23/03/2018 Compartimos esta experiencia que nos deja una buena lección de vida:
Estábamos mis hijas y yo caminando por la calle, cuando de repente ví a una anciana parada en la orilla de la vereda. Ella nos extendió la mano y dijo algo, que ni siquiera escuché, porque andaba en mis cosas, problemas y preocupaciones.
Sin pensarlo, ni intentar comprender lo que me dijo, automáticamente puse mi mano en el bolsillo y le di unas monedas. Luego seguimos caminando.
Al dar la vuelta a la avenida para ir hacía donde nos dirigíamos, pude darme cuenta que la anciana extendía nuevamente la mano a otra persona y ésta, atendiendo a lo que le decía, la ayudaba a cruzar la calle.
Era eso lo que ella me había dicho: ¡que la ayudara a cruzar! y yo, ciega y sorda, no puse atención.
En ese instante, quería que retrocediera el tiempo, poder escuchar y ayudar a la anciana y me preguntaba ¿Qué estarían sintiendo mis hijas?, ¿Cómo tomarían ellas la idea de ayudar a nuestros hermanos?. Si yo, que soy su madre, no les enseño ese amor que debemos sentir hacía las personas ¿quien lo hará?
¿Qué pensaría esa anciana? Ella, que no pedía otra cosa más que mi mano.
Fue como un coscorrón que me hizo pensar, pensar un poco más en los sentimientos de las personas que me rodean, en la manera de tomar las cosas y pruebas que nos pone Dios a cada paso que damos.
A mí nunca me gustaría experimentar eso, que pida ayuda y me den unas monedas, como si con dinero lo pudiéramos arreglar todo.
Le pido al Señor de ahora en más poder ser un buen ejemplo para mis hijas, ya que lo que sean ellas y los sentimientos que despierten, serán los sentimientos y enseñanzas que yo les he reflejado.
Y le pido también perdón a la anciana, por haber sido tan inhumana y no demostrarle el amor de Dios que tengo en mi corazón.