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Entre Nosotros
Todos necesitamos un aplauso
lunes, 31 de diciembre de 2007
Todos necesitamos un aplauso y todos necesitamos una caricia, son dos aspectos del amor a nosotros mismos muy necesarios y muy importantes.
Te invito a terminar de evaluar este año, que aunque no lo querramos hacer, casi se va haciendo solo.
Por ahí algunas nostalgias, o algunas euforias, algunas neuras que nos agarran tienen que ver con ese balance que es casi como el reloj biológico, como un proceso automático que se va haciendo en nuestro corazón.
Es bueno hacerlo consciente, a menos que el dolor sea muy grande y en ese caso, tranquilos, porque a veces no se puede cerrar cuando las heridas o el stress han sido muy grandes no se puede hacer un cierre o un balance, estamos todavía medio drogui. Pero en líneas generales, es muy bueno ponerle nombre a cada cosa.
Te voy a contar un relato y una expresión, un concepto que vienen de dos fuentes religiosas diferentes, una viene de Buda y la otra viene de santo Tomás de Aquino.
En el caso del primero, la reina Malica y el rey Cosala. Esto es contemporáneo de Buda, esto es histórico.
La reina se había convertido recientemente al budismo y el rey no, sin embargo respetaba mucho las convicciones religiosas de su esposa.
En el curso de una noche muy romántica, el rey se inclinó hacia la reina, la miró tiernamente y le preguntó: “¿a quién amas más en el mundo?” y bueno, esperaba que la reina dijera “a ti”, pero la reina no respondió eso, se ve que era muy honesta, muy sincera.
Se quedó pensando y dijo “a quien amo más en el mundo es a mi misma”.
El rey se sorprendió por la respuesta, pero una vez que se acomodó de la sorpresa dijo “vaya, yo también me doy cuenta que a quien amo más en el mundo es a mi mismo”.
Sorprendidos ambos por lo que descubrían en esta conversación, fueron a consultar a Buda para tratar de esclarecer el tema.
Cuando le contaron lo sucedido, Buda los felicitó por haberse hecho una pregunta tan importante y les dijo que efectivamente, a quien uno ama más en el mundo es a sí mismo y agregó:
“si comprenden esta verdad, terminarán de manipularse uno a otro o destruirse. Si practican el amor a sí mismos no habrá lugar para la competencia entre ustedes, no tendrán que defender su valor personal y por eso mismo, no habrá espacio para las disputas.
Si ustedes se aman a si mismos, se librarán de la trampa de exigir que los otros los amen, por mi parte, yo también necesito el amor de los demás, pero no lo puedo ordenar.
Si mi necesidad de amor no está satisfecha por los otros, me aseguro amarme a mí mismo, así, dijo a los otros libres de brindarme o no su amor.
Para alcanzar este ideal de estima de si mismo, tendrán que abandonar la idea de creerse mejores o inferiores o aún iguales a los demás, ¿y qué opción les queda si no son superiores, ni inferiores ni iguales?, bueno, la opción que les queda es ser uno mismo.
Si son ustedes mismos sin buscar compararse con otra gente, tendrán posibilidad de mantener con los demás una perfecta comunión.”
Así relata esta leyenda de la India un fragmento de la vida de Buda, en este caso en diálogo con los reyes.
Esta leyenda budista está basada en una regla de oro que está anunciada en la Biblia, “ama a tu prójimo como a ti mismo” y esta formulación positiva también tiene un costado negativo que dice “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” o “no te hagas a ti lo que no te gusta que le hagan a los demás”. Extraña paradoja.
El amor a los otros tiene en ambos casos su fuente en el amor a uno mismo y es su medida.
El gran teólogo Tomás de Aquino, sobre esta regla de oro dice claramente acerca de la prioridad del amor a si mismo sobre el amor a otro.
Comentando la frase del Evangelio, santo Tomás escribe “el amor a sí es el modelo del amor a los demás y es el origen de éste último”
Realmente todos necesitamos un aplauso aunque culturalmente estemos acostumbrados sólo a dárselo a los demás.
Todos necesitamos una caricia aunque parece que nos veríamos muy patéticos acariciándonos a nosotros mismos. Pero es así. Esta es la medida de nuestro amor.
Un aplauso si supiste sonreir a los trastornos de la vida, desde los más chiquitos como perder un colectivo a la hora de trabajar hasta los más graves como por ejemplo el atravesar un duelo.
Un aplauso si rendiste una materia que tenías postergada hace mucho tiempo.
Un aplauso si te recibiste.
Un aplauso si te pasaste en cama mucho tiempo, aunque te hayas enojado o mufado.
Un aplauso si pediste perdón.
Un aplauso si en la soledad tiraste de ella y sentiste que alguien te rescataba.
Un aplauso si diste aunque sea una limosna.
Un aplauso si lloraste.
Un aplauso si abrazaste.
Un aplauso por cada gesto de amor que repartiste a los que te rodeaban y a los que fuiste a buscar para darles tu amor.
Un aplauso por ir a la laburar todos los días, a veces encontrando fuerzas mirando la carita de tus hijos dormidos.
Un aplauso si te decidiste a estudiar después de tanto tiempo de remolonear.
Un aplauso si a pesar de estar achacado físicamente, todavía seguís soñando.
Un aplauso si te despediste de una carga que llevabas hace mucho tiempo.
Un aplauso si terminaste un duelo.
Todos merecemos un aplauso.
Hay una comparación que se hace entre las expectativas que uno tiene y los logros, y a veces, esa comparación si ponés en una lista todo lo que soñabas, aspirabas y pretendías, y al lado cuales son esos logros, es probable que sientas que estás por debajo de la aprobación, te sientas aplazado en tus expectativas.
Si somos sinceros y nos ponemos una mano en el corazón, nos aplazamos continuamente, somos, en general, un tribunal bastante exigente con nosotros mismos.
La beata Teresa de Calcuta decía: “pequeñas cosas con gran amor, esa es la clave”.
Los cristianos nos olvidamos mucho de esta fórmula, una fórmula que viene fundamentalmente de san Pablo:
“aunque yo tuviera una Fe para mover montañas,
si no tengo amor no soy nada.
Aunque yo sea capaz de entregar mi cuerpo a las llamas,
si no tengo amor no soy nada.
Aunque yo repartiera todos mis bienes a los pobres,
si no tengo amor no soy nada.”
Se ve en esta carta a los Corintios que dicho pueblo andaban medio delirando con los objetivos de grandeza a nivel de santidad, seguramente ya tendrían imágenes de ser grandes apóstoles, grandes predicadores, grandes gestores para el bien de la humanidad y Pablo les quiere recordar más o menos esto de pequeñas cosas con gran amor.
En este sentido, a la hora de evaluar el año tendríamos que rescatar esas pequeñas cosas hechas con mucho amor porque en definitiva son las que para el Cielo merecen el aplauso, los angelitos aplauden esas cosas.
Fíjense que los santos son aquellos que casi sin darse cuenta han logrado grandes cosas, pero haciéndolas de a muy poquito y con gran amor.
En este sentido, sería muy bueno evaluar las expectativas que nosotros tenemos y al lado poner nuestros logros y si hemos sido aplazados igual reglarnos un gran aplauso, porque el problema no está en que los logros sean bajos, sino que muchas veces las expectativas para nosotros son muy altas, muy poco realistas, muy ambiciosas.
Entonces, para poder brindarnos un aplauso, necesitamos fundamentalmente aprender a valorar esas cosas que habitualmente nosotros tenemos como muy chiquitas. Atravesar por ejemplo una enfermedad, es una situación que parece casi no merecer ningún aplauso, sin embargo, cuantos sufrimientos atravesamos, cuántas dificultades, cuantas postraciones. Hay que aprender a satisfacerse con lo poco que hicimos porque estas pequeñas realizaciones valen mucho más a los ojos de Dios que las grandes pretensiones.
La persona que tiene confianza en ella misma supera el miedo al riesgo a raíz de hacer este aprendizaje. No está obsesionada por la perspectiva de cometer errores y si comete algunos, sabe repararlos.
Considera como oportunidades para aprender lo que hay que hacer y esta confianza, basada justamente en este gran amor puesto en las pequeñas cosas, se alimenta por estas convicciones: me siento capaz, no tengo porque compararme con los demás, comparo mis realizaciones con el pasado o con todo lo malo que hubiera podido ser, no con lo que hubiera hecho Fulano o Mengano, acepto mi nivel actual de competencia, busco mejorarme sin entrar en competencia con los demás, me atrevo a aceptar nuevos desafíos, transformo mis errores en tantas otras informaciones de lo que no hay que hacer y estoy seguro de poder llevar a término mis proyectos.
Quien se estima correctamente recuerda también sus éxitos anteriores y encuentra consuelo cuando se ha caído, vive de la esperanza de mejorar cada día y esa esperanza termina engendrando el éxito y nos permite mirar el porvenir con optimismo y nos permite dudar un poco menos de nuestras posibilidades.
Esta visión sobre nosotros mismos nos da impulso y nos da alegría. Y la perspectiva de los obstáculos y las dificultades que necesariamente se encuentran en la vida, en vez de desanimarnos, nos estimulan a seguir avanzando.
Así, a raíz de nuestras caídas y nuestros errores, vamos adquiriendo seguridad, no hay otra forma, igual que el niño cuando aprende caminar, ¿de qué manera aprende a caminar? Justamente después de haberse dado varios porrazos.
Y estas convicciones son las que van construyendo una voz interior que es la voz de Dios, que nos va diciendo que nos podemos fijar nuevos objetivos, que nos podemos felicitar por nuestros éxitos, que nos vemos teniendo éxito, que nos vemos superando obstáculos, que nos vemos caminando.
No nos hemos detenido ¿o si? Y si nos hemos detenido, como los búfalos para resistir. ¿Viste alguna vez las imágenes de los búfalos en el Polo Artico, se quedan todos quietos resistiendo las tormentas de nieve que alcanzan temperaturas y velocidades de viento increíbles.
Obviamente no se puede hacer otra cosa más que resistir, estar detenido y parado pero no te has muerto y tu resistencia bien merece un aplauso.
Cuando somos niños dependemos muy estrechamente de la reacción de las personas significativas que hay alrededor, esas personas, papá, mamá, quien nos haya educado.
Cuando bien o cuando daño pueden hacernos sus apreciaciones con sus gestos, sus miradas. Casi como que no somos y ellos son el espejo en el que nos miramos.
De manera que si el espejo nos refleja una imagen agradable, linda, buena, merecedora de muchos aplausos y caricias, nosotros vamos creciendo con esa imagen interior respecto de nosotros mismos.
Tenemos tan poca conciencia del “yo”, que el “yo”, de alguna manera, está en sus manos, por eso, que importante para todos los educadores, padres, abuelos y maestros, aprender a tomar conciencia de que estamos modelando autoestimas, estamos modelando conciencias de que estando mal formados van a exigir mucho esfuerzo a toda la sociedad para poder volver a formarse bien.
Es decir, las interpretaciones y la percepción de nosotros mismos viene a través de otros. Vamos a aprender a fiarnos de ese espejo durante muchos años y si el entorno inmediato nos refleja una imagen deformante, pues en nosotros vamos a tener una falsa estima de nosotros mismos o una baja estima.
En la adolescencia nosotros cortamos con esa imagen, cortamos con el espejo externo porque sigue funcionando el interno, y buscan otros espejos, el espejo del grupo, busca vivir en conformidad con la línea de conducta del grupo y pasan los predicados que sus pares le ponen a su sujeto.
Comienza a tener tanta o más importancia que aquellos predicados que escribieron los padres o los educadores sobre los chicos en la infancia.
Se va construyendo como una fachada social con miras a ser aceptado y a que se firme el certificado de pertenencia a la sociedad, “usted pertenece mucho, poco o nada a esta sociedad”.
Es muy difícil ser nada aceptados, muy pocos resisten concientemente la inadecuación total, hay que tener una fortaleza psíquica importante para estar totalmente excluidos de los efectos y la valoración social y resistir, pero los hay.
Así se va formando un yo ideal admitido por la sociedad o por el núcleo, en cada comunidad, en cada tribu, en cada manada hay un modelo de aceptación y procuramos entrar en ese molde.
La madurez comienza cuando emprendemos la inmensa tarea de librarnos de esos predicados inscriptos en nuestra mente, librarnos saludablemente no es para decir “me importa un bledo lo que piensan los demás” aunque a veces hay que decirlo así porque estamos tan pegoteados con la opinión que tienen de uno que es bueno poner cierta dosis de energía para sacárselo de encima.
Pero la madurez comienza con esa magnífica tarea de ser autónomos, no independientes, eso es ya un extremos, un exceso.
Me puedo autoabastecer en caso de carencias graves de valoración, de aceptación o de afecto.
Es decir, la madurez comienza cuando se emprende la inmensa tarea de mirarse a los ojos de Dios, si es que la imagen de Dios está sana, que es poco probable si yo dependo demasiado de la opinión de los demás.
La madurez comienza con la inmensa tarea de felicitarnos por nuestros pequeños logros sin esperar que lo hagan los demás, comienza con la inmensa tarea de querernos, de cuidarnos y de mimarnos, es decir, con la inmensa tarea de ser no sólo nuestra propia madre, nuestro propio padre sino aún más, la madre y el padre que quizá no tuvimos.
Si esta tarea de madurez se logra, seremos capaces de transferir a los demás y a las generaciones futuras esa suerte de trinidad espiritual que podemos amar en nuestro corazón, con la Gracia de Dios y con una tarea de madurez.
Pero esa estima tiene dos aspectos: el aplauso y la caricia, porque el aplauso tiene que ver con la valoración de nuestras capacidades y con la confianza en nuestros logros, y la caricia tiene que ver con el amor incondicional.
Muy gruesamente, puede ser que la caricia tiene que ver con el amor materno y que el aplauso tiene que ver con el amor paterno. Apelando a una imagen bastante estereotipada, y a veces no van juntas.
A veces somos capaces de mimarnos y no de aplaudirnos, y a veces somos capaces de aplaudirnos pero somos totalmente incapaces de brindarnos a nosotros mismos una caricia incondicional.
Está demostrado por la psicología que cuando a uno le cuesta mucho reconocer determinados aspectos, tanto malos como buenos, los proyecta sobre los demás, se llama “ la proyección de la propia sombra”, proyecto lo que tengo oculto en mi conciencia, lo que no puedo conectar o integrar en mi conciencia lo proyecto como si fuera un cinematógrafo en la pantalla que los demás me resultan ser.
Es muy típico de las personas que detestan algunos defectos, el no poder darse cuenta que en el fondo ellos están luchando fuertemente por esconder esos defectos y por eso, cuando el otro se los recuerda le odian.
O incluso, esto se da con características de admiración. Admiro terriblemente a una persona, pero en el fondo no me doy cuenta que lo admiro porque tengo algo de ella, y deposito en ella toda la confianza a desarrollar esos talentos porque resulta más fácil que los desarrolle esa persona y no ponerme yo en la tarea de cultivar esas semillas.
A la hora de hablar de la estima a nosotros mismos hay diferentes miradas. Algunos ponen el acento de la auto estima en el hecho incondicional de que es una persona exclusiva, que en el mundo entero no hay una persona igual a mí.
Esta unicidad de cada una de las personas es un dato no menor y debemos otorgar a priori, incondicionalmente, basándonos en la dignidad de esa persona, el reconocimiento.
Allí se pone el acento en la estima sobre la persona misma, como poseedora del valor único e infinito. Esta es la tendencia menos cultivada, es lo que está intentado la declaración de los derechos humanos. No es como funciona la sociedad hoy.
Hay otros que insisten que la estima se plasma en la definición de nuestros logros, de nuestras aptitudes. El valor de la persona y el respeto al que tenemos derecho tiene lugar cuando alcanzamos determinados valores. Sería que no toda persona es amable, es querible, hay personas que merecen un aplauso y otras que merecen abucheo.
La estima, según esta corriente es el valor de su persona y el respeto es un derecho que da en un primer lugar, en segundo lugar iría la estima de la persona.
En este sentido hay que valorarla en función de las propias aptitudes y del propio rendimiento.
¿Cuál de las dos es más importante? Hay que conciliar ambas tendencias. Por una parte amarse y aceptarse a nosotros mismos y por otra valorizarnos también en función de nuestras propias aptitudes no es un problema alternativo.
Ambas formas de valoración y auto estima tienen que ocupar un lugar importante. Si yo te valoro independientemente de tus aptitudes, mi amor sin ninguna clase de exigencia te degrada, te humilla, no espera nada de vos.
Si mi amor depende exclusivamente de tus logros y de tus producciones y si estas no están, yo dejo de amarte, ese amor te subleva y lastima.
Paradójicamente hay personas que tienen una gran estima de sí como personas, pero no confían en sus capacidades. Esta persona, probablemente tenga tendencia a no asumir responsabilidades o a no tomar riesgos. Suelen ser personas hiper sociabilizadas para olvidarse de su pereza y su falta de iniciativa. Y al revés. Hay personas que desarrollan al máximo sus propias posibilidades en el plano profesional o lo que fuera, y sin embargo no tienen estima de si en su propia persona.
Son trabajadores, perfeccionistas pero ellos en el fondo no se quieren.
No tienen buena auto estima en materia de su persona.
Y por lo tanto así como el primero espera que todo el mundo lo quiera, éste espera que todos le den atención por su trabajo, por dedicación y espera poder conquistar el afecto de los demás a través de sus logros.
Gabriela Lasanta
Participa
Radio María