Todo hombre desea y anhela a Dios

lunes, 20 de febrero de 2012
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Salmo 42

“Como la cierva sedienta

busca las corrientes de agua,

así mi alma suspira

por ti, mi Dios.

Mi alma tiene sed de Dios,

del Dios viviente:

¿Cuándo iré a contemplar

el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi único pan

de día y de noche,

mientras me preguntan sin cesar:

«Dónde está tu Dios?»

Al recordar el pasado,

me dejo llevar por la nostalgia:

¡cómo iba en medio de la multitud

y la guiaba hacia la Casa de Dios,

entre cantos de alegría y alabanza,

en el júbilo de la fiesta!

¿Por qué te deprimes, alma mía?

¿Por qué te inquietas?

Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,

a él, que es mi salvador y mi Dios.”

 

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 26:

“Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida.”

Por eso es bueno considerar primero esta búsqueda nuestra: cómo nosotros, los hombres y mujeres de este tiempo, somos capaces de ser encontrados y hallados por el Dios a quien anhelamos y buscamos. Después, en una segunda instancia, adentrarnos en cómo es que Dios se muestra a quien lo desea y lo busca, cómo es que Dios viene a nuestro encuentro. Y finalmente, nos vamos a detener sobre cómo es nuestra respuesta de fe.

Hoy entramos al primer capítulo del Catecismo, a partir del punto 26. Allí nos vamos a detener para descubrir cómo el hombre es, de verdad como decía el Salmo, un buscador, un anhelante, un deseoso, uno que aspira a la presencia de una realidad que le trasciende, que es personal y que le da sentido y contenido a toda su existencia. A ese ser le llamamos Dios. El hombre es capaz de Dios.

Hay momentos en la vida donde particularmente esta búsqueda, esta aspiración, este deseo y anhelo, se despiertan en nosotros.

EL DESEO DE DIOS

 

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios”

De ahí que cuando el alma canta a Dios se encuentra con su origen, con su razón de ser, con su ADN más profundo, con su identidad más honda. Por eso la música es un canal muy particularmente rico para descubrir la propia identidad.

 

“El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (GS 19,1).

 

Y ésta es justamente la gran tarea del proceso de la evangelización: poner a los hombres en contacto con la razón de ser de sus vidas.

 

Teresa de Jesús, orando respecto de esta presencia de Dios como cimiento y razón de ser del ser personal, invita a la paciencia desde su oración, para que ningún acontecimiento o circunstancia nos saque del eje que da sentido y razón de ser a nuestro existencia. Así reza ella:

 

Nada te turbe,

nada te espante,

todo se pasa,
Dios no se muda,

la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta,

sólo Dios basta.

 

La experiencia interior del deseo de Dios es tan grande en algunas personas, como en Teresa de Jesús, que sienten que no logran alcanzar vivir en plenitud hasta que no compartan para siempre la vida con aquel que es la razón de su vida. Y por eso ella también decía:

Vivo ya fuera de mí

después que muero de amor,

porque vivo en el Señor

que me quiso para sí.

Cuando el corazón le di,

puso en él este letrero:

que muero porque no muero.

Esta divina prisión

del amor en que yo vivo,

ha hecho a Dios mi cautivo,

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a Dios mi prisionero,

que muero porque no muero.

 

En esta conciencia de que Dios la habita tan profundamente dentro de sí es que vale la pena ir al encuentro de Él para liberarse.

 

¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Sólo esperar la salida

me causa un dolor tan fiero,

que muero porque no muero.

¡Ay! ¡Qué vida tan amarga

do no se goza el Señor!

Porque si es dulce el amor,

no es la esperanza larga;

quíteme Dios esta carga,

más pesada que el acero,

que muero porque no muero.

Solo con la confianza

vivo de que he de morir,

porque muriendo el vivir

me asegura mi esperanza;

muerte do el vivir se alcanza,

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.

Estando ausente de ti,

¿qué vida puedo tener,

sino muerte padecer

la mayor que nunca vi?

Lástima tengo de mí,

por ser mi mal tan entero,

que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte:

Vida no me seas molesta;

mira que sólo te resta,

para ganarte, perderte;

venga ya la dulce muerte,

venga el morir muy ligero,

que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba

es la vida verdadera,

hasta que esta vida muera,

no se goza estando viva:

muerte, no me seas esquiva;

viva muriendo primero,

que muero porque no muero.

Vida ¿qué puedo yo darle a mi Dios,

que vive en mí

si no es perderte a ti,

para mejor a Él gozarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

pues a Él sólo es el que quiero,

que muero porque no muero.

 

 

Este deseo grande de Dios es bellamente expresado por Santa Teresa de Jesús, quien ha encontrado la VIDA en su vida y todo le resulta extraño hasta que no logre compartir con Él en plenitud aquello que se le ofrece como don.

Los hombres, en alguna parte de la historia personal, hemos experimentado o vamos a experimentar esta presencia plenificante. Y hay que liberar el corazón y el alma para ir sin temor hasta donde Dios nos quiera llevar, sabiendo que si somos guiados por Dios, en buenas manos estamos.

 

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 28:

 

“De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:

 

El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,26-28).

 

Y me quedo con esta expresión: Dios nos creó en un lugar preciso, te regaló una geografía, unas coordenadas de tiempo y espacio. Dios desde lo alto te eligió, estando cerca de ti. No está lejos aquel que estás buscando en lo más profundo de tu deseo. Cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón. En él vivimos, nos movemos y existimos.

Continua diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).

 

Todas éstas pueden ser las motivaciones alrededor de las cuales se ausenta la conciencia de que en él vivimos, nos movemos y existimos. Lo que hay que hacer es remover estos obstáculos y permitir que aparezca este deseo escondido de Dios.

 

"Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

 

Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).

 

Lo importante es que este deseo y este anhelo de Dios vayan por estos días revelándose en nosotros para que con sencillez, en lo cotidiano, vayamos descubriendo los modos en que Dios llega a nosotros y nos invita a llegar hasta donde Él está.

Padre Javier Soteras