la Iglesia Católica, Moisés había recibido esta palabra del Señor: “Conságrame todo primogénito israelita. El primer parto me pertenece, lo mismo de hombre que de ganado”. Me pertenece, esa palabra, pertenencia, una palabra que va tomando cada vez más resonancia en lo que estamos viviendo en nuestro tiempo, un mondo realmente marcado por una llamativa, notoria y aguda experiencia de orfandad. Es también un mundo propicio para recibir el llamado a la pertenencia. Volver a descubrir un llamado a ser y a pertenecer. Saber que la vocación a la fe es realmente un llamado, una vocación a la pertenencia. No es un llamado a la soledad. Nunca la fe es la soledad, nunca la consagración es la soledad, de ninguna manera. Todo lo contrario. Tantos miran de afuera de la fe y no lo pueden entender. No hay llamado a la fe si no hay en el contenido una propuesta de comunión, de intimidad, de parresía, de familiaridad con Dios y con el hombre, con una nueva mirada, desde un nuevo lugar, con una nueva fuerza, una novedad del don del Espíritu, algo que sólo Dios puede crear en nosotros. Nosotros estamos tan felices de la fe que por eso no callamos esto que vivimos, que experimentamos. La fe es una propuesta para vivir la pertenencia. Por eso nos llega tan linda esta palabra del libro del Éxodo allá por el capítulo 13. El Señor le habló a Moisés y la dijo que le consagrara el primogénito, hombres y animales, ellos le pertenecen.

Que yo quiera pertenecerle a Dios, esa es la elección del Bautismo, es una elección de pertenecerle. Nada que ver con la experiencia de la orfandad de una cultura sin Dios, sin el amor de Dios, sin la escucha de Dios, sin la obediencia a los mandamientos, sin la escucha, sin la vida del Espíritu. Nosotros no podemos ni soñamos pensar un paso de nuestra vida sin la pertenencia al Señor y con la asistencia del Espíritu. El Señor hace que ese don, esa gran capacidad que tenemos de amar, de elegir, de entregar, esas ganas de ser felices, plenos, el Señor nos la pone como anhelo en el corazón, profundamente, como motivo de nuestra esperanza y a la vez el también da respuestas y da una respuesta mucho más allá de lo que nosotros solitos podemos. Así es que el Señor no sólo da el desear sino que satisface nuestra apetencia.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 529, cuando habla de los misterios de la vida oculta del Señor, el principio de su vida, después de haber hablado de cuando el Señor es circuncidado, la huída a Egipto, en fin, todo lo que el Señor fue viviendo, la Iglesia nos va a decir que todo lo que vivió el Señor lo vivió por nosotros y para nosotros. Y en el número 529 lo muestra como el primogénito pertenece al Señor. Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al encuentro de su salvador dice el catecismo, tan simple y tan clarificador. Esta palabra encuentro es una palabra fuerte para nosotros. Dice el catecismo que la tradición bizantina llama así a este acontecimiento: Encuentro de su Salvador. Todo Israel estuvo expectante del Salvador y sólo pudo llegar a este encuentro aquellos que elegidos por el señor fueron también a la vez dóciles en el Espíritu Santo. No basta ser elegido por el Señor, es necesario corresponder con docilidad a la acción del Espíritu. Dos modelos de apertura a la fe y a la novedad del Evangelio. Simeón y Ana, dos profetas, para que comprendamos la profundidad de nuestra pertenencia al Señor y el don que se desarrolla en nosotros. Particularmente a través de la experiencia de Radio María muchos de nosotros sentimos un llamado a vivir esta experiencia, la dimensión profética, animados por el Espíritu del Señor que va dando característica, definición y perfil al radiomariano, alguien que vive la misión desde la dimensión profética. Esto es lo que estamos compartiendo a través de la catequesis y te estoy proponiendo el carisma que tiene Radio María para invitarte a que sientas el llamado que el Señor te hace a través de Radio María y para que comprendas que quizás tienes que hacer un camino en el que debes ahondar una pertenencia al proyecto del Padre a través de esta forma, de Radio María, en la que también animados por el Espíritu intentamos ser fieles a la dimensión profética. Como proclamaba la tradición bizantina, un encuentro con su Salvador. Simeón y Ana, personas mayores, vivían para Dios, y el fruto de esta fidelidad se manifiesta en esta explosión profética, en este encuentro con el Salvador, en el que estos corazones no pueden sino delatar la presencia mesiánica en medio de su mundo. Una nueva luz, una nueva mirada, una nueva propuesta, un llamado claro que el Señor hace a través de débiles y ancianas voces, la de Simeón y la de Ana y que no por débiles y ancianos dejaron de tener vigencia y actualidad, al contrario, en ellos, en su debilidad, y ancianidad, allí está plenamente manifestada la novedad y la jovialidad del evangelio. Dimensión profética, ¡qué lindo!

María va a presentar al niño al templo, siguiendo en obediencia la fidelidad a sus tradiciones. También nosotros nos presentamos al templo y consagramos al Señor a nuestros hijos, por la gracia del Bautismo particularmente y también, cuando crecemos y maduramos en la fe, descubrimos que la vida no está sino para vivir una misión y que esa misión se ejecuta en fidelidad y obediencia a la escucha de un llamado y que Dios siempre va manifestando sus designios a cada ser humano. Y ahí viene un segundo momento importante en la vida del hombre, primero acepto el llamado a la fe y vivo el llamado como respuesta a quien me consagra, me segrega y me da su espíritu. Me unge para ser su profeta, para vivir luego en crecimiento para encontrar una nueva escucha, el llamado a la vocación que el Señor me va a dar en la vida, y ahí viene la respuesta adulta, el deseo de consagrarme a la voluntad de Dios en la misión que me da el Señor. Sea en la vida consagrada, en la vida religiosa, sea en la vida temporal, en la vida de la construcción de la familia, empezando por la consagración matrimonial, para vivir luego una misión temporal, en un llamado a un apostolado, a una forma de vida y a una pertenencia determinada. Qué lindo que las personas siempre contamos con el llamado del Señor y que el Señor no deja de dar su luz salvadora para orientar nuestros pasos. Dios sea bendito a la luz de la expresión de esta Palabra de Dios.

“Mis ojos han visto a tu salvador a quién has presentado a todos los pueblos como Luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Consagración. Vivir la consagración bautismal, vivir la consagración en mi opción de vida. Vivir desde esa raíz el bautismo. Yo creo que todo lo que vivió el Señor lo quiso también vivir para vivirlo en la historia de cada uno de nosotros. Todo lo que nosotros vivimos ya lo vive el Señor, y todo lo que nosotros consagramos lo hacemos con él, y en comunión con él. Vivir la consagración desde el bautismo es lo común que nos une a todos los cristianos, pero hay una oculta manera de pertenencia a vivir en la consagración, muchos no son bautizados, muchos también son bautizados y han entregado su vida a Dios de distintas formas, en vidas religiosas, en comunidades religiosas diferentes. No es que los católicos seamos los dueños de la verdad, de ninguna manera, sería lo más irracional que podríamos proponer. Yo creo que somos servidores de la verdad y solo se vive en la verdad en la medida en que se la acepta con alegría y con humildad, deponiendo nuestras prepotencias y dejándonos conducir por el Espíritu.

Qué bueno sería que hoy todos nosotros recordáramos que pertenecemos a Dios. Hoy le pertenezco a Dios. ¿Qué quiere decir pertenecerle? El tiene derecho sobre mí y que todo lo mío está contemplado en el, y también significa vivir de una manera, en una clave de confianza muy clara, porque el se encarga de mi persona. El se encarga de los pasos que vas a dar, de los problemas que tienes que enfrentar. Una sola cosa te va a pedir el Señor ya que decidiste pertenecerle: que quieras estar dispuesto a obedecerlo, a hacer su voluntad. Hay muchos llamados en la vida de hoy que te rodean. Muchas propuestas, muchos ofrecimientos que te quieren seducir y cautivar el alma, que te quieren llevar a su campo. El Señor te quiere llevar también a la profundidad de tu vida. El Señor quiere también que vivas la pertenencia de tu condición de bautizado y que no temas. Y que no importa la capacidad que tengas, no importa la luz, aunque sea pequeña, tienes que atreverte a encenderla. Como decía la Madre Teresa, nuestra obra es muy pequeña, como una gota de agua en el mar y qué es una gota de agua en el mar, nada, sin embargo sino estuviera esa gota, al mar le faltaría algo importante. No temas encender la luz de tu confianza y de vivir desde esa luz, con un sentido de pertenencia. Soy cristiano, soy de Dios. Hay un viejo canto que cantábamos en mi parroquia cuando era niño y lo cantamos de vuelta en el seminario: Yo soy de Dios. Creo que esta es la realidad, la identidad nuestra, es algo que nos tiene en comunión a todos, que nos pone en el mismo nivel, y que nos pone fraternalmente cara a cara uno frente al otro. La gracia de que todos somos amados, llenados por el Espíritu de Dios, porque un día alguien que eligió la vida para nosotros, nuestros padres y padrinos, dijeron: queremos regalarte, niño, la gracia de que seas ungido, que tengas el Espíritu de Dios y que sientas que sos parte de ese amor inmenso, infinito, que Cristo nos consiguió en la Cruz, y nos bautizaron, y desde ese día somos morada de Dios. Somos partícipes de la naturaleza divina. Somos hijos de Dios. No es cualquier cosa lo nuestro, es algo grande que supera todo lo que nosotros podemos, es algo maravilloso que Dios nos ha regalado sin ningún mérito de nuestra parte. Por eso digo ¡cómo no vivir con alegría nuestra fe, como no vivir en clave de consagración, cómo no querer devolver un poquito de tanto que nos supera y en lo cuál se manifiesta cuánto nos ama Dios! Vivir hoy en clave de consagración sabiendo con claridad que le pertenezco, que el se hace cargo de lo mío y que debo serenar mis pulsiones y disponerme a la escucha, y disponerme a la acción del Espíritu, y que el Padre Dios, desde toda la eternidad, tiene pensadas, elegidas, y creadas por amor, las gracias que son fuerzas divinas con las cuales va a conducir todos los sentimientos, los pasos, y las elecciones de este mi día. Ayer compartí la gracia del sacramento del perdón con algunas religiosas que hoy hacen sus votos temporales y qué lindo ver a esas mujeres jóvenes decirle al Señor que le consagran toda su vida. Imagino cómo habrá sido el corazón de María viviendo su vida con este claro sentido de consagrar lo más importante que tenía en sus manos. Entregarle a Dios todo lo que tenía y sentir a la vez de que no perdía nada de lo que entregaba. Sabía claramente que se apoderaba de aquello que podía entregar. Esa es la sabiduría nuestra. No nos pertenece sino aquello que consagramos.

Somos en Cristo, esa es la maravilla de la consagración. Aprender a hacer de esto un estilo de vida. Vivir la vida como un estilo de consagración. Vivir desde la consagración de mi matrimonio por ejemplo, renovarle cada día al Señor mi elección. Y ese renovarle mi elección es cada vez que me pongo a dialogar, cada vez que tengo que hacer fuerza por perdonar, por aceptar, por tener paciencia, por comprender al otro, por acompañarlo en el mal momento, aceptarlo como es, disponerme, pedirle disculpas, compartir, elegir hacer algo con el otro. Es una manera permanente de vivir esa alianza y renovarse en ese amor. La elección de vida, como consagrado, como religiosa, como sacerdote, como laico en lo temporal, renovar el amor a mi tarea, amar mi trabajo, tenemos cosas tan valiosas en nuestras manos y sin embargo la rutina nos hace olvidar esta decisión de consagrar. La rutina va afeando, ajando la belleza de nuestra libertad, de nuestra entrega, y perdemos capacidad transformadora porque a la vez, lo terrible y trágico de la no consagración, siendo que debiéramos vivir consagrando la vida, elegir no consagrar la vida a Dios implica que imposibilitamos el paso de la gracia, y que Dios no pueda hacer algo con nosotros, el quiere ir todo con nosotros. Así vamos viviendo la experiencia de la consagración.

Dependencia. Hay algunas desgracias que sirven para entender lo definitivo aunque no siempre podamos reaccionar de la misma manera. Gracias a la oyente por recordar que ayer hablábamos de dependencia y a no tener miedo. Dependencia es una mala palabra en la cultura contemporánea, un insulto, sin embargo es lo propio del que ama. Misteriosamente en el plan de Dios la palabra dependencia está relacionada a la palabra obediencia, otra mala palabra para nuestra cultura, sin embargo, es el camino de la realización y de la dignidad humana, aunque suene increíble. Hoy hablamos de pertenencia frente a la experiencia de una cultura de la orfandad. También la soledad como experiencia de vida va marcado la experiencia de muchos que sin la fe no pueden seguir adelante.

Y hoy hablábamos también de esas dos personas importantes, María, consagrando, invitándonos en primer lugar a vivir la obediencia. El sentido de nuestra vida está cuando aprendemos a consagrar. No hay que tener miedo de hipotecar la existencia respondiendo con un sí al llamado que Dios nos hace en la fe. La fe no le frustra la vida a nadie. La fe es para realizar la vida del hombre, pero la realiza Dios con el hombre, con la libertad humana, no sin ella, no es un acto de magia la gracia. Es un acto que involucra la elección de vida, por eso el Señor que nos llama, el Señor que nos vuelve a llamar en la vida cuando a veces de pequeños somos ofrecidos a Dios y le pertenecemos, y luego también espera nuevas respuestas, nuevos avances, de tal modo que vivir nuestra consagración a Dios es para toda la vida y es algo del estilo de vida del cristiano vivir como consagrados.

El Papa Juan Pablo II decía en la Redemptor Hominis que toda la riqueza de Cristo es para todo el hombre y constituye el bien de cada uno, por eso todo el que ha vivido esta experiencia de Cristo de ser ofrecido al Padre porque le pertenece al Padre no es sino una lucecita indicadora de cómo debe ser nuestra vida vivida en clave de consagración. Y en la Carta a los Romanos San Pablo también dice: ninguno vive para sí, si morimos, morimos para el Señor, y si vivimos, vivimos para el Señor. Les decía a los Romanos y nos lo dice hoy también a nosotros. El Señor hizo todo esto en bien nuestro, para que toda la riqueza de Cristo sea para todo hombre y constituya el bien de cada uno de los hombres. La carta a los Hebreos, en el capítulo 7 nos decía: estando siempre vivo para interceder en nuestro favor. La consagración no es sino para vivir un arrastrar, crear una capacidad de paternidad, de crear un clima de pertenencia, y de hacer llegar aquello mismo que percibimos, a otros. Y por eso Jesús está vivo intercediendo en nuestro favor, dice la carta a los Hebreos. Cristo, modelo, nos invita a ser sus discípulos y seguirlo en esta jornada bajo la clave de la consagración.

Quisiera también decir alguna palabra sobre esta dimensión profética que despierta Jesús en Ana, en Simeón y en todos nosotros desde la gracia del Bautismo. Nos hace caminar en el anuncio y en la espera. El que sabe esperar en el Señor porque tiene conciencia de su pertenencia, termina siendo un anunciador de que las razones de la espera se cumplen porque Dios cumple su Palabra.

Y hablando de Ana y Simeón, ya en el final de la catequesis, el papa Benedicto XVI decía: la oración como escuela de la esperanza. Dice que Simeón y Ana permanecían en el templo en oración justamente. Un lugar primero y esencial, decía el Santo Padre, de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha Dios todavía me escucha. Qué concreto y puntual, tan simple, cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme, cuando se trata de una necesidad, de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar, el puede ayudarme. Si me veo obligado a la extrema soledad, el que reza, nunca está solo. De sus trece años de prisión, dice el Papa, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable cardenal Van Thuan, nos ha dejado un precioso opúsculo, oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total la escucha de Dios, el poder hablarle fue para el una fuerza creciente de esperanza que después le permitió ser para todos los hombres en el mundo un testigo de esperanza. Esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad. La oración, un ámbito, lugar esencial desde donde aprender y ejercitar la esperanza. Qué linda luz. Simeón y Ana encontraron al Señor como salvador. Un encuentro con el Salvador también para nosotros hoy que nos transforma en anunciadores proféticos de la presencia del Salvador. La oración es algo esencial en la vida y no debemos dejarla nunca. San Agustín, al hablar de la oración habla de ella como ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser creado por él pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que le entrega, tiene que ser ensanchado. Dios, retardando su don, ensancha el deseo, con el deseo ensancha el alma, y ensanchando el alma la hace capaz de sí. Qué lindo mensaje para los que están en espera, en oración, que quisieran alcanzar cosas que no logran, no se desanimen, profundicen la razón de la oración, profundicen la disponibilidad para con Dios, despójense de lo que desean, busquen a Dios mismo, no teman dedicarle y consagrarle el corazón y el tiempo en la oración al Señor con profundidad, el va a dar mucho más sorpresivamente de lo que nosotros esperamos.

Y el Papa también dice que la esperanza, en sentido cristiano, es siempre esperanza para los demás, por lo tanto es esperanza activa. Así comprendemos entonces este grito profético de Simeón y de Ana, descubriendo al Señor y en el la luz que el mandaba para su pueblo. ¿Cuánta luz habrá reservada para nuestro pueblo, y cuántos anunciadores habrá que se dejen conducir por el Espíritu de Dios para que esa luz no le falte al pueblo argentino y para que la esperanza sea algo activo que nos ponga en comunión y despierte nuevas miradas en tantos hermanos.

Padre Mario Taborda