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Todo cambio es un paso de Dios en la vida de la persona
viernes, 6 de octubre de 2006
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que vestidas de luto y sentadas sobre cenizas se habrían convertido. Por eso será más tolerable el día del juicio para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que te elevarás hasta el cielo?, hasta el abismo te hundirás. Quien los escucha a ustedes a mí me escucha y quién los rechaza a ustedes a mí me rechaza. Y el que me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”.
Lucas 10, 13 – 16
El Evangelio nos convoca para una experiencia de amor, tomarnos las manos y caminar juntos, dejar la locura del individualismo, empezar a mirarnos a los ojos, dejar atrás la desconfianza, ofrecer lo nuestro al otro y acortar distancias.
A veces nos preguntamos cuántas cosas tenemos que cambiar y tienen que cambiar en el mundo. A partir de la experiencia en el corazón que se hace capaz de la amistad, desde ese lugar, se producen los más profundos cambios.
Los cambios y conversiones que hay que hacer en la vida son siempre descubrimientos que producen nuevos gozos, abren nuevos caminos, nuevas posibilidades. Los cambios traen nuevas fuerzas, nuevas orientaciones, deseos de estar abiertos a un nuevo espíritu y eso es estar vivos, estar abiertos a la amistad esperándonos, extrañándonos, deseando el encuentro, compartiendo la vida y haciendo un camino juntos en la amistad.
No es fácil creer en los cambios de rumbo, en los cambios de conducta, no es fácil creer que alguien deje de ser lo que era para ser otra cosa. Los cambios son cosa seria , es dejar de ser lo que se era para ser otra cosa . Hay algunas condiciones para que se den, los cambios se hacen en un momento de la vida, un punto determinado, una situación determinada, hay circunstancias que convergen, hay momentos, hay un día determinado para los grandes cambios de las personas y hay que estar siempre atentos. Somos “nosotros” en la medida de que somos capaces de cambiar para bien. Lo triste es que cuando nosotros no somos capaces de creer en los cambios de los demás, en las conversiones, es porque en el fondo esa desconfianza, esa incredulidad expresa que quizá estoy hablando de mi muy claramente, quizá estoy hablando de que soy yo el que no cambia, soy yo el que está adormecido, medio muerto, medio instalado, medio acomodado, acostumbrado, con la bisagra herrumbrada y mi puerta no se abre. A veces el no creer en los demás quizás es haber dejado de luchar con mi crecimiento y mi madurez.
Crecer en la gracia de la amistad que se construya a partir de nuestra capacidad de transformación, de nuestra disposición a los cambios que exigen una mirada hacia la verdad de nosotros mismos, a nuestro interior, una mirada al pasado que involucre toda nuestra existencia, todo lo nuestro, lo que hemos alcanzado, lo que somos, lo que proyectamos, como es nuestro caminar, como estamos relacionados, con quién no estamos relacionados, nuestro modo de sentir, nuestro modo de proyectar, todo debe ser tocado a la hora de hablar de los cambios porque ninguna persona cambia “algo” solamente de su vida, cuando se cambia más que cambiar cosas o actitudes lo que se hace es cambiar una postura interior definitiva frente a la vida. Los cambios son a partir de un cambio de la persona entera, del sentido de su vida. Si no está ese cambio lo otro fue circunstancial, engaño o conveniencia. El Señor por algo nos llama a la conversión.
Hemos comenzado ésta catequesis escuchando este llamado a la amistad, con una propuesta para generar un mundo de relación fraternal, de confianza, encuentro de personas. Es maravilloso verlo a Jesús encontrándose con sus hermanos especialmente con la gente normal, común, no sacándole el cuerpo a nadie, no negándole la posibilidad de diálogo ni al rico ni al pobre ni al poderoso ni al religioso. Jesús está abierto a todo, incluso va a aquellos a los que estando en un pueblo que se considera enemigo, distante, los samaritanos, Jesús va al encuentro. Es maravilloso cuando las personas son capaces de ir al encuentro de las personas. Constantemente estamos en contacto con personas, gente con la que convivimos, que hace cosas por nosotros, recibe cosas nuestras pero se mantienen en la epidermis, fuera de la esfera, nuestras puertas no se abren, nuestros corazones no se comunican. Quizá es mayor nuestra conducta en la vida diaria sea más de incomunicación que de comunicación. Ese es un llamado a la observación de la propia persona, como estoy viviendo, es cierto que no podemos contarle a todo el mundo nuestras miserias, nuestros problemas, para ello tenemos la gracia de confiar en algunas personas, la gracia de la oración, la amistad con Dios, una dirección espiritual, un acompañamiento, pero más allá de eso en nuestra vida cristiana, en nuestro ser como Cristo no estamos siendo del todo fieles. A cuánta gente, conciente o inconscientemente no le estamos dando la atención que se merece, que necesita, no le estamos ofreciendo nuestra persona, lo que quiere decir que nosotros de alguna manera vivimos resguardándonos, negándonos no a las personas sino al cansancio. Por ahí estamos muy cansados, muy exigidos, no queremos más compromisos, y la vida hace que estemos de tal manera puestos frente a ella que andemos caminando pero atajándonos, es un caminar pero no como el que recibe la vida como un don que gratifica sino como algo en lo que debo subsistir, resistir, aguantar, porque hay demasiadas cosas que me tironean, me usan, me pasan por encima y hemos caído quizás en ésta inconsciente situación de ser esclavos de una cultura de una incomunicación ya sea por miedo, por agobio o por lo que fuera. Hoy hay un llamado a la conversión. Quizás Jesús está pasando clarísimamente por nuestras vidas y nosotros no estamos con las puertas abiertas. Quizás hemos cerrado mucho la puerta y del lado de adentro, por eso el Señor no nos viene a abrir la puerta, sólo nos llama para que nosotros escuchemos y abramos las puertas. Esto es importante como actitud frente a la vida, no vivir puertas cerradas para no ser gastados y desgastados por la realidad y por el encuentro de tantas personas con las cuales no me interesa relacionarme. Creo que aquí se hace un planteo importante a la hora de hablar del cambio y de la transformación, creo que aquí hay palabras, situaciones concretas, que nos obligan a pensar cómo estamos frente a los demás si con el corazón abierto o con el corazón cerrado. Quizás disparándole a la vida o quizás disfrutando del don de la vida.
Abrir la puerta es una llamada grande a la confianza y a los riesgos porque cuando uno está dispuesto a cambiar uno tiene que ventilar la casa, abrir ese mundo interior. Uno tiene muchas inseguridades cuando cambia porque cambiar es empezar algo nuevo, es empezar un modo distinto, un mundo nuevo. Nadie cambia para demostrarle a los demás que ha cambiado, si lo hace es porque no ha cambiado realmente. El cambio es serio, tiene que ver profundo, una necesidad del corazón, una necesidad de Dios que se manifiesta. Todo cambio es un paso de Dios por la vida de una persona, es un paso de la Gracia, es un paso del Amor que genera una novedad, Dios es creativo, rico, despierta novedad y nos sorprende, nos despierta. Como cuando pasó por aquella aldea y llevaban al muchacho, único hijo de aquella viuda, a enterrarlo y el Señor paró el cortejo fúnebre, lo tomó de la mano y lo levantó, nadie podía creer. Los cambios son signos, son quizá el principal milagro de nuestra experiencia cotidiana por eso hay que estar atento a éste milagro en el que cada uno tiene que ser protagonista. Los cambios no son cosas mágicas, no son cosas automáticas que se realicen porque se cumpla tal edad, no, hay gente que llega a los cincuenta años y no cambia nunca. Hay gente que vive mal, sin enfrentarse a sí mismo, viviendo de las migajas que caen de la mesa pudiendo estar sentado a la mesa comiendo y bebiendo, compartiendo con el corazón dilatado de fraternidad, de hermandad, de familia, de experiencia de compartir, sentirse digno, útil y sin embargo hay tanta gente que vive comiendo bajo la mesa algunas migas que caen y pensando que la felicidad son algunos momentos de placer, esa es la gente que tiene que hacer un cambio importante en su vida. Quizás más de uno esté escuchando y esté pensando en sí mismo porque los primeros que tenemos que plantearnos el cambio somos nosotros mismos porque en ello comprometemos la vida.
A veces en nuestra experiencia de vida tenemos personas muy valiosas al lado nuestro, tenemos oportunidades muy valiosas y la gente que viene de afuera ve lo que tenemos, observan las oportunidades que se nos brindan y nos observan a nosotros quejándonos, no valorando lo que tenemos, no dándonos cuenta. Nos ven con los ojos pero ven que nuestros ojos no ven. Nos ven con las oídos escuchando, con la voz diciendo, y detrás de toda esa percepción externa te están conociendo el corazón y se están dando cuenta que no estamos conectando con los dones que tenemos al lado nuestro, no nos damos cuenta de las cosas y personas valiosas. Quizá lo que se note detrás de una queja, de un renegar de la vida, de la disconformidad, que para otros sea algo incomprensible lo que nos pasa, manifestamos queriendo o sin quererlo, nuestro apegos a nosotros mismos, a nuestro egoísmo que nos hace infelices y al que lustramos y le dedicamos tiempo mientras el egoísmo nos destruye, nos hace hilacha, nos quiebra por dentro y por fuera y simultáneamente nos presenta otra manera de buscar la felicidad, la vida, establecer la relación con los demás generando otra necesidad frente a la vida de relación a la vez nos va hundiendo cada vez más en nosotros mismos y nos vamos acostumbrando y nada de lo que busquemos, de lo que hagamos de la manera como nos relacionemos, nada tiene que ver con la manera de lo que queremos dar a los demás sino con lo que queremos que los demás nos den a nosotros. Estamos a veces rodeados en la comunidad y tiene que venir alguien de afuera para ver lo que tenemos y darse cuenta. Y los otros se dan cuenta de toda la riqueza que nos rodea pero nosotros estamos tan acostumbrados a tanto que no lo consideramos como un don y eso es el egoísmo, es el apego a nosotros mismos, esa visión que nos hace miopes, que nos impide ver la realidad. Pensando que vemos la realidad estamos mirándonos a nosotros mismos pero mal porque hay algo importante que produce la conversión en una persona y eso importante es el conocimiento de uno mismo pero el egoísmo te encierra en vos mismo no para conocerte sino para aislarte. Sólo levantando la mirada, abriendo la mirada, los sentidos y el corazón a lo que tengo al lado, mirando, volviendo a mirar lo que tengo, volviendo a escuchar las palabras que escucho, volviendo a ver y valorar a las personas que están en mi vida en vez de estar quejándome, despotricando y nunca satisfecho, el cambiar, empezar a mirar afuera de vos, en una de esas te conoces un poco mejor. Eso es un cambio necesario y tienes que hacerlo hoy.
Siempre que hay cambios hay un llamado de Dios, porque es Dios que da la Gracia y cuando Dios da la Gracia hace las cosas “posibles”, y lo que parece imposible es posible por la Gracia de Dios, por eso los momentos de cambio en la vida son momentos del llamado de Dios a un acto de confianza mayor. Frente a ciertas cosas que tenemos que modificar en nuestra vida, que otros quizá ante la posibilidad de cambio y valorando los medios que tienen ya hubieran cambiado hace rato y yo me estoy demorando, frente a la posibilidad de cambio estamos a veces como David frente a Goliat como cuenta la Biblia hablando de los judíos y los filisteos. El jefe de los filisteos, enorme y poderoso se va a enfrentar a un muchachito adolescente y lo menosprecia. Y ese israelita pequeño y frágil, valiéndose de su honda venció al gran Goliat. Hay muchas cosas que parecen imposibles de cambiar en nuestra vida pero nada es imposible para Dios. Para Dios todo es posible. Hay un llamado a la confianza, hay un llamado a un cambio en nuestra vida, tenemos que orar, aprender a mirar a Dios y no tener miedo de vernos a nosotros mismos, de conocernos. La conversión, que es la capacidad de estar dispuestos a crecer, a aceptar, a elegir, a cambiar, está siempre acompañada de un llamado. Sin ese llamado no despertaríamos a la comprensión de la necesidad de cambios y no enfrentaríamos cosas, por eso hay que saber que nunca a nadie le falta la Gracia. A veces Dios nos pide cosas difíciles, cosas dolorosas, cosas definitivas, por ejemplo nos pide la vida, nos pide que entreguemos la vida. Cualquiera frente a la idea de tener que entregar su vida se rebela, se endurece, se pone malo frente a la vida, es lo normal, si no fuera eso lo normal y la conducta fuera distinta, si la persona es capaz de tener una aceptación y estar consolado y consolar a los más frágiles es con seguridad una persona diferente, hay algo en ella diferente. No es simplemente una capacidad sino que en ese momento de cambio hubo una fidelidad de esa persona a la Gracia que Dios da y por la Gracia de Dios esa persona tiene la capacidad no sólo de cargar su cruz sino de ayudar a los más débiles a cargar la suya. Muchas veces nosotros estamos muy seguros de nosotros mismos, muy conformes, muy establecidos, muy acomodados, y cuando nos acomodamos demasiados, ojo, estemos atentos porque crecer no es estar del todo satisfecho, es mantener cierta sana insatisfacción, cierta necesidad de volver a mirarse y un cristiano se mira desde Dios y cuando nos comparamos sólo nos comparamos con Dios el cuál es Incomparable. Por eso nunca estamos terminados, por eso nuestra vida no es que sea una insatisfacción sino que es el gozo de ir descubriendo nuevos pasos para dar, nuevas decisiones, y no la vida ejercida desde el miedo, desde todos los fantasmas que se nos presentan sino saber que los cambios son Gracias y que estamos llamados a vivir de esas Gracias.
Hoy hay un llamado fuerte de la Palabra a vivir la experiencia de la conversión y quizás así como en Corozaín y Betsaída se hicieron los signos y ellos no supieron reconocer la visita de Dios, también vale la pena hacernos éstas preguntas nosotros en nuestra vida personal, familiar, comunitaria y nacional sobre cuáles son los signos que nos deben llevar a tomar decisiones de cambio. Los signos suelen ser claros porque los signos son cosas que se sienten, se perciben, se ven, nos tocan afuera y nos golpean adentro. Para no ver los signos hay que estar absolutamente desatento, con los ojos cerrados, los oídos tapados, encimismados, y entonces todo se hace triste y descomunalmente difícil. Creo que el percibir signos es un llamado a estar despiertos, saber que tenemos nuestra capacidad de percibir. La fe es una capacidad de conectar y de percibir, es una capacidad sobrenatural que sabe ver no sólo lo que aparece, lo que se significa, sino que sabe ver más allá de lo que aparece, sabe penetrar en el mensaje, no comprendiendo del todo pero si escuchar que hay que estar atento a algo, que hay una palabra determinada, que hay una invitación determinada. La gente del campo es muy de percibir, tiene una disposición a la fe. La gente puede estar en realidad en el campo o en la ciudad y puede ser que también que se acostumbre a quedarse percibiendo los signos en sí mismo y se quede ahí y no trascienda pero tenemos que saber que la fe tiene que sacudir nuestra capacidad de percibir y de conectar con esos llamados al crecimiento. El Señor quiere que crezcamos permanentemente y hay voces que deben ser escuchadas, no escucharlas es no escuchar a Dios. Hay palabras, mensajes, expresiones, situaciones que deben ser atendidas porque de no hacerlo desoímos a Dios y desoir a Dios es desaprovechar la oportunidad que no se vuelve a presentar. Es perder la Gracia que no se vuelve a dar, esa gracia no se vuelve a dar. Por eso es muy importante entender mi vida de fe, mi condición de discípulo como aquella disposición permanente a dejarme decir, a tener abiertas las puertas de mi mente y de mi corazón para poder conectar con el mundo, con la realidad, con el amor de mi hermano, de la gente, con el amor de Dios, no hay nada más fundamental y definitivo para lo cuál fue hecho todo corazón humano. Es imposible que Dios no hable, es imposible que no acaricie, es imposible que no diga palabras, es imposible que Dios no esté, está, hay que verlo. Y no está en algunos lugares, en algunas cosas, está en todo, nada subsiste fuera de El, ésta es la mirada de la fe, para esto es la fe, éste es el cambio en el que tenemos que madurar y progresar, la capacidad de contemplar, por eso se ora, pero si se ora se cambia la mirada, tengo la disposición a la novedad porque esa disposición hace que madure lo que soy y lo que debo ser y eso me permite ver que en la vida todo es gracia, todo es don, estamos rodeado del amor de Dios. Ese es un cambio muy grande y para eso es la fe, para que seamos perceptivos, para que sepamos reconocer, para que sepamos por tanto ser agradecidos y la capacidad de agradecer es algo fundamental, es el rostro más claro de la felicidad.
Es importante ver que tengo que valorar de las personas, de las cosas, que me está pidiendo Dios, que estoy no queriendo mirar y tengo que mirarlo y no esperar que venga un ángel y que me haga ver que tengo que cambiar eso. Tenemos que decidir y no sólo decidimos por lo que sentimos sino por lo que vemos y si vemos tenemos que decidir y eso es necesario y fundamental para un buen cambio y por eso los cambios exigen grandes esfuerzos, exigen que seamos muy humildes, que sepamos que cuando cambiamos ciertas cosas lo anterior dejó sus huellas, sus hábitos, sus malas costumbres, sus tendencias y que somos frágiles y no podemos solos por eso cambiar implica mantener una actitud de diálogo, de compartir, de confiar y sobre todo una profunda conciencia de que sin Dios no se puede vivir.
Padre Mario Taborda
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