Transformar el mundo desde la fe

viernes, 1 de agosto de 2008
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Sin fe es imposible agradar a Dios.

Hebreos 11; 6

Yo hago todo lo que al Padre le agrada, dice Jesús. Desde el comienzo de su ministerio el Señor invita a vivir en esta clave, a todos los que se acercan a Él. Pide que crean y que con este creer agraden a Dios. Despierten al encuentro con Él desde la fe, como respuesta a la iniciativa de amor, con la que Dios, en Cristo nos dice que ha venido a hacerse uno de nosotros.

A confundirse con todo lo nuestro, menos en el pecado, para mostrarnos cuánto nos quiere, cuánto nos ama. Hasta la misma muerte. Lo más doloroso del ser humano es incorporado en la persona de Jesús, es enfrentado por Jesús para que nos animemos a vivir la vida toda. También la muerte con Él.

Y como respuesta a vivir con Él está también la fe. Es una condición indispensable para entrar en contacto con el misterio del Reino de Dios, con el que Jesús viene a proclamar el nuevo orden del mundo nuevo que se está gestando.

Cuando Jesús cura corporalmente, o cuando realiza milagros en los signos, como le llama Juan, la fe es la que obtiene estas acciones de transformación, estas acciones de milagros, signos, con los que el Señor actúa. Los apóstoles entienden esto y en Hechos 16, 31 encontramos esa expresión que viene del encuentro con Jesús y que ha dejado una huella en el corazón de la comunidad apostólica, que prolonga la obra de Jesús.

“Si crees en el Señor serás salvo”.

Es una condición indispensable la fe y necesaria para vivir en esta Gracia. En esta Gracia de comunión, de amor, de transformación, de plenitud. Ser salvo, ser salvado es mucho más que salir de un peligro, es haber encontrado el camino de la plenitud, donde Dios nos lleva, como dice Ignacio de Loyola, de más tras más. Intentando descubrir hasta la eternidad misma lo que significa el amor de Dios y la respuesta a este amor de Dios, como iniciativa grande que Él tiene para el encuentro de vínculo, de alianza con nosotros. Sin fe es imposible este encuentro. La fe es el fundamento de este encuentro.

En la enseñanza de San Pablo se ve como esta justificación, esta posibilidad de estar bien fundados en la vida, nuestros proyectos de vida bien sólidos, se realizan por medio de la fe. Y reposa en la fe. Porque en Él se revela, dice Pablo, la justicia de Dios. De fe en fe, como dice la Escritura, el justo. Es decir, el que vive feliz, el bienaventurado, es decir vive por la fe. Justicia de Dios, por la fe en Jesucristo. Para todos los que creen, dice el apóstol.  

La fe es para la vida toda, entendida en plenitud. El magisterio de la Iglesia lo expresa así. En el Concilio de Trento, leemos “la fe es el inicio de la salvación humana, es el fundamento. Y la raíz de toda justificación. Sin fe es imposible agradar a Dios y llegar al encuentro de comunión y alianza, consorcio dice el texto, con los hijos de Dios, con nuestros hermanos. De ahí que nadie obtuvo jamás esta justificación, dice el Concilio Vaticano I, sin la fe. Y nadie alcanzará la salvación, la plenitud entera y eterna sin perseverar en ella hasta el final.”

Ayer viendo la vida de este maravilloso hombre, que ha sido el padre Pío de Pietrelcina, realmente me admiraba de ver cuánta fidelidad, cuánta confianza. Fidelidad, confianza que nace de un encuentro de amor, que le hace responder en amor, sabiendo que aquél que lo ha amado infinitamente hasta hacerse uno con él, no va a fallarle ni va a estar ausente en su vida, aún en los momentos de mayor tribulación.

Como decía él “cuando todo se ponía oscuro y de repente, el enemigo con su burla, con su seducción, con su acechanza, con sus enfrentamientos, con sus luchas, venía a querer destruir lo que Dios en su infinito amor venía construyendo en el alma de todos los que formaron parte de su familia. Sus hijos, como de hecho, se los ha reconocido y se los reconoce ahora, a los que han hecho camino discipular junto a este maravilloso hombre: el padre Pío de Pietrelcina.

Humilde, hombre de campo, rústico, lleno del amor de Dios. Que desde muy pequeño lo fue formando, lo fue haciendo suyo, para que pudiera dar respuesta de fidelidad hasta hacerse uno con Jesús en el misterio de la Cruz.

El camino de la fe conduce a esto, a empezar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. En la vida del padre Pío este tener los sentimientos de Cristo Jesús le hizo decir al final de su vida (maravillosamente presentado en esta película, que la vuelvo a recomendar), “has vivido en mi y yo he vivido en Ti, ahora es tiempo de estar juntos para siempre”.

Se entiende claramente lo de Pablo, en la vida del padre Pío, “ya no soy yo, es Jesús el que vive en mí. Llevo en mí las marcas de Cristo Jesús”. Y en él sí que las marcas de Cristo estaban tan fuertemente clavadas en su corazón, en lo más íntimo de su ser, que también se expresaba en su propia carne. En las llagas que llevó sobre su cuerpo. El único sacerdote en la historia de la Iglesia de 2000 años, junto con san Pablo, dicen algunos, que ha llevado en su cuerpo las marcas de las llagas de Cristo.

El padre Pío nos muestra un camino de confianza, un camino de fe, no como un hábito, no como una cosa, sino como un acto de fe.

Hay que distinguir y la teología distingue el hábito de fe, que nos viene como una Gracia a través del Bautismo, que nos reviste interiormente, como un hábito, un vestido de fe; y una cosa es esta Gracia, puesta en potencia en nosotros, y otra cosa es esta potencia actualizada, digamos. Esta posibilidad virtual hecha concreta, por un acto concreto de fe, necesario para aquellos que somos invitados a ordenar nuestra vida según este camino. 

El acto de fe es un acto de confianza en el que tiene autoridad. En cierto sentido atenta contra la racionalidad, pero no se puede entender un profundo acto de fe que no sea comprensible. Es verdad que no es desde la razón donde surge “creo porque lógicamente corresponde que crea”. Justamente el que cree, que lo hace por el oído, no tiene delante de sí lo que pudiera ver para entender. Sino lo que otro que le testimonia lo que está viendo, le indica que a esto debe sumarse, y que es más que aquello que él ve.

“Felices los que creen sin ver”, dice Jesús. Santo Tomás de Aquino, al respecto dice, “es más el conocimiento sabio que se adquiere por el ver que por el oír, pero salvo que Aquél que nos invita a escuchar sin permitirnos ver está viendo algo más que lo testifica su autoridad de lo que nosotros podemos ver, y entonces es más importante lo que se adquiere como sabiduría por el oír que por el ver.”

Esto es justamente lo que pasa en aquel acontecimiento en la primera manifestación de Jesús, él como Resucitado, y Tomás ausente. Tomás dice “si no lo veo, no lo creo”. El testimonio de los hermanos no alcanzó para que él creyera, pero Jesús cuando le permite ver para que crea igual que los demás, le dice: “Felices los que creen sin ver”.

Por el peso de la autoridad de Jesús nosotros podemos, sin ver, creer. Porque no solamente creemos en Dios, le creemos a Dios, que es distinto. Parece una distinción semántica. No es un creer en abstracto el nuestro, es un creer en concreto y en un Dios vivo, que está en medio de nosotros, y con su Palabra nos visita para hacer actos de fe concretos en la vida concreta.

Un acto de fe concreto en la vida concreta hoy Dios te pide, que le creas. Que le creas que es posible tu vida distinta. Que le creas que esta situación de vida matrimonial, de vida familiar, esta situación de conflicto laboral, esta situación por la que estamos pasando los argentinos ante el nuevo escenario mundial que se presenta y todo lo que se nos ofrece y le podemos ofrecer al mundo y que está trabado en algunos lugares, le creemos a Dios que Él puede transformarlo. Jesucristo, Señor de la historia, te creemos, le decimos. No es que creemos en vago, creemos que Vos sos Señor de la historia y metés mano en la historia. Creemos que sos Señor y que tenés autoridad, en tu autoridad confiamos. No vemos, pero creemos.

Y cuando creemos nos sumamos a un ver y nos subimos a una sabiduría que es más la que surge de nuestro poco ver, y de la sabiduría que tenemos desde nuestro contacto visual con lo que vemos, es mucho más.

El que cree en Dios, dice santo Tomás de Aquino, se suma a una sabiduría que es más de la que tiene por sí mismo, por su propia vista. Esta sabiduría es para ser comprendida, razonada, está llamada a ser entendida. El acto de confianza que surge de la autoridad de Dios nos invita a ir detrás de Él, supone siempre de parte nuestra un acto humano, racional, de comprensión, de que se trata en algo, lo mucho que se esconde en el misterio del Dios que conduce la vida.

Siempre quedará un marco importante de sombra, de oscuridad, de no terminar de comprender de qué se trata, pero también siempre se podrá ir entendiendo, poco a poco, de qué se va tratando. La eternidad nos espera para terminar de comprender lo que aquí con nuestras pocas luces de razón no terminamos de entender frente a toda la luminosidad del misterio de Dios.

Creamos, renovemos nuestra fe. La pongamos en acto. Movamos los músculos del creer en lo concreto. Para eso hay que estar atento en lo oír. Y en ese entender lo que Dios nos pide, aunque nos parezca imposible, aunque nos parezca incapaz nuestra naturaleza, de que pueden ser distintas las cosas, ir por ese lugarcito por donde Dios nos va conduciendo.

San Juan de la Cruz, en la noche oscura de la fe, cuando escribe “La llama del Amor Vivo”, está encarcelado. En un momento determinado, sus hermanos que lo han encerrado se distraen y él logra escapar. Cuando va escapando de aquel lugar se encuentra con que no sabe para dónde ir, porque está en un lugar que desconoce. Y de repente, encerrado en un claustro grande de un convento, aparece un perro. Y el perrito, entiende él, es el lazarillo que Dios le ha puesto para sacarlo. Así fue. El perrito encontró un hueco por donde salir de las paredes de ese convento y detrás de él fue San Juan de la Cruz.

¿Qué quiero decir con esto? Que siguiendo el indicio más sonso, si se quiere, si uno lo hace en discernimiento y entendiendo que por ahí se abre un camino, después puede venir mucho más de lo que uno se imagina. Pero hay que escuchar. Hay que escuchar en fe. Y hay que discernir. Entre el sentir interior y los signos externos se da este discernir lo que Dios dice. Y seguir es un acto de confianza, que al principio chiquito y después Dios muestra cuán grande se hace el camino. A la medida de nosotros Dios nos guía y nos conduce.

San Juan de la Cruz en aquel momento decía “y ahora por dónde?”. Y de repente, esta pregunta que surgió de su corazón, le mostró un lazarillo al lado suyo, que le mostraba un por donde. El camino de la fe es así. Te invito a renovar tu fe.

El acto de fe se hace desde la razón, no. Se hace desde el corazón. La razón entiende los motivos que el corazón recibe como revelación del misterio de la fe. Opera allí en la voluntad. El acto de fe, de confianza, de adhesión, es frente a un amor que se revela. Es decir, no adherimos a una verdad abstracta. Detrás de la revelación del amor de Dios, todas las verdades acerca de Dios, racionalmente comprensibles comienzan como a poner luz en el camino y hacen que nuestra voluntad sea guiada, con la claridad con que esta luz nos va conduciendo por las oscuridades propias de la vida.

Es un encuentro en el amor el encuentro con el Dios vivo. Cuando sabemos cuánto Dios nos quiere, cuando descubrimos cuánto Dios nos ama la respuesta de la fe brota de un corazón que adhiere a ese amor. Es un encuentro de alianza en el amor el acto de la fe. La iniciativa la tiene Dios, Él y su amor. Testimoniado casi siempre. Reflejado en un testigo que nos habla de ese amor.

Los primeros cristianos se fueron sumando a la comunidad de los doce, sólo por un motivo, ellos decían “cómo se aman”, “cómo se quieren”, “cuánto se aprecian”, “cuánto amor hay en ellos”. Y esto es lo que atraía. El amor es el que atrae.

El amor es experiencia de Dios en medio de nosotros. El Dios vivo, dice san Juan es amor. ¿Cómo es Dios? ¿Quién es Dios? Dios es Amor. Y la vivencia de Dios-Amor en medio de nosotros es el que atrae. Esa atracción del amor de Dios viene a traer luz y a poner claridad, desde las verdades de fe que Él revela. Ilumina nuestra inteligencia, nuestra razón y ordena nuestra vida inteligente, como ningún otro ser sobre la tierra, para que desde esa luz de la fe podamos nosotros encontrar el camino.

Claro, son verdades objetivas las que Dios revela. El acto de fe es un acto subjetivo. Surge del corazón, de la voluntad que adhiere a un amor que se revela y que trae luz. Puede ser por presencia de sanidad, puede ser por despertar la inteligencia a lo que trasciende. Puede ser sencillamente porque se entiende, ahora se entiende esto que no se entendía de la vida. Puede ser porque de repente en una situación de mucho dolor y de mucho aprieto, salimos a flote por la experiencia de este Dios, que rescata, que nos salva.

Los caminos a través de los cuales Dios se revela, se presenta, nos muestra su amor, son tan diversos como diversa es nuestra propia existencia. Tantas historias del amor de Dios, cuanto hombre que cree y adhiere a ese amor hay pisando sobre la tierra.

Este acto es un acto subjetivo de parte nuestra, pero viene con luces que son para todos. Estas luces que son para todos le llamamos verdades objetivas, a las que Dios nos invita a creer. La fe cristiana, encarnada en la Iglesia católica, ha construido en estos 2000 años un modo de profesar la fe en la verdad revelada por Dios, a través de lo que llamamos el símbolo de la fe o el Credo.

En el Credo está todo el contenido de la fe a la que somos llamados a adherir. Sin embargo este contenido de fe, solamente puede ser aprendido cuando nosotros respondemos en las cosas de todos los días aquello que profesamos, en la fe que tenemos. Y el camino a través del cual esa adhesión se da, es por un encuentro constante, renovado, permanente de Dios, a través de, particularmente la oración y la caridad. Por eso la insistencia de orar incesantemente.

Por allí dicen “se reza demasiado en radio María”, demasiado poco, digo yo. Habría que rezar un poquito más. Tener cuatro rosarios en el día, no es mucho, para lo mucho que tendríamos que rezar, más todavía que eso. Si entendemos de verdad de que se trata esta oración. Que puede ser esta oración incesante, de la que nos habla el Señor, que puede ser a través de la oración del rosario, la más amada de las oraciones por el padre Pío, o del mismo Karol Wojtyla, el Papa, por muchos de nosotros. Muy querida oración.

O puede ser otra oración, como era la del peregrino ruso. “Señor Jesús ten piedad de mí. Soy un pecador”. Todo el día orando esto. Y no estaba loco, estaba conciente. Y tenía tal claridad y tal luz, a tal punto se hizo esta oración conciente en él, suya en todo su ser, que podía él en un lugar de su corazón estar así orando, mientras hacía otra actividad sin que dejara de estar haciendo lo que hacía y sin dejar de orar en profundidad. Esto se llama vivir en estado de oración.

La oración incesante, la oración constante, es la oración es la oración que nos hace permanecer en estado de oración. Oremos, porque en el camino de la oración, la oración se fortalece. No se puede ser cristiano sin oración. No se puede. Es como ser un ser vivo sin aire. La oración es el aire de la vida cristiana. Es lo que nos permite respirar hondo. Cuando uno le falta el aire se ahoga, y cuando se ahoga se muere!

La fe nuestra sin oración, es una fe que se ahoga. Y ¿cómo orar?.  Empezá de algún modo. Lo más importante es que el deseo de la oración esté despierto en tu corazón. El deseo de la oración es el modo de orar. Sólo que este deseo crece cuánto más oramos.

La oración se entiende, y el acto de fe se construye desde la oración, por el despertar en nosotros el deseo de Dios, el anhelo de Dios vivo. “¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” “Mi alma tiene sed de Dios”. Del Dios vivo. “¿Cuándo entraré a ver su rostro?” La expresión de Teresa de Jesús, “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que, muero porque no muero.” Dice ella, que su vida está como fuera de sí misma porque quisiera estar con Dios, pero no puede estar. Tanto deseo tiene de Él, pero no puede estar con Dios, entonces, se muere por el hecho de no tener la posibilidad de morir para estar con Dios.

Está expresando el deseo hondo y profundo que tiene de estar con Dios. Y todos nosotros, por el sólo hecho de haber salido de sus manos, por amor. Tenemos deseos de encontrarnos con esto que está en el origen de nuestra existencia.

El acto de fe nos pone en comunión con el origen y nos da la identidad. Y nos dice de dónde venimos, a dónde vamos y quiénes somos. Cuál es el camino. Esto que tantas veces nos lo preguntamos sin preguntárnoslo, porque lo padecemos y lo sufrimos con la angustia, del que sabe que tiene dentro algo suyo, que no le deja vivir, y que no sabe de qué se trata. Se trata del problema existencial, de la vida.

Las razones de fondo por las cuales nos encontramos viviendo junto a otros sin entender de qué se trata esto de ser hombre, ser mujer. En este mundo, que no se sabe dónde va.

¿Y yo dónde voy? ¿Y de dónde vengo? ¿Y cuál es la razón de ser de mi existencia? ¿Y qué lugar tiene? ¿Y qué respuesta se le da al dolor del mundo? ¿Qué es esto de que el hombre quiere y desea lo mejor y no hace lo mejor? ¿Qué es esto que le llaman pecado? ¿Cómo se lee a la luz de la fe? ¿Qué respuesta hay para él?

Todo esto se entiende cuando se entiende el misterio de Jesús. Y a éste sólo se lo comprende, cuando abordamos su persona que ha abordado nuestra existencia, haciéndose uno de nosotros y que espera respuesta de nosotros, para entrar en Él, sólo por el camino de la fe. Sólo por el camino de la fe.

RENOVAR LA FE. TRANSFORMAR EL MUNDO DESDE LA FE.

Nosotros en estos días, sufrimos y padecemos la gestación, como un dolor de parto, de una Argentina nueva para un nuevo milenio, que nos espera florecientes. No para nosotros mismos, sino para ser verdaderamente un signo de esperanza en un mundo que padece. Hagámoslo desde la fe. Sin esta fe, vamos a repetirnos en historias del pasado y la verdad, que nos espera el futuro.

Nada se parece a lo que fue. En lo que viene. Es nuevo lo que se nos presenta. Querer entender el tiempo que vendrá bajo los paradigmas de los que fueron, y a partir de allí entonces construir, una política de semejanzas a un tiempo que pasó, lo único que hace es demorar la llegada a donde estamos siendo invitados a ir. Protagonistas reales de un mundo que tiene que transformarse. Si lo abordamos desde la fe será posible.

Este es el sentido, que yo entiendo tiene esta obra en Argentina. Como otras. Esta tiene la particularidad, la que nos toca hacer con vos, de extenderse por toda la República Argentina, con el único motivo de despertar el corazón de los cristianos a la fe. Y de los que quieran sumarse, que sean de otro credo o que nunca creyeron, pero es fe de Jesucristo y es Jesucristo nuestra propuesta. No es otra.   

El Señor de la historia. Necesitamos renovarlo en el mundo de la Iglesia, y necesitamos proponerlo al mundo, que no cree o que tiene otros credos. A Jesús, Señor de la historia, en esta Argentina nuestra.

Para mí este es el valor, el sentido y la razón de ser de por qué Dios ha querido inventar esto. Y por qué eligió a María, una vez más, para dar a luz. Una vez más. En este tiempo a una Argentina nueva. María está embarazada de una Argentina nueva. Como en un tiempo estuvo embarazada de Jesús, como en un tiempo estuvo embarazada de los discípulos, al pie de la Cruz; en este tiempo está embarazada de una Argentina nueva.

Nosotros somos testigos. Acompañemos su camino.

La fe está llamada a ser ahondada e informada, para eso es necesario estudiar. Y para eso hace falta quien le enseñe. Necesitamos dar razones de nuestra fe y de nuestra esperanza.

Lo dice Pedro, que tengamos esa necesidad de dar razón de lo que creemos. No solamente un acto de confianza en el Dios, Señor de la historia, que viene a poner un orden nuevo en todo lo humano, con la ofrenda de Jesús por amor a nosotros, sino que tenemos que explicar de qué se trata esa transformación de lo humano. En todos y cada uno de los ámbitos de lo humano, la presencia del misterio del Dios vivo de Cristo Jesús viene con una razonable respuesta, en todos. En lo físico, en lo psíquico, en lo espiritual, en lo relacional, en lo laboral.

Este Dios que forma parte de un orden nuevo, también tiene algo para decirle al comercio, a la empresa. Y tiene palabras para quienes estudian. Es un Dios que nos invita a entender que el cuidado ecológico no es solamente un cuidado que debemos hacer para no terminar con nosotros mismos, tiene otro mensaje más hondo, más profundo. Que brota del creer, en el Señor de todo lo creado. Es la creaturidad de lo creado, pero de una perspectiva distinta, como Dios la ve y la contempla. Desde el acto mismo de su creación.

TODO, ABSOLUTAMENTE TODO ES UNA INVITACIÓN A ENTENDERLO Y A VIVIRLO DESDE LA FE. Para eso hay que orar, hay que amar, y básicamente, también en esto, hay que dedicarle tiempo a estudiar, a formarnos. A indagar, a profundizar, a saber razonar la fe.

Esto se da particularmente, cuando para nosotros el paso de la Palabra de Dios no es un paso pasajero, sino como es la Palabra, que pasa con los discípulos de Emaús, pasa y se queda. Pasa y se queda.

Cuando la Palabra de Dios pasa y se queda e informa nuestra interioridad, el despertar en nosotros de las preguntas, que vienen de esta información, que nos trae la Palabra, sobre todos los ámbitos de nuestra vida, nos hace desear el indagar y el buscar más.

Esto nos hace testigos sólidos de lo que creemos. El mundo necesita testigos de la fe. Y gente que sea testigo sólido, consistente, bien parado, firme, profundamente orantes, profundamente amantes, profundamente inteligentes. Inteligentes con la inteligencia que tenemos para dar razón. Que a veces son razones muy sencillas, y a veces son razones complejas que se dicen de manera sencilla, que son las mejores formas de entender las cosas difíciles. Las dichas de manera simple. Es el estilo que tenía Jesús. De hablar de lo difícil, fácil. “El Reino de los Cielos es como una semilla”.

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Se dice lo difícil, simple, sencillo. ¿Por qué? Porque se vive en el misterio.