22/03/2018 – En el año 1960, en la ciudad de Roma, un atleta africano de Etiopía fue el primero en conseguir una medalla de oro en unas Olimpíadas.
Aquel magnífico corredor era Abele Bikila, un joven de 28 años que había nacido en un pueblito etíope y que no quiso seguir los pasos de su padre, un humilde pastor, sino que quiso volar sobre los 42 kilómetros y 195 metros durante dos horas, quince minutos, 16 segundos y dos décimas para ganar el oro olímpico.
Un héroe que llego a la olimpiada de casualidad, por lesión de otro corredor. Fue un héroe que debía correr la carrera utilizando zapatillas, pero como nunca antes había usado calzado no pudo hacerlo. Entonces dejó las zapatillas a un lado y decidió correr la maratón descalzo, igual que había corrido siempre en su vida.
Bikila no solo corrió, sino que ganó la carrera y lo hizo descalzo ante al asombro de todo el mundo.
Al cruzar la meta, en la ciudad de Roma, él siguió corriendo hasta el punto desde donde Mussolini había dirigido su ejército a la conquista de Etiopía. En aquel lugar, Bikila dijo: “Quería que el mundo supiera que mi país, Etiopía, ha ganado siempre con determinación y heroísmo”.
Cuatro años más tarde en los Juegos Olímpicos de Tokio, Bikila, esta vez con zapatillas (que usó por primera vez), volvió a ganar las Olimpiadas con un tiempo record, convirtiéndose en el único atleta en ganar dos maratones olímpicas consecutivas.
Abele Bikila siguió corriendo hasta 1968. Un año después, en un accidente de tráfico, quedo parapléjico y 4 años después murió por causa de aquel trágico suceso.
Bikila, tras el accidente, dejó su grandeza en forma de palabra: “Los hombres de éxito conocen la tragedia. Fue la voluntad de Dios que ganase los Juegos Olímpicos, y fue la voluntad de Dios que tuviera mi accidente. Acepto esas victorias y acepto esta tragedia. Tengo que aceptar ambas circunstancias como hechos de la vida y vivir feliz”.