“Sin línea de meta”

jueves, 17 de enero de 2019
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17/01/2019 – Marla Runyan es una atleta con una severa disminución visual y relata su experiencia en los Juegos Panamericanos en Winnipeg, 1999

 “Corro sin ver más que la pista despejada justo delante de mí. Hay otros pies que mantienen una cadencia constante a mi lado. No sé cuántas corredoras tengo delante o detrás. El grupo de competidoras es un ser multicolor, que jadea y da codazos a mi alrededor, abriéndose paso. El ritmo se acelera y nos acercamos a la meta. Solo entonces el grupo se deshace, espaciándose. Siento la suave curva que indica el inicio de los últimos 200 metros hasta la línea de meta, y el sprint final por la última recta. Ahora estoy compitiendo contra personas individuales, pero, ¿quiénes son? ¿Quién es la que acaba de adelantarme? ¿A quién le estoy sacando delantera? No lo veo. ‘¡Pero qué más da!’, me digo a mí misma. ‘Ver sus caras no me va a facilitar ganarles.’

No veo la línea de meta.  La cruzo. Me inclino hacia delante, jadeando. Siento que alguien, una de mis rivales, me toma de la mano. Andamos por la pista intentando recuperar la respiración, y esperamos a que anuncien el orden de llegada. Yo no puedo ver el tablero eléctrico con los nombres. De repente, por encima de mi respiración agitada, escucho la ovación de la multitud.

¿Quién ha ganado? –pregunto.

Tú –responde ella.

 Soy la primera atleta legalmente ciega que ha participado en los Juegos Olímpicos aunque no gané la final. No veo ni la “E” grande en el tablero del oculista, pero puedo correr. El problema radica en una cuestión de percepción: la gente confunde ‘discapacitado’ con ‘inepto’. Es cierto que tengo una minusvalía, pero no soy incompetente. Tengo cierto ángulo de visión periférica que, si bien es borrosa, es suficiente para competir en una carrera olímpica. Soy capaz de ver los pies de mis rivales y el color de sus uniformes. Veo como se agitan las banderas, pero no distingo a qué países representan.

Lo único que no veo en manera alguna es la línea de meta. Cuando participo en una carrera no siempre sé si he ganado o no. No veo los relojes, ni los contadores de vueltas, ni los marcadores. Lo único que sé es que la línea de meta está al final de la recta. Pero se equivoca quien piense que mi falta de vista perjudica mi ritmo, porque soy una mujer que hace mucho tiempo que se dedica a esto, y he llegado a comprender que no –repito- no existe una línea de meta.

No corro para obtener medallas, aunque ya tengo unas cuantas en mi haber. Para mí, correr supone liberarme de la confusión y de los obstáculos. Correr es verme libre del sedentarismo, del aislamiento, de la inactividad. Correr, para mí, es vivir.