13/07/2022 – La Palabra que compartimos en este día, Mateo 11, del 25 al 27, nos presenta a Jesús alabando al Padre. Esto, que nos suena lo más normal del mundo, cobra otra dimensión cuando lo miramos en su contexto: el Señor lo hace en medio de la incomprensión y del rechazo de su mensaje.
Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.”
San Mateo 11,25-27
Fijate qué interesante, Él se llena de gozo y alaba incluso en los momentos adversos. Vos y yo queremos ser discípulos y tener el corazón de Jesús, por eso hay que mirarlo. Es un lindo ejercicio poner las caras sobre la mesa y preguntarnos por nuestra propia oración: ¿te trabás, no sabés por dónde empezar? Bueno, acordate que la oración nos carga las pilas para poder seguir nuestro camino de fe, de anunciadores del Reino y de transformadores de la realidad.
Jesús habla al padre en bendición y alabanza por haber revelado el misterio de Dios a los pequeños y a los sencillos a los humildes es como si Jesús hablara de ese conocimiento que hay entre el padre y el hijo entre Dios padre y Dios hijo y que incluye a ese lugar de revelación y de contemplación del misterio de Dios a los más humilde y a los más sencillos es que Dios se hizo pequeño Dios se hizo en el seno de María nació en Belén Dios se hizo casero 1 más en Nazaret vecino entre los de su pueblo peregrino en medio de un Israel peregrino Dios pan nuestro de cada día no dice hoy el Evangelio que en realidad la grandeza de Dios la descubrimos a lo pequeño en lo sencillo en lo humilde en lo cotidiano si lo buscas muy lejos posiblemente lo encuentres si ya abrís en la mirada a lo cercano a lo cotidiano lo todos los días va a haber que Dios estaba escondido allí esperándote te invito a renovar su vínculo con lo cotidiano con lo de todos los días y vas a encontrar que Dios es pan nuestro es como el pan nuestro es bien casero es bien nuestro.
El Señor vuelve a trabajar sobre nuestro testimonio y nos recuerda que el que es fiel a la Buena Noticia no morirá jamás. Por eso hay que crecer en el camino de la fidelidad. Una gracia que hay que pedir es conocer la revelación de Jesús. Por eso nos preparamos para la resurrección, cada domingo es pascua, cada día uno se levanta para la pascua. Por eso vos te levantás cada día no para aguantar, sino para soportar. Aguantar es cuando no te queda otra, mientras que soportar tiene que ver con ser apoyo para los demás, con el deseo de ir transformando todo para acercarte más y más a Jesús. La alegría de la resurrección es descubrir que estás hecho para la vida y que la vida no son resultados matemáticos, sino más bien sorpresa y búsqueda.
Los que captan los signos de la presencia de Dios son las personas humildes, simples, de corazón sencillo. Esto es lo que afirma Jesús con alegría. Dios se oculta a los soberbios, a los orgullosos, pero se muestra a los humildes. Dios se manifiesta a los pobres de alma, a los pobres de corazón. Señor, danos alma de pobres, como el de la Virgen María, tu humilde servidora. Señor, danos un corazón como el tuyo, manso y humilde.
Somos “Sanadores Heridos”… “Llevamos este Tesoro en vasijas de Barro” (2 Cor. 4, 7)
Porque vamos en fragilidad: no somos mejores que aquellos a los que les llevamos la
palabra o el consuelo. No somos los fuertes que se inclinan hacia los débiles, no somos
los puros que se dignan acercarse a los pecadores.
Somos hombres y mujeres pecadores, que confiamos en la Misericordia de Dios y
proclamamos. Hombres y mujeres frágiles tirados en los brazos seguros del Señor, que
queremos decirles a todos que en esos brazos paternales hay sitio para ellos. Somos
hombres y mujeres que apenas tienen cinco panes y dos pescados, pero que los
entregan para que se multipliquen entre las manos abiertas del Señor. (…). No estamos llamados a quitar ni a anestesiar los dolores, pero sí a acompañar y a dar
sentido. No vamos a solucionar todos los problemas, pero sí vamos a abrir ventanas de
esperanza para que la gente no se asfixie en ellos. No vamos a dar la receta mágica a las
angustias de los solitarios, de los enfermos, de los presos; pero sí vamos a apretar fuerte
sus manos como Jesús a Pedro que se hundía, vamos a nombrarlos con ternura como
Jesús a la Magdalena embriagada de tristeza, vamos a decirles ‘no están solos’ como
Jesús a los discípulos enviados a Jerusalén (…)
Henri Nouwen.
Quedar tocado. Quedar marcado. Hay un antes y un después de la vulnerabilidad acogida, sea esta propia o ajena porque si las heridas marcan las caricias también.
Dejarse tocar lo más frágil significa exponerse, lo cual siempre da miedo. La llave que abre la puerta tras cual escondemos nuestra fragilidad se llama ‘confianza’. Confiar en que nos tocarán la herida con suavidad, con ternura, con prudencia porque nos quieren cuidar, sanar, amar. Aunque no sepan cómo, quienes nos quieren están dispuestos a dejarse enseñar. Lo vulnerable nos enseña a amar.
Lo más vulnerable es lo que anida en lo profundo del corazón, ese espacio a la intemperie en el que todo es. No hay engaños, no existe la posibilidad de resguardarse con escudos, no hay falsas fortalezas en esta llanura extensa y eterna. Es el corazón tierra que necesita ser cuidada porque en ella nos encontramos con nuestra verdad más íntima: lo que somos y lo que podemos ser late ahí.
Cuando por fin dejamos que otro acoja todo lo que somos, nos descubrimos amados y transformados en el Encuentro. El amor es el abrazo de dos vulnerabilidades, la acogida mutua, los pies descalzos, las manos abiertas, el corazón dejándose habitar, regar y florecer Encuentro tras Encuentro.
En ese miedo, Dios te ampara. En ese dolor, Dios te consuela. En ese anhelo, Dios te anima. En ese cansancio, Dios te fortalece. En ese extravío, Dios te orienta. En ese error, Dios te perdona. En ese proceso, Dios te acompaña. En ese volver, Dios te recibe. En esa tristeza, Dios te alegra. En esa herida, Dios te sana. En esa preocupación, Dios te escucha. En esa ansiedad, Dios te contiene. En esa inseguridad, Dios te abraza. En esa debilidad, Dios te sostiene. En esa caída, Dios te levanta. En esa esperanza, Dios te alienta. En vos, Dios. En Dios, vos. Siempre.
En ese miedo, Dios te ampara.
En ese dolor, Dios te consuela.
En ese anhelo, Dios te anima.
En ese cansancio, Dios te fortalece.
En ese extravío, Dios te orienta.
En ese error, Dios te perdona.
En ese proceso, Dios te acompaña.
En ese volver, Dios te recibe.
En esa tristeza, Dios te alegra.
En esa herida, Dios te sana.
En esa preocupación, Dios te escucha.
En esa ansiedad, Dios te contiene.
En esa inseguridad, Dios te abraza.
En esa debilidad, Dios te sostiene.
En esa caída, Dios te levanta.
En esa esperanza, Dios te alienta.
En vos, Dios. En Dios, vos. Siempre.
Rezar para pedir es fácil, lo que a veces cuesta es la oración de alabanza. Alabar a Dios es reconocer quién es Él y quién sos vos. Es descubrir que lo necesitás y que Él está siempre para vos. Es verdad que sabemos rezar muy bien cuando pedimos cosas, pero sería bueno preguntarnos si sabemos reconocer que lo mejor para nuestra vida es la voluntad de Dios. Qué lindo escuchar esta invitación a imitar a Jesús en la alabanza. Qué lindo poder decir “¡Cuánto hiciste por mí, Señor! ¡Con cuánta ternura me acompañaste, cómo me amaste, cuánta paciencia me tuviste! Ahora haceme pequeño para dejarme amar por vos. ¿Te sentís invitado a alabar a Dios?
Fijate qué lindo que es imaginarnos al Señor orando. Algo que tenemos que tratar de imitar todos los días, porque en la oración nosotros dejamos todo lo que tenemos y lo que somos delante de Dios, de un Dios que nos presta toda su atención. Hoy vemos a Jesús que se llena de gozo y se estremece de alegría por el Espíritu Santo y alaba al Padre por su manera de revelar la Buena Noticia de la salvación, no a los sabios y prudentes, sino a los pequeños. Creo que en este tiempo, más que nunca, tenemos que hacer el esfuerzo de encarnar la Palabra en nuestras vidas. Meditemos algunos puntos:
Es verdad que la alegría es importante. Sin embargo, hay gente que se ha olvidado de esto, gente que ha dejado de buscar, existen personas que están muertas espiritualmente y no lo saben. Vos quizás conocés a alguien así, aquel que ha renunciado a sus esperanzas, que ha bajado los brazos. Si es tu caso, guardá en tu corazón el evangelio de hoy y en el nombre del Señor, volvé a levantarte, volvé a saberte sostenido por Dios, volvé a caminar y renunciá a todo lo que te ata y te aleja del plan de felicidad que el señor tiene preparado para vos.
Por un lado, agradecé. Hay un momento de la misa, previo a la consagración que se llama prefacio. Es una alabanza a Dios que comienza con un diálogo entre el sacerdote y la asamblea:
– El Señor esté con ustedes. – Y con tu espíritu. – Levantemos el corazón. – Lo tenemos levantado hacia el Señor. – Demos gracias al Señor, nuestro Dios. – Es justo y necesario. – En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Dios Todopoderoso y eterno.
Fijate qué lindo esto: dar gracias siempre y en todo lugar. Por lo bueno y por lo que no entendemos. Todo puede ser una alabanza a Dios si vivimos agradecidos. No te quejes, alabá al Señor, ahí está tu felicidad, ahí vas a encontrar tu plenitud. Eso no significa aceptar resignados sino más bien resignificar todo a la luz de la fe. ¿Estás pudiendo dar gracias siempre y en todo lugar? Qué difícil que nos puede resultar vivir en la alegría si no nos apoyamos en la confianza del Señor, qué difícil. Lindo esfuerzo para hoy. Acordate que Dios te ama porque quiere y no te deja en soledad.
Padre Matías Burgui