Un cambio de raíz

viernes, 6 de septiembre de 2019
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06/09/2019 – Viernes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario

Luego le dijeron: “Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben”.
Jesús les contestó: “¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar”.
Les hizo además esta comparación: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.
¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor”.

San Lucas 5,33-39.

Cuando Jesús nos dice ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nos está invitando a hacer un cambio interior, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón para poder ser revestidos de su presencia, de su gracia, para configurarnos con El.

Juan Pablo II en su Exhortación apostólica Ecclesia in América nos recordaba una verdad esencial: «el encuentro con Jesús vivo mueve a la conversión» y «nos conduce a la conversión permanente». También nos ha recordado que la meta del camino de conversión es la santidad, es decir, llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo». Todos estamos llamados a ser santos. Esta vocación universal no es una novedad. Ya el apóstol San Pedro, el primer Papa, exhortaba a los primeros cristianos a responder a su vocación a la santidad poniendo todo empeño en asumir una conducta digna de su nueva condición: «Como hijos obedientes, no se amolden a las apetencias de antes, del tiempo de nuestra ignorancia, más bien, así como el que nos ha llamado es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, como dice la Palabra: Sean santos, porque santo soy yo.

La santidad es consecuencia y fruto de la metanoia. Metanoia es un término griego que literalmente traducido quiere decir “cambio de mentalidad”. Jesús inicia su ministerio público invitando justamente a la metanóia: «Conviértanse (metanoeite) y crean en la Buena Nueva». Como vemos, esta expresión designa mucho más que un mero “cambio de mentalidad”, designa una conversión total de la persona, una profunda transformación interior. Es decir, «no se trata sólo de un modo distinto de pensar a nivel intelectual, sino de la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos». La metanóia es un cambio en la mente y el corazón, es la transformación radical que debemos alcanzar en nuestra realidad más profunda, permitiéndonos vivir una mayor coherencia entre la fe creída y la vida cotidiana. La metanóia lleva finalmente a vivir la vida activa según el designio divino.

Esta progresiva transformación interior cuyo horizonte es la plena conformación con Cristo «no es sólo una obra humana»: es ante todo una obra del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu nos lleva a cambiar nuestro interior, transformando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, llevándonos a la configuración con el Señor Jesús. Nuestra tarea es cooperar generosa y activamente con la gracia en nuestro proceso de crecimiento y maduración espiritual, para que por la acción divina en nuestros corazones crezca en nosotros el “hombre interior” y así nos volquemos apostólicamente en el cumplimiento del Plan divino.

 

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