Un nuevo tiempo de liberación te espera

viernes, 8 de octubre de 2021

08/10/2021 – En Lucas 11,15-26 acusan a Jesús de liberar la fuerza del mal por medio de el espíritu del mal y Jesús dice, difícilmente sea así, un Reino divido en sí mismo no subsiste de ninguna forma.

 

 

“Pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: “Volveré a mi casa, de donde salí”. Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio».

Lucas 11,15-26

 

 

 

 Un signo y su interpretación

 

Jesús acaba de expulsar un demonio de un poseso, un demonio que era mudo; y apenas salió el demonio y habló el mundo. La multitud se quedó admirada; pero algunos de ellos dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.

Jesús había realizado un signo, un milagro; pero todo signo es ambivalente y se puede interpretar en un sentido o en otro. Y también es verdad que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Jesús obra de un modo que se evidencia más allá de los milagros, sino por sus obras. Unos admiraban el poder liberador y la misericordia de Dios que Jesús manifestaba; pero otros lo atribuyeron a complicidad de Cristo con el demonio.

La única explicación válida es afirmar que otro más fuerte que el demonio, es decir, Jesús mismo, lo ha vencido. Jesús pone claridad sobre la ambivalencia interpretativa. Porque él echa los demonios “con el dedo de Dios”, es decir, con su poder y “por el Espíritu de Dios” -como dice el evangelista Mateo en el lugar paralelo (12,28)-, por eso ha llegado al mundo de los hombres el reinado y la misericordia liberadora de Dios.

Es la explicación correcta, dice Jesús. Es su presencia, a veces sólo su mirada, su palabra o un gesto lo que libera. En este tiempo de octubre, mes de las misiones, lo vamos experimentando: “no lleven nada para el camino”. Para aceptar como evidente tal interpretación se requería una luz especial, es decir, la fe, que era precisamente lo que faltaba a los adversarios de Cristo. La fe es don de Dios y no una conclusión racional; por eso no nacía necesariamente de los milagros que

Además, todo signo de Dios, como palabras eficaz que es de Él mismo, apela a una decisión en favor o no en contra. Por eso añade Jesús: “El que no está conmigo, está contra mí”. Y tácitamente compara la suerte del pueblo elegido con la del poseso curado. Si no acoge el reino de Dios con un corazón abierto y agradecido, se colocará en una situación peor que al principio.

Por Cristo o contra él

Ese pueblo elegido es hoy la Iglesia, somos nosotros. O nos abrimos a Dios por la fe, reconociendo la presencia de su Reino en la persona, vida y evangelio de Cristo, o nos situamos en contra de él.

Puesto que el Padre le dio todo poder a su Hijo y lo resucitó de la muerte por el Espíritu, la figura de Cristo se ha convertido para nosotros en signo y sacramento de lo que Dios nos reserva: la vida y no la muerte, la libertad y no la esclavitud, la felicidad y no la desesperación. “Jesús es la piedra que desecharon los arquitectos, y se ha convertido en piedra angular. Ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (He 4,11).

Dondequiera que impere el mal y sus consecuencias: pecado y miseria, orgullo e injusticia, explotación y opresión, anulación de la persona y violación de los derechos humanos, allí puede transformarse todo por la salvación de Cristo, porque Él es el más fuerte. Claro que es mayor la presencia y la certeza de su presencia mientras más a prueba nos encontramos y más debilidad sentimos. Lo dice claramente el apóstol Pablo “me glorío en mi debilidad porque cuando soy debil entonces soy fuerte”. En medio de lo de todos los días el Señor obra con poder poniendo las cosas en su lugar.