Cuando nosotros nacemos y vamos creciendo necesitamos de un espacio, un espacio físico, un espacio que nos permita desarrollarnos corporalmente.
Primero muy pequeñito, del tamaño de un cochecito, de un moisés, después este espacio se va ampliando, se va haciendo más grande y vamos necesitando otros espacios.
Y conjuntamente con el espacio físico, este que ocupamos en la casa, que vamos ocupando en el jardín de infantes, en el colegio, en diferentes lugares, en la casa del abuelo, son espacios físicos donde nuestra persona se va desarrollando y va encontrando la libertad, o no.
Hay otro espacio que es un poco más complejo y se trata del espacio psíquico. Este espacio que yo reclamo y que necesito también desde muy chiquito para poder encontrarme con el otro, para sentir que yo llego hasta aquí y puedo disponer de este lugar y puedo así crecer, desarrollarme, sentirme libre, sentirme capacitado par ala vida, sentir que puedo, donde puedo controlar mis posibilidades, donde voy a encontrar lugar para expresar mi cariño, donde voy a recibir este espacio psíquico, este espacio que no lo podemos palpar pero que si no está y no lo tenemos sentimos el abrumador desasosiego de estar atrapados, encapsulados, estar esclavos, de no tener un espacio ni siquiera físico.
El psíquico ocupa tanto lugar, que cuando alguien o algo nos está ocupando el espacio psíquico que agarra al espacio físico, lo toma y no te deja ser. No tenés como desarrollarte.
Para todos estos espacios, nosotros necesitamos del tiempo. Tiempo en el cual crecemos, tiempo en el cual nos desarrollamos, tiempo desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
Lo que me gustó de este tema es que el planteo más fuerte es en la negociación.
Vamos a negociar ese espacio y ese tiempo.
Leyendo un libro que se llama “Las negociaciones nuestras de cada día” de Clara Coria editado por Piados, me enteré que negociamos continuamente, y aún cuando creés que no negocias, estás negociando también, aún cuando creés que hay cosas que no se negocian, hoy otro que está negociando con vos y que sí se queda con esa parte de la negociación.
El libro dice, en la página 52: “Sin embargo, el fondo de las negociaciones cotidianas no está en las cosas que vamos a negociar, en el coche o en quien cambia el pañal, o como hacemos con los fines de semana, o quien se pondrá tal ropa, o cuanto dinero usará tal persona.
Estos son objetivos parciales, aunque muy concretos y reales, que como la punta de un iceberg muestran sólo una íntima parte de la masa de lo que forman parte.
Lo que parece simple y un simple témpano controlable y no demasiado peligroso, es en realidad una montaña sumergida tan difícil de percibir como de apreciar en su magnitud.
Lo que realmente se está poniendo en juego, en cada una de las negociaciones cotidianas, son dos recursos claves de la vida humana, el tiempo y el espacio.
El tiempo en el que transcurre nuestra vida y el espacio tanto físico como psíquico que necesitamos para crecer y desarrollarnos.
Cuando hablamos del tiempo, me refiero a él en un amplísimo espectro, al que transcurre entre el nacimiento y la muerte y se desliza desde cada amanecer hasta el próximo. El que parte velozmente de los encuentros placenteros y se adormece con cada aburrimiento. El que se empaña con el dolor y se recupera con la primera sonrisa después del llanto. El que se apretuja y arruga cuando las demandas nos exceden, el tiempo calmo del devenir sin apremios o aquel otro, el tumultuoso de las pasiones y el que se vuelve interminable ante las incógnitas develadas. El tiempo irascible de los conflictos sin resolver, el tiempo lento de la infancia y el vertiginoso de la madurez. El tiempo oscuro de los abandonos y el tiempo entusiasta del amor. El que se opaca con la resignación y el transparente de la espontaneidad. El tiempo para apurarse y el tiempo para esperar.
En la dimensión humana, el tiempo consume espacios, el tiempo para pensar, por ejemplo, requiere tanto de un espacio psíquico, es decir, de la disponibilidad mental y afectiva para hacerles un lugar a las reflexiones dentro de nosotros mismo, como de un espacio físico confortable.
Si una persona está disponible anímicamente, puede pensar aún yendo parada y apretujada en un ómnibus lleno de gente, en cambio, resulta difícil hacerlo en un sillón, e más confortable, cuando las presiones, los malestares o los conflictos invaden nuestro espacio psíquico.
Y así como no se puede pensar cuando no hay tiempo, tampoco se puede pensar cuando el espacio psíquico está ocupado.
El tiempo sin espacio psíquico es casi un tiempo ajeno que transcurre fuera de nosotros, es la disponibilidad de ese espacio psíquico lo que nos permite apoderarnos del tiempo, porque nos la da oportunidad de conectarnos con nosotros mismos.”
Nuestro espacio es un espacio dado por nuestro Señor y nuestro tiempo también.
Evidentemente, en el camino, desde que nacemos hasta que nos vamos a la casa del Padre, nosotros, sin querer o queriendo, entregamos estos espacios. Hay otros que se apropian y más allá de buscar culpables de quien me quitó mi espacio o a quien se lo entregué, vamos a tener que aprender y es responsabilidad nuestra aprender, a negociar estos espacios.
En la parte psíquica, si nos metemos en la vida de los otros, le invadimos el espacio psíquico y más de una vez hay personas que se meten en nuestra vida, y antes de echarle la culpa al que se mete, vamos a ver porque nosotros dejamos que se meta hasta aquí, porque les abrimos la puerta para que metan en nuestra intimidad y nos avasallan el espacio psíquico, tan necesario para la vida.
Voy a leerles un texto de la Palabra, está en Gn 18,20-33 en donde está muy clara la negociación.
“luego el Señor añadió: “El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, que debo bajar a ver si sus acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré.”
Dos de esos hombres partieron de allí y se fueron hacia Sodoma, pero el Señor se quedó de pie frente a Abraham. Entonces Abraham se le acercó y le dijo: “¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?”. El Señor respondió: “Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar en atención a ellos”.
Entonces Abraham dijo: “Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por estos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?”. “No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco”, respondió el Señor. Pero Abraham volvió a insistir: “Quizá no sean más que cuarenta”: Y el Señor respondió: “No lo haré por amor a esos cuarenta”.
“Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean solamente treinta”. Y el Señor respondió: “No lo haré si encuentro allí a esos treinta”. Abraham insistió: “Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte”. “No la destruiré en atención a esos veinte”, declaró el Señor. “Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez”: “En atención a esos diez, respondió, no la destruiré”: Apenas terminó de hablar con él, el Señor se fue, y Abraham regresó a su casa.” Es Palabra de Dios.
¡Qué negociador Abraham! ¿decime si no hay negociación acá? Estaba por destruir, el Señor no daba más con esta situación. Sodoma y Gomorra estaban en pecado total y el Señor dijo que iba a bajar y destruir este lugar. Y allí aparece el negociador por excelencia, Abraham, se pone delante del Señor desde la humildad, desde saber que es ceniza. Empieza a bajar el número de justos que hay y llegan a que si hay un justo no lo va a destruir.
El Señor acepta la negociación y esta lectura viene a traernos luz en nuestras negociaciones cotidianas.
Primero tenemos que entender que es negociar. Si tuviéramos que definir que es lo que entendemos por negociación, podríamos decir que las negociaciones no son ni más ni menos que todas aquellas tratativas con las que intentamos lograr acuerdos cuando se producen divergencias de intereses y disparidad de nuestros deseos o nuestras inquietudes.
Es inevitable que existan en una casa, en el trabajo, en diferentes lugares. Adonde hay dos personas, existen puntos que va a haber que negociar.
Ahora bien. Si nosotros queremos negociar, tendremos que sacarnos de la cabeza que solamente se negocian aquellos espacios que tiene que ver con dinero o con el poder.
Muchos tienden a creer equivocadamente que la negociación es un mecanismo natural y exclusivo de este ámbito público y por lo tanto, su empleo en el ámbito privado empaña las relaciones personales y afectivas y las contamina de materialismo, especulación y otros gérmenes.
Por eso, no queremos meter esta palabra en nuestra jerga diaria y cotidiana, menos en nuestra familia, en nuestro matrimonio, en nuestra relación con algo no negociable como son nuestros hijos.
Pero animémonos al término. Circula un ocultamiento tendencioso que pretende hacer creer que las negociaciones que se llevan a cabo en el ámbito de lo privado tienen un halo de indecencia.
Todo esto constituye que no resulte fácil invertir la mala fama que tiene la palabra negociación.
Para algunas personas, negociar es hacer trampas, es hacer enredos y es traer aquello corrupto a nuestra relación porque estamos acostumbrados, quizá mal aprendidos, a ver que las negociaciones que están frente a nuestros ojos, a veces negociaciones políticas, negociaciones de poder, no son transparentes. Entonces, allí no nos animamos a traer esta palabra a nuestra casa.
Para otros es sinónimo de corrupción, debido a prácticas actuales y tristemente frecuentes como son los negociados, que son otra cosa.
Este es un término que deriva de la negociación y hace referencia a acuerdos banales y acuerdos que no son tan transparentes.
No faltan, tampoco, aquellos que dicen “negociar todo afuera” porque el rol que tiene en el trabajo es ser negociadores. Son aquellas personas que trabajan directamente con la negociación, sienten que son personas hábiles para poder negociar, son verdaderos leones. Leones a la hora de negociar, pero parece ser que en la casa son liebres, que no se animan al negociado.
La negociación tiene una parte de interés mutuo, sino el otro ni siquiera quiere hablar conmigo. Si yo no voy a plantear en término de negociación sino que lo estoy avasallando, no estoy negociando nada. Esto es lo que nos pasa cotidianamente cuando no nos animamos a negociar.
No siempre en las negociaciones se gana. No es obtener el máximo de beneficio de algo de lo que estamos disputando, sino que también incluye cuidar la relación con quien se está negociando y contribuir de alguna manera a la preservación tanto de la persona como de la relación.
Acá vamos entendiendo, en nuestra casa, nosotros vamos a negociar con nuestro esposo, algún espacio psíquico físico, si lo vamos a negociar, pues yo tendré que ofrecer algo para que el otro desee negociar conmigo. Y el otro tendrá que ofrecer algo para el cual el acuerdo es de.
Sino, no tenemos negocio.
Sino, aquel que siempre gana, que se lleva todo, deja a otro que siempre pierde y que a la larga, este que es entregado parece dar tanto con altruismo, y con tanto esmero, de repente, en un momento de la vida, se le chifla el moño y se avivó y ya no quiere dar más espacios.
El tiempo ara vivir y el espacio para crecer es lo que realmente necesitamos para ser personas felices, personas sanas en nuestros vínculos.
En cuantos hogares y cuantas situaciones laborales encontramos la sumisión de decir “yo no lo voy a contradecir para que no se enoje” “yo no le digo nada, mejor me callo sino vamos a terminar peleando”.
Aquí se va gestando, cuando nosotros tomamos la sumisión como bandera, el ceder va abriendo una puerta que va desencadenando en nosotros el resultado de múltiples violencias invisibles. Violencias que por ser tan habituales, terminan naturalizándose y pasando inadvertidas.
Todo el mundo sabe, aunque no siempre lo tengamos presente, que la violencia no reside sólo en la actitud descaradamente hostil, el gesto atemorizante o la palabra mordaz.
La violencia ocupa espacios que no siempre son evidentes y su forma más encubierta no es la menos dañina.
Hay infinidad de violencias que las vivimos invisiblemente porque nuestros ojos no las pueden percibir, pero sí el cuerpo, y lo sentimos en este silencia auto impuesto de nuestro hogar, emociones que disimulamos, actitudes que enmascaramos o encubrimos pensamientos por temor a provocar el disgusto de molestar, en un silencio que bloquea, desdibuja la presencia de la persona al reducir lo que es nuestro, nuestros deseos, nuestras opiniones en una acomodación condescendiente en calidad del satélite del otro, lo que no se puede decir.
Esto que no puedo decir, va a quedar aprisionado en un espacio virtual y ese aprisionamiento se convierte en espacio de violencia invisible.
¿A dónde van hermanos, las palabras que no dijimos? ¿A dónde van los silencios y las renuncias auto impuestas?
Toda auto postergación está justificada cuando se hace en aras de la felicidad de aquellos a los que se ama.
¿Cómo puede ser que por amar al otro, entreguemos esto, que el Señor con tanto amor nos pensó desde la eternidad para que sea nuestro, lo entregamos a veces en negociados que ni siquiera nos damos cuenta?
Hay personas con las que hablamos y les preguntamos ¿qué música te gusta? Y dicen no, no se; ¿y que cosas hacés, tenés algún hobby? No, no se… ¿pero no te gusta nada? Y la verdad que no se que es lo que me gusta.
¿Cómo puede ser que no tengamos nuestros espacios psicológicos desplegados cuando hay un Padre que nos entrego estos espacios? ¿Qué hemos hecho con estos espacios?
Los espacios son limitados y el tiempo es irreversible, tenemos que saber que es así para vivir este tiempo que es hoy, este presente que es lo único que tenemos con certeza, vivirlo bien, porque sí es irreversible este tiempo que se va.
Pero además de los espacios ser finitos, cuentan con otra propiedad, al igual que el dinero, se resisten a ser invertidos al mimo tiempo en diferentes operaciones. Se lo colocamos aquí o lo colocamos allí, como quien cotiza en bolsa, va a generar frustración o libertad.
Siempre que negociamos hay algo que estoma poniendo en juego. Hay un capital, en nuestro caso tiempo y espacio, este capital que se va a perder o ganar, es el espacio que vamos a cotizar en la bolsa familiar.
Cuando vamos a negociar, tenemos que tener en claro que siempre que negociamos podemos ganar o perder algo, quizá mitad y mitad, esa es la negociación.
En este libro hay un relato de una mujer que entregó su vida a los hijos porque ella quería entregarlo en los primeros años y después ella iba a seguir con su profesión.
Fue algo pensado y entregado.
Su esposo era un profesional y ella se convirtió en su secretaria, le hizo prosperar sus negocios y también lo capacitó.
Llegados los 50 años, ella creyó oportuno tener sus tiempos. Ella dijo “ahora llegó el tiempo mío, los chicos están grandes, mi esposo ya tiene la carrera desarrollada, es un prestigioso profesional y yo he colaborado”.
Muy consciente esta mujer de lo que dio en su vida.
Le dijo al esposo que necesitaba un departamento para alquilar para poder desarrollar su actividad profesional. Ella se sentía feliz con su vida hasta ahí, había ayudado a su esposo, había ayudado a sus hijos a crecer, había entregado su vida, pero hasta aquí, hasta los 50 años.
A los 50 años ella quería pararse en otro lugar.
Cuando ella va a contarle esto a su esposo, el ve de buena forma que ella tenga deseos de hacer su vida, pero utiliza una frase que la desestabiliza hasta tal punto en que prácticamente se le desmoronó la vida.
El esposo le dijo “yo sabía que algún día te ibas a avivar”.
A ella se le desmoronó la vida porque ¿de qué cosas ella se tenía que avivar y todo este tiempo pasó sin avivarse?
El lo hizo desde el humor y desde este punto de inconsciencia de lo que decía y destruyó el matrimonio.
Todo lo que esta mujer había entregado no había sido negociado, sino que alguien lo había tomado en función de que ella no se daba cuenta lo que estaba entregando.
Y ahora, a los 50 años, si llegó un momento de negociación de la que ella no quiere tomar parte.
Y ella llega a terapia para plantear esta situación ¿de qué me tenía que avivar antes? ¿qué es lo que él sabía y no me avivó?
Se ve que necesitaba de esta “no avivada” para llegar a donde estaba en su profesión, para que le criara a los hijos. Esta mujer, con tanta dulzura, entrega y amor dio de su vida, se da cuenta por las palabras de su esposo que no hubo negociación, que sus tiempos se los tomaron, enmascarándolos en la mujer altruista solidaria, casi perfecta.
Y ella tristemente saca esta cuenta.
Y hay otro relato que me parece muy lindo.
Hay un hijo que pide que le alcancen el sweater y la mamá le dice “estoy ocupada, estoy lavando los platos” . El hijo insiste, “dale, alcanzámelo cuando dejes de lavar los platos y vengas para acá” la mamá le vuelve a responder “mirá estoy ocupada, pasá vos a buscarte el sweater”. El chico vuelve a insistir y pronuncia una palabra que a ustedes les va a hacer caer la ficha, una palabra que utiliza el otro cuando no quiere negociación, sino que hace el negociado.
El hijo le dice “¿pero qué te cuesta?”
El “que te cuesta” viene con una respuesta… “que me cuesta….”
Y lo que estamos poniendo en juego es el costo grave de lo que no queremos entregar. Entonces, tenemos que saber que cuando existe una negociación, existe un costo.
Habrá que preguntarse, en estas negociaciones familiares, ¿cuál es el costo que estamos regalando al otro o dando? ¿es una negociación o es un negociado?
Hay una lectura bíblica en Lc 20,1-8 y aquí vamos a ver claramente una negociación que Jesús tiene con gente que quiere sacar algo de él.
“Un día en que Jesús enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba la Buena Noticia, se le acercaron los sumos sacerdotes y los escribas con los ancianos y le dijeron: “Dinos con qué autoridad haces estas cosas o quién te ha dado esa autoridad”. Jesús les respondió: “Yo también quiero preguntarles algo. Díganme: El bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?”. Ellos se hacían este razonamiento: “Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “¿Por qué no creyeron en él”. Y si respondemos: “De los hombres”, todo el pueblo nos apedreará, porque está convencido de que Juan es un profeta”. Y le dijeron que no sabían de donde venía. Jesús les respondió: “Yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto”. Es Palabra de Dios.
Aquí vemos como Jesús entra en la negociación con los maestros de la ley. El podría haberles dicho directamente quien era y con que autoridad hacía las cosas. Sin embargo, Jesús entra en una negociación y les pregunta acerca de la muerte de Juan el Bautista y los pone en un aprieto, ellos saben que contesten una u otra cosa, pierden. Entonces deciden, en esa negociación, no ganar la respuesta de Jesús pero no quieren perder ellos tampoco la buena reputación en el pueblo y no quieren ser apedreados.
En esta negociación que Jesús les plantea, ellos quieren avasallar y quieren ponerlo en evidencia y Jesús dice no, yo quiero negociar con ustedes.
Es una negociación clara en donde vemos como se ponen de manifiesto los costos. ¿cuáles son los costos para los fariseos?¿cuál es el costo para Jesús? Yen ese intercambio de costos es que llegan a la conclusión de que ninguno va a ganar pero ninguno va a perder.
Muchas veces, en nuestras familias, en nuestros trabajos no siempre será ganar, no siempre será perder y por momentos será que ninguno gane ni pierda.
En este libro, marca un punto como clave: “cuando negociamos estamos solos, la negociación cotidiana, la que queda al margen de lo comercial tiene la virtud de hacer añicos un anhelo totalmente ilusorio, creer que todos somos iguales y queremos lo mismo, que es como estar todos del mismo lado.”
Estamos solos porque estamos frente a la otra parte. La negociación siempre nos pone en una situación de soledad y en esta situación uno quisiera llamar a alguien para que lo acompañe.
Tal vez. Por eso es que nos cuesta tanto negociar con los seres que queremos. Damos cuenta que aunque tengamos este amor que es capaz de mover las montañas, pedemos pensar diferente y tenemos que negociar.
En la negociación vos sos vos y yo soy yo, y vamos a ver si nos ponemos de acuerdo.
Hay que aprender a encontrar ese espacio, ese equilibrio para poder salir adelante, salir airoso de nuestras relaciones y que nos agarren los 50, los 60 años con las relaciones con nuestros hijos diciendo las cosas como son, pidiendo y haciéndonos defensores de nuestros espacios sin entrar en el egocentrismo que es el otro extremo, cuidando nuestros espacios.