Un mundo salvado por la esperanza

jueves, 5 de junio de 2008
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4) Un mundo salvado por la esperanza.

 

Oración para que el creer sea esperar.

 

Creo, Señor, en la esperanza.

En la esperanza posible

que está a la medida de mi medida.

 

La que viene de ti hacia mí.

La que va de mí hacia los demás.

 

Creo en las palabras que alientan mi esperanza;

y en los abrazos la que nutren,

y en las miradas que la sostienen,

y en las caricias que la fortalecen.

 

Creo en esa esperanza que parece frágil, débil y vulnerable

y, sin embargo, es capaz de seguir resistiendo

y crear nuevas todas las cosas.

 

Creo en una esperanza humilde.

La que nos es ostentosa, ni engreída.

La que ha sido lastimada y, sin embargo, sigue en pie

y continúa dando a luz.

 

Creo en esa esperanza que irradia, ilumina y acompaña.

 

En la esperanza sabia que se calla

Porque sabe que los silencios tienen su tiempo

para convertirse en palabras.

 

Creo en la esperanza que mantiene en movimiento

la rueda incansable del tiempo.

 

Creo en la esperanza de la historia y su memoria.

En el presente que se queda y en el futuro que regresa.

 

Creo que en cada mañana amanece un mundo nuevo y distinto,

porque el mundo viejo se ha dormido con la noche.

 

Creo en esa esperanza que da vida, aún cuando agoniza,

y en la luz que nos brinda

aún cuando adentro esté en penumbra.

 

Creo en la paz que nos espera después de cada fatiga

y espero en la vida que se entrega y nos guía.

 

Creo que con pequeñas esperanzas se hacen grandes sueños

y que Dios, en cada esperanza, nos ha partido y nos ha confiado

un pedacito de su corazón.

 

Ya no estamos solos: La esperanza nos regala la mirada de Dios.

 

Así lo creo Señor.

 Amén.

 

            Texto 10:

 

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder y con mucha alegría vende todo lo que tiene y compra aquél campo.  El Reino se de los cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas; al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compró” (Mt 13,44-46).

 

            A la luz de estas dos parábolas de Jesús, seguiremos reflexionado sobre la esperanza como algo de valor que sabemos apreciar y desde la cual podemos revalorizar todo lo demás ya que, a menudo, en tiempos de crisis social, como los que vivimos, nos preguntamos cómo sostener nuestra esperanza cuando todo resulta tan adverso y hostil.

 

El cristiano sabe que Dios, al hacerse hombre, nos ha dado el derecho de la esperanza en este mundo. No todo está perdido. El creyente sabe que todo está redimido. ¿Acaso el misterio de la Redención- la Cruz y la Resurrección- no nos iluminan en la esperanza de un mundo rescatado?; ¿Qué significa la Resurrección para nuestra esperanza? No se puede creer en la Resurrección sin tener esperanza. Dios se hizo hombre para rescatar al mundo.

 

            Con la Encarnación, Dios quiere formar parte del mundo y de la historia. A partir de la Encarnación está de una manera nueva en el mundo. Ha comenzado a habitar el espacio y el tiempo de un modo del todo insospechado para el hombre: Tal es nuestra esperanza. Si Dios está en el mundo, entonces, la historia puede ser distinta. Dios quiso hacerse humano y tener de un tiempo para el aprendizaje de su propia espera. La esperanza es un hábito: Se aprende y se adquiere.

 

            Por la Redención, la salvación el mundo ya está irrevocable, indefectible y definitivamente decretada por Dios. El mundo ya está redimido, ya está ganado para Dios. Todo lo vemos como estructura de pecado social en el mundo es el fruto de la libertad humana quebrada y clausurada en sí misma.

 

            La salvación ya fue realizada. El Hijo de Dios, Encarnado y Glorioso, ya ha resucitado en el mundo. Ha sido este mundo y no ningún otro, la cuna de su Resurrección. Esa es nuestra máxima esperanza. Dios ha resucitado en el mundo; ahora nos toca esperar, hasta el último día, que el mundo resucite en Dios.

 

            Confesamos en el Credo que Jesucristo ha de volver para juzgar vivos y muertos. Dios se ha hecho hombre, ha soñado con un mundo mejor. Soñaba con un mundo redimido. El Dios humano ha nacido y ha crecido, ha aprendido a esperar todas las cosas, ha resucitado como muestra del triunfo de que la vida merece la pena ser gloría de Dios y ha de venir de regreso a la historia, abriendo el tiempo del hombre en los tiempos de Dios.

 

            Dios tiene esperanza en el mundo y nosotros tenemos esperanza en Él.  Si Dios ha creado el mundo, se ha encarnado, lo ha redimido y en el ha resucitado, el mundo y la historia son para nosotros “ámbitos” donde Dios puede ser encontrado. Lo que existe de pecado del mundo es lo que existe de libertad humana ajena a este proyecto de esperanza de Dios. El pecado no engendra esperanza porque obtiene lo que desea en sí mismo, posee en sí su propia clausura, su cerrazón.

 

            En este mundo, mezcla de luces y de sombras, de Redención de Dios y de libertad humana, el cristiano cultiva su esperanza. Algún filósofo cierta vez afirmó que este es el mejor de los mundos posibles. Tal vez tengamos que darnos cuenta que este es el mejor de los mundos reales. Sólo así acrecentaremos la esperanza, porque la peor de las realidades es más que la mejor de las posibilidades, ya que la peor de las realidades puede ser perfectible, en cambio la mejor de las posibilidades puede que no sea factible. Siempre es mejor lo que es que lo que puede llegar a ser. Aunque lo que hay sea poco, es mejor que nada.

 

 

            Texto 11:

 

            Hay que discernir entre esperanza e ilusión. La esperanza siempre se fundamenta en la realidad; la ilusión, por otra parte, se sostiene sólo en la fantasía. Es preferible la peor de las realidades a !a mejor de las fantasías. Sencillamente porque la realidad es y la fantasía, no. La verdad está en la realidad, no en la ilusión. Sólo en la realidad es posible alimentar la esperanza porque la realidad, al ser perfectible, puede crecer y madurar y nos invita a seguir esperando. Siempre puede ser mejor y, a su vez, nosotros -si esperamos- ciertamente llegaremos a ser mejores.

 

            El mundo que nos toca, en este tiempo y en este espacio, es un desafío a la esperanza. Nos encontramos en un ahora de la historia del todo singular. Este tiempo que la Providencia de Dios nos confía es un momento oportuno y privilegiado del Espíritu. Todo lo que termina tiene un nuevo comienzo. Mientras dure el curso de la historia, el tiempo siempre se renueva. Cada tiempo nos regala una nueva esperanza. Hay un tiempo para cada cosa. Hay una esperanza para cada tiempo. Aquél que discierne el tiempo de cada cosa se  hace sabio. El que espera, se hace manso y paciente.

 

En la medida en valoraremos este tiempo, tendremos esperanza en él. Dios sigue teniendo esperanza en este presente.  Es por eso que nos lo concede para vivirlo. Vivamos en este mundo sintiéndonos parte de la esperanza de Dios en él.

 

            Pidamos a María, Mujer que atraviesa los siglos y milenios con sus pies descalzos y su corazón colmado, llevando en el mundo la esperanza de Dios hecha carne, en la carne de su Hijo que nosotros, en este hermoso, dramático y desafiante presente, sepamos esperar a la esperanza y encontrar en el mundo las huellas de la esperanza de Dios. Amén.

 

            Te propongo que reflexionemos hoy sobre esto y que nos preguntemos y compartamos: ¿Cuáles son las luces de esperanza que veo brillar ahora en el mundo?

 

 

Texto 12:

 

A los cristianos, la esperanza nos hace “profetas”, portadores de la luz y de la verdad que nos confía Dios. Este “profetismo de la esperanza” es el aporte que podemos dar a una cultura en vertiginoso proceso de transformación.

 

En este contexto de emergencias sociales, hay muchos que sostienen que existe una verdadera y profunda “crisis de valores”. En vez de “crisis” de valores tendríamos que propiciar, en cambio, una “re-significación” de los valores, buscando nuevas significaciones que hagan posible que hoy los valores puedan ser redescubiertos como atractivos y  estimulantes.

 

Los valores no están en crisis. Lo que está en crisis es el modo de vivirlos. Hay que encontrar nuevas maneras y nuevos lenguajes para dar significación a valores. Los códigos culturales ya son otros a los que alguna vez conocimos, han  entrado en profundos cambios.

 

Tenemos que redescubrir que un “valor” es sencillamente algo “valioso”: ¿Acaso algo quiere perder algo valioso? Si lo perdemos es porque lo hemos dejado de valorar. Tenemos, entonces, nuevamente hacer valorar lo valioso. El Evangelio nos dice que el encuentra un tesoro o una perla fina, deja todo lo demás y adquiere lo encontrado. Cuando algo es valioso, está por sobre todo lo demás y todo lo demás, se valora a partir de lo que para nosotros es preciado.

 

La esperanza es como un “eje de sentido” para con la realidad y es la que nos puede otorgar apertura a nuevos significados, abriéndonos a otros sentidos. En un mundo en el cual se pierde la esperanza, también se pierden los valores y el sentido.

 

Tal vez la tan mencionada “crisis de valores” no sea más que una pérdida de sentido y una pérdida de esperanza. Uno de los compromisos de la esperanza cristiana es otorgar una nueva “readaptación” de los valores en el actual horizonte social.

 

Sobre todo en las crisis, se abren o se cierran las mejores posibilidades. La esperanza de lo posible es siempre una posibilidad porque, a menudo, las mejores posibilidades nacen de las peores realidades. Y ése es el reto de la ética como poder de transformación personal y social. Una transformación de las personas -y a partir de ellas- de todas las otras realidades.

 

En definitiva, la problemática ética de los valores es -en última instancia- la cuestión esencial de la persona humana. Cuando se desdibuja la persona y sus derechos, se opaca también la noción de sociedad, de nación y de cultura. Los valores se eclipsan cuando se desaparece la noción de persona.

 

La Argentina de hoy pasa por una crisis de identidad donde se ha comprometido fuertemente la dignidad de las personas en sus derechos básicos. No se puede seguir claudicando lo esencial: La vida, la salud, la educación, el trabajo. Resignificar los valores supone reubicar a la persona en el horizonte de la vida, del bien común y del entretejido social.

 

De todo esto resulta una esperanza realista, comprometida y madura. La esperanza pascual de las Bienaventuranzas que nacen de la fecundidad del dolor (Cf. Mt 5,1-12). Una esperanza vulnerable y sensible,  paciente y  ardua, sacrificada y difícil. 

 

Las esperanzas fáciles no resisten la dureza de las crisis y las grietas de la realidad. Es precisa una esperanza digna, fuerte y valiente pero, a la vez, una esperanza que haya sanado sus heridas y  las haya cicatrizado en el amor y el perdón. Una esperanza martirial, sufrida y heroica: La esperanza evangélica de la santidad. Todas las otras se esfuman. Ninguna alcanza a sobrevivir. La esperanza de la Cruz es la única puerta a la esperanza de la Resurrección. Hay que emprender el camino de una fecunda esperanza que nos haga recordar que el paraíso no está perdido sino que simplemente lo hemos olvidado.

 

 

Eduardo Casas.