01/12/2025 – “¿Quién tiene realmente el timón de la inteligencia artificial: los humanos… o las máquinas?” La pregunta no viene de un tecnólogo futurista, sino de una de las voces más autorizadas del Vaticano en materia de ética digital. Hablamos de Gustavo Béliz, miembro permanente de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, exministro y referente internacional en políticas públicas, quien nos compartió sobre este tema en este nuevo capítulo del ciclo “Un mundo artificial, ¿una sociedad más humana?”. Tras participar en un encuentro interdisciplinario con 50 expertos de todo el mundo, nos acercó algunas claves para orientar la inteligencia artificial hacia el bien común y el desarrollo humano integral.
EL especialista comienza con una advertencia concreta: el rumbo de la IA dependerá de lo que hagamos ahora. A la vez nos recordó que en el seminario realizado en la Casina Pío IV del Vaticano, se subrayó la urgencia de que la inteligencia artificial no quede librada a algoritmos autónomos que operen sin valores ni supervisión humana.
El Papa Francisco —recuerda Béliz— viene insistiendo desde hace años en la necesidad de una algor-ética, una ética de los algoritmos que garantice que toda tecnología esté al servicio del desarrollo humano integral, y no de intereses comerciales, militares o ideológicos.
Uno de los grandes riesgos, según Béliz, es que los gigantes tecnológicos modelen sistemas que nos consideren solo como “datos matemáticos”. Los seres humanos —dice— somos muchísimo más:
“Tenemos alma, corazón, visión, empatía. Por eso es indispensable poner el énfasis en los valores”.
En un pasaje profundamente luminoso, Béliz trae dos figuras queridas de la Iglesia:
Béliz nos habló también de su libro “Atlas de inteligencia artificial para el desarrollo humano en América Latina y el Caribe”, fruto de un trabajo con jóvenes investigadores argentinos y expertos de Naciones Unidas.
Allí explica los cinco continentes de este “mapa”:
Y un sexto territorio: las tierras incógnitas, donde no sabemos aún los riesgos ni los límites. Como en los mapas antiguos: dragones, monstruos y advertencias para navegantes.
La comparación surge sola: así como el mundo tardó décadas en regular la energía atómica para evitar una catástrofe global, hoy se vuelve urgente acordar líneas rojas en el desarrollo de la IA.Los propios creadores de estos sistemas —señala Béliz— reconocen que hay preguntas que no pueden responder, incluso sobre riesgos existenciales.
“A veces contestan simplemente: ‘No lo sabemos’”.Ese “no lo sabemos” debería encender todas las alarmas y movernos a actuar.
Béliz introduce también un concepto potente: así como el antropoceno marca el impacto humano en la naturaleza, estamos entrando en el IA-ceno, la era en la que la inteligencia artificial afecta nuestra conducta, nuestra atención, nuestro modo de relacionarnos… incluso nuestra biología y epigenética.
La “lluvia ácida de información”, dice, nos atraviesa cada vez que usamos un celular. Y la IA acelera investigaciones tan sensibles como la manipulación genética y la clonación humana.
Asimismo el especialista nos recuerda que la IA está acelerando descubrimientos médicos, mejorando la predicción meteorológica, ayudando a personalizar la educación y optimizando matrices energéticas.Por eso no se trata de prohibir, sino de regular con prudencia y esperanza.
Para Béliz, hay consenso entre expertos —incluso no creyentes— de que pocas voces tienen la autoridad moral para llamar a un uso responsable y humanista de la IA.Una de esas voces es la del Papa León XIV, capaz de convocar un diálogo global e interreligioso para orientar esta revolución tecnológica.
En una cultura que avanza a una velocidad vertiginosa, la pregunta fundamental no es técnica sino espiritual: ¿qué lugar le damos al ser humano?El Evangelio nos recuerda que la tecnología es buena cuando promueve la dignidad, la justicia y el cuidado de los más vulnerables. El desafío no es frenar el progreso, sino convertirlo en camino de fraternidad.
La inteligencia artificial, en manos sin ética, puede fragmentar, manipular y deshumanizar. Pero en manos guiadas por la verdad y el amor, puede transformarse en puente, herramienta y oportunidad para sanar heridas del mundo.
La Iglesia, madre y maestra, nos invita a mantener el corazón atento: discernir, regular, dialogar, cuidar. Que la IA nunca suplante la libertad humana, sino que nos ayude a vivir con más profundidad aquello que somos llamados a ser: imagen y semejanza de Dios, no fotocopias de un algoritmo.