Un Dios desconcertante en su generosidad

miércoles, 20 de agosto de 2014
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padre hijo

20/08/2014 – A la luz del evangelio de hoy, el Padre Javier Soteras centró la reflexión de la Catequesis en el dueño de la vid que tiene una mirada amplia y generosa. Pedimos a Dios poder ver con sus ojos, mirar la realidad amando y sin mezquindades.

Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’.

El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.

Mt 20,1-16a

 

“El Reino de los cielos es semejante a…”

La parábola concluye con la misma sentencia de Jesús, presente en el v. 19,30, aunque con una inversión en el orden: “los últimos serán primeros y los primeros, últimos”.  De este modo se forma una inclusión. Una inclusión es un recurso literario que sirve para determinar una unidad literaria. El texto, en su unidad, comienza y termina con la misma frase o palabra, con el mismo mensaje. Fijémonos, por ejemplo, en cómo empiezan y terminan las bienaventuranzas de Mateo: 5,3-10. En el caso de nuestra parábola, la afirmación de que los últimos son los primeros está al principio, al final y en el centro del pasaje (Mt 19,30; 20,8.16). Esta insistencia quiere decir que es lo más importante de la enseñanza que Jesús quiere transmitir, con esta parábola, respecto a cómo es Dios y su Reino.

El evangelio de hoy es una parábola del Reino. Las palabras con que comienza son una fórmula típica de este tipo de parábolas y es empleada muchas veces por Mateo:

«El Reino de los cielos es semejante a…

… un hombre que sembró buena semilla en su campo… (Mt 13,24 ss),

… un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo… (Mt 13,31 ss),

… la levadura que tomó una mujer… (Mt 13,33),

… un tesoro escondido en un campo… (Mt 13,44),

… un mercader que anda buscando perlas finas… (Mt 13,45…),

… una red que se echa en el mar… (Mt 13,47 ss),

… un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos… (Mt 18,23 ss)»

En este caso, el Reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. ¿Qué rasgos caracterizan a este hombre, según la parábola? Fíjate, sobre todo, en cómo se define él a sí mismo, en el versículo 15: «Yo soy bueno». Confronta este versículo con Lc 6,35 y con Mt 19,17 (“Uno solo es el Bueno”). Según estos paralelismos, identificamos al propietario con el Padre.

La viña de este hombre es importante en la parábola. Se menciona cinco veces (Mt 20,1.2.4.7.8), tres de ellas, con el pronombre posesivo. Está claro que es “su” viña. En el Antiguo Testamento, la viña era una imagen de la casa de Israel (cf. Is 5,1-7). En el Nuevo Testamento, en ocasiones representa al nuevo Israel, a la comunidad de seguidores de Jesús (cf. Jn 15,1-8). En esta parábola, la viña tiene un sentido mucho más amplio: es el Reino de Dios al que el propietario envía obreros (cf. Mt 9,37).

El propietario sale, en cinco ocasiones, desde la primera hora del día hasta la hora undécima, a buscar jornaleros para su viña. El acento recae sobre estos últimos jornaleros de la hora undécima, a los que “nadie ha contratado”. Nadie se ha fijado en ellos ni ha contado con ellos para trabajar en sus campos. Son imagen de los marginados de la sociedad de la época (publicanos, pecadores, enfermos…), excluidos de la atención y preferencia de las élites religiosas y políticas, a los que Cristo se acerca e incluye en la mesa del Reino.

Al terminar la jornada, todo tiene un fin inesperado para los obreros. Comienza a aparecer, en el modo de obrar del dueño, una inversión de los criterios normales con los que juzgamos justo un proceder. Ese comportamiento del dueño desconcierta e indigna a los obreros de la primera hora. Porque, lo normal es que quienes han trabajado más reciban una paga mejor. Eso es lo justo. Sin embargo, el dueño comienza llamando y recompensando a los últimos con el mismo salario que a los primeros. Posiblemente, también nosotros nos sentiríamos muy molestos si estuviéramos en el lugar de los obreros de la hora prima.

El hecho suscita la murmuración contra el propietario. ¿No nos recuerda esta actitud la de otros personajes del Evangelio, como el hijo mayor de Lc 15,11,32, figura que simboliza a los fariseos (cf. Lc 15,1-2)?

 El propietario responde con firmeza y suavidad a las quejas de los obreros. Él ha sido justo con los primeros, pues les ha pagado lo convenido. Su libertad no está condicionada por nada ni por nadie: es libre para hacer como quiera en sus asuntos. Y su bondad le hace desear pagar por igual a todos. Él dice de sí mismo: “Yo soy bueno”.

 Por el contrario, los trabajadores de la primera hora se muestran mezquinos y envidiosos. Eso quiere decir la expresión literal del v.15: “va a ser tu ojo malo”. Esta expresión es semejante a la castellana: “mirar con malos ojos”, es decir, con una expresión de desconfianza, desaprobación, rencor, resentimiento, envidia o cólera. ¿Por qué mirás con desconfianza, con celes, con bronca?.

En la parábola, Jesús nos muestra una mirada nueva. ¿Cómo mirar así? Mirando cómo Dios obra desde su bondad: Él es bueno.

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Mirar como Dios mira

¿Cómo aparece el reino de Dios en tu vida? ¿Cómo es este amigable modo de Dios de mostrarse en tus cosas haciéndolo todo nuevo?

Él es bueno y obra con características diferentes a la nuestra. En realidad lo que cambia entre los protagonistas de este evangelio es la mirada de unos y otros. A ésta mirada la cambia el dueño que muestra un modo distinto de ver las cosas. Y vale la pena frente a miradas mezquinas, miopes, prejuiciosas y envidiosas aprender a mirar como Él mira.

Para cambiar nuestra perspectiva de ver las cosas, quizás tengamos que mirar a Dios para ver como Él mira. Cuando un gran artista ve un cuadro, se pone a una distancia justa para poder observar su cuadro desde el punto justo que permanece oculto al observador común. Un experto observador mira lo que un inexperto no ve. Como hace el maestro cuando enseña que por saber, experiencia y conocimiento hace descubrir a los alumnos lo que ellos todavía no pueden ver. Mirar de una manera distinta y aprender a mirar la realidad como Dios la mira, supone estar mucho tiempo con el Maestro, mirando lo que Él mira. Nos ayuda, y sobretodo en este tiempo que corre cuando las miradas se opacan, con preguntas, con sobervia…

Es bueno salir de esa encerrona donde vamos proyectando negativamente y vacía de sentido para las generaciones que vienen, y aprender a contemplar como Dios lo hace, a crear horizontes como Él lo hace. Eso es justamente la mirada utópica, de algun modo, con la que Dios nos invita a caminar. Dios y sus horizontes, Dios y la utopía del Reino, Dios que nos invita a ponernos en marcha.

En este tiempo nos viene muy bien la desconcertante mirada del dueño de la viña, que no mira con desconfianza ni mezquinando, sino que mira amando. Este modo utópico que tiene Dios de mirar más allá de lo establecido es lo que nos pone en marcha. La utopía como una mirada que trasciendo lo esperado y lo conocido, que nos pone más allá de lo que en principio consideramos razonable nos hace poner en camino.

Así lo dice Eduardo Galeano:

Ella está en el horizonte.

Me acerco dos pasos,

ella se aleja dos pasos más.

Camino diez pasos

y el horizonte se corre

diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine

nunca la voy a alcanzar.

¿Para qué sirve la utopía?

Sirve para eso:

para caminar.

No es facil responder con generosidad cuando la situación nos aprieta, ni lo es cuando aparecen nuestros límites y creemos que arriesgar nos quita la seguridad. Sin embargo sabemos que si nos repetimos en lo de siempre los resultados son los mismos, por eso a veces es necesario dar pasos más allá de lo esperado para que aparezca algo nuevo. Si uno no se sube a la montaña no podrá ver el paisaje… lo mimso si uno no se acerca al pobre no podremos entender cómo es que Cristo vive en ellos.

Necesitamos salir un poco de las “certezas” las que nos aseguran algo, como si más allá de lo establecido no hubiera nada más. Y ahí permanecemos esclavos de nosotros mismos. Para encontrarnos con lo nuevo que estamos buscando hace falta romper con lo viejo para ir en búsqueda de eso que aún desconocemos pero anhelamos.

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La bomba de agua oxidada

La historia cuenta que un hombre se encontraba perdido en el desierto, ya casi a punto de morir de sed.

Caminaba, caminaba y caminaba, hasta que divisó a lo lejos algo que parecía ser una casa. Se fue acercando y pudo observar que era una vieja casita que se estaba desmoronando; sin ventanas, sin techo; se notaba que había sido construida hacía un largo tiempo. El hombre merodeó por allí y se encontró con una pequeña sombra donde se acomodó para huir del calor del sol desértico. Luego miró hacia su alrededor y a escasos metros de distancia vio una vieja bomba toda oxidada.

Se arrastró hasta allí, tomó la manija, y comenzó a bombear una y otra vez, sin parar. Nada sucedía. De pronto cayó hacia atrás, muy cansado, desanimado, a tal punto que se quedó dormido. Al mediodía despertó y notó que cerca de la bomba había una botella. La miró, se acercó a ella y comenzó a remover el polvo que poseía, limpiándola para ver que contenía. Vio que estaba hasta el borde de agua y que llevaba grabado un mensaje que decía:

“Antes que nada debes llenar la bomba con toda el agua de esta botella, mi amigo”, “Luego vuelve a llenar la botella nuevamente antes de partir”.”

El hombre sacó la tapa de la botella y comprobó que era agua lo que contenía. Estaba casi llena. De pronto él se sintió algo confundido y se quedó pensando: Debo beber de esta agua para sobrevivir o bien debo llenar la bomba, echarla a andar y obtener así agua limpia y fresca del fondo del pozo, tomar en abundancia y volver a llenar la botella para la próxima persona que llegue a este lugar?

Deberé tomarme esta agua algo turbia para poder al menos sobrevivir un poco más hasta tanto ver si llego a alguna otra parte y salvar mi vida? O bien confiar en estos escritos, aventurarme a lograr lo que ellos dicen y después poder disfrutar de esas aguas cristalinas?

Los pensamientos iban y venían en su cabeza sin aún tomar una decisión. Hasta que al fin, con un poco de miedo, echó toda el agua en la vieja bomba, volvió a tomar la manija y comenzó a bombear y bombear, una vez, dos, tres, cien; la bomba chillaba y chillaba pero nada ocurría. El se desesperaba pero igual continuó bombeando hasta que comenzó a salir el primer hilo de agua. Una sonrisa se dibujó en él, doblegó su entusiasmo y así de un momento a otro comenzó a fluir gran cantidad de agua limpia y fresca, mucha pero mucha. El tomó hasta hartarse y aprovechó a llenar la botella para la siguiente persona que por allí pasara, la tapó y agregó unas pequeñas líneas al anterior escrito que decía: “Esto verdaderamente funciona, tienes que verter todo el contenido para obtenerlo otra vez”

Mientras vamos tras la utopía que buscamos es necesario vaciarnos de sí mismo para buscar el todo.

Padre Javier Soteras