Un mártir de nuestro tiempo: la historia del joven Floribert Bwana Chui

miércoles, 23 de julio de 2025

23/07/2025 – En el primer episodio de «Nuestros Mártires» conocimos la vida y la entrega de quien hoy es beato de nuestra Iglesia: Floribert Bwana Chui. Un joven congoleño, miembro de la Comunidad de San Egidio y trabajador de la aduana, que a sus 26 años supo responder con su fe a la corrupción, y murió mártir en julio de 2007. Para conocerlo dialogamos con María Eugenia Lopolito, miembro de la Comunidad de San Egidio.

“Pensamos que los beatos son personas inalcanzables, que no tienen nada que ver con nosotros. Pero Floribert era un joven, muy joven, 26 años, cuando fue martirizado. En realidad, la vida de un muchacho como la de cualquier joven que se deja conquistar por el Evangelio y el amor a los más pequeños”, comentó María Eugenia.

Floribert trabajaba en la Oficina de Control Aduanero en Goma, una ciudad fronteriza de Congo. Allí se enfrentó a una dura prueba: recibir propuestas de soborno para permitir el ingreso de alimentos en mal estado que podían causar la muerte de los más pobres. “Él dijo que no, con una convicción muy profunda, muy admirable, y a la cual le rogamos siempre que nos proteja y ayude, para que en esas decisiones que tenemos que tomar también tengamos la convicción de no dejarnos ganar por el dios dinero”, contó María Eugenia.

El joven rechazó reiteradas ofertas económicas, aún bajo amenazas de muerte. El 7 de julio de 2007 fue secuestrado y su cuerpo apareció dos días después con signos de tortura. Desde entonces, el 8 de julio es su fiesta litúrgica, día en que la Iglesia recuerda su entrega.

Para María Eugenia, la historia de Floribert interpela a todos: “Él se preguntaba: ‘¿Soy de Cristo o no soy de Cristo si acepto ese dinero? Más vale morir que recibir ese dinero sucio’. Ese es un ejemplo para todos nosotros, porque también nuestra sociedad nos tienta a anteponer nuestro beneficio a la vida de los demás”.

Hoy, su vida ilumina el camino de quienes buscan un mundo más justo. Escuelas, proyectos sociales y comunidades en África continúan el legado de este joven mártir, demostrando que la santidad es una vocación cercana, posible y profundamente humana.

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