08/07/2025 – En un nuevo «Reflexiones para la Semana» nos acompañó Fray Pablo Ureta, carmelita descalzo. En esta ocasión nos ayudó a hacer memoria de las múltiples celebraciones que marcan el mes de julio y su presencia en la historia y en la identidad de un pueblo, que invita a mirarse en clave de fecundidad.
El mes de julio es un tiempo cargado de significado para la familia carmelitana y para todo el pueblo argentino, expresó fray Pablo, y recordó que el 16 de julio celebramos la fiesta grande de la Virgen del Carmen, figura central de la espiritualidad del Carmelo.
Además, a lo largo del mes, la liturgia del Carmelo Teresiano propone otras fechas significativas: como el 20 de julio, cuando también se celebra el Día del Amigo, es la fiesta del profeta Elías, “un amigo incondicional de Dios” que vivió en el Monte Carmelo. Y la lista continúa con el 13 de julio, día de Santa Teresa de los Andes, y el 17 de julio, día de los Mártires Riojanos, fecha que también corresponde a la memoria de las mártires carmelitas de Compiègne.
Pero julio también es tiempo de patria. El 9 de julio celebramos la Independencia argentina, una fecha que invita a reconocer el esfuerzo colectivo por construir una nación libre. “Nosotros hoy vivimos y gozamos de realidades que otros soñaron, que otros anhelaron, lloraron, por las que dieron la vida incluso sin ver resultados”, compartió fray Pablo.
Así, en sintonía con todo este repaso que identifica a julio como el mes del «Martirio y la Independencia», el padre Pablo subrayó que hacer memoria no significa quedarse en la nostalgia, sino reconocer el pasado para sanar heridas y asumir el presente con responsabilidad. “Somos fruto de la entrega y el compromiso de otros. Nos toca ahora a nosotros soñar y hacer para que los que vengan puedan tener vida y puedan gozar”.
Finalmente, invitó a pensar en la vida como un proceso y no como una búsqueda de resultados inmediatos. Inspirado en palabras del Papa Francisco, recordó que “el tiempo es superior al espacio” y que la fecundidad verdadera se mide en la capacidad de engendrar vida para otros. Así, el llamado es claro: construir una sociedad con lugar para todos, sosteniendo el bien incluso cuando no se ven frutos inmediatos.
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