Una comunicación para la Vida: La comunicación no violenta

martes, 23 de marzo de 2010
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Este mundo es lo que hicimos de él. No le echemos la culpa a otros, ni al azar, ni al destino ni a Dios. Cuesta que nos convenzamos de eso, pero el día en que lo hagamos vamos a asumir la responsabilidad de nuestra libertad. Si hoy este mundo es cruel, es porque lo hemos hecho  cruel con nuestras actitudes.

            En general en el mundo está todo bien. Seguramente no es un mundo perfecto, pero en lo que no depende de los hombres se le asemeja bastante: cuando los científicos indagan en la extraordinaria riqueza del ADN, la perfección de las células, los sistemas ecológicos, eso es lo que dicen. El planeta deslumbra por su inteligencia, por su lógica. Es cierto que hay situaciones de caos, pero por ejemplo,. Un incendio cada tanto en los bosques, termina fecundando la tierra. Incluso los acomodamientos de las placas que tantos problemas nos traen, también es cierto que nos traen problemas porque nosotros no terminamos de asignar los lugares más habitables para los hombres.

            Todas las catástrofes, los caos, siempre tienen un sentido, un hacia donde, que termina redundando en un bien. Los que tenemos que cambiar somos nosotros. Y el cambio comienza cambiando nuestras actitudes.

 

            Hoy te propongo cambiar nuestro lenguaje, nuestro modo de comunicarnos.

 

Voy a leer una reflexión hecha poesía: “LAS PALABRAS SON VENTANAS O SON PAREDES


Siento que tus palabras me sentencian,

que me juzgan y que me apartan de ti,

pero antes de irme, tengo que saber

si eso es lo que quieres decirme.

Antes de erigirme en mi defensa,

antes de hablar herida o asustada,

antes de levantar esa pared de palabras,

quiero saber si verdaderamente he oído.

Las palabras son ventanas o paredes;

nos condenan o nos liberan.

Ojalá que al hablar o al escuchar

resplandezca la luz del amor a través mío.

Hay cosas que necesito decir,

cosas muy significativas para mi.

Si no me expreso claramente con mis palabras,

¿me ayudarás a ser libre?.

Si te pareció que quise rebajarte,

si creíste que no me importabas,

trata de escuchar a través de mis palabras

los sentimientos que compartimos.


                                                                                        Ruth Bebermeyer

            Tratar de escuchar a través de las palabras, cerciorarse antes de levantar un muro de palabras. Si oímos  verdaderamente lo que el otro quiso decir, o si dijo lo que verdaderamente quería decirnos. Las palabras son un tanto tramposas a veces. Hay una manera de comunicarnos que no siempre termina expresando lo que realmente queremos expresar. Mas aún en una cultura violenta donde las palabras en remojo han terminado hinchándose de violencia.

            Particularmente le desafío a los jóvenes a que se pongan a pensar en el estilo de comunicación que se está generando en la nueva generación. ¿no es cierto que está impregnada de violencia, es decir, de desamor, de insensibilidad? En realidad, muchas veces las palabras son verdaderos murallones.

 
UNA PALABRA Carlos Varela
Una palabra no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo
igual que el viento que esconde el agua como las flores que esconde el lodo.
 
Una mirada no dice nada y al mismo tiempo lo dice todo
como la lluvia sobre tu cara o el viejo mapa de algún tesoro.
 
Una verdad no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo
como una hoguera que no se apaga como una piedra que nace polvo.
 
Si un día me faltas no seré nada y al mismo tiempo lo seré todo
porque en tus ojos están mis alas y está la orilla donde me ahogo,

 

            Jesús nos dice “no juzguen y no serán juzgados”. Es una sentencia muy pequeña, un consejo, una recomendación muy escueta, pero fundamental. Vivimos en la cultura del juicio. Al menos en occidente hemos heredado esta fuerte impronta del derecho romano de la jurisprudencia, de la ley, y lamentablemente hasta nuestro lenguaje espiritual se ha impregnado tremendamente de esta cultura legalista muy fuerte, porque hemos dedicado mucho tiempo, mucha energía, mucho talento y mucha inteligencia –con frutos brillantes- a la lógica que se manifiesta a través de una dinámica del juicio. Un juicio es correcto o incorrecto, es acertado o errado. Y el juicio apunta a una discriminación, a un discernimiento permanente sobre lo que está bueno o lo que está malo, sobre lo que es inteligente o lo que es tonto, lo que es responsable o irresponsable, lo que es normal o anormal. En concreto, si nos ponemos a analizar lo que es el espíritu de nuestro pensamiento, nos vamos a dar cuenta de que estamos permanentemente haciendo juicios. Es decir, nuestra mente está preparada para diferenciar lo bueno de lo malo en todo el flujo de cosas que nos trae la realidad. Esto impregna nuestra comunicación: los juicios moralistas, que apuntan por mecanismos defensivos, muchas veces a presuponer una actitud errónea o malvada por parte de quienes no actúan de acuerdo con nuestros valores. No hacemos silencio en nuestra mente para tratar de captarla diferencia del otro, el otro como diferente.- Entonces muchas veces llegamos prontamente al juicio.

            Y en nuestros juicios, siempre estamos echándole la culpa a alguien, o le estamos poniendo una etiqueta, o estamos criticando, o establecemos comparaciones para emitir diagnósticos, que es otra forma de formular un juicio. Y de esta manera nuestra comunicación se aparta de una especie de estado natural de tendencia a la compasión. Es decir: tendemos al juicio más que a la comprensión o a la compasión del otro.

            Esta forma de comunicarme analizando a los otros, en realidad es una forma de juzgar y una forma de clasificar. Muchos maestros tienen esta actitud de ‘buen alumno-mal alumno’, ‘inteligente-imbécil’, y trasladan sin darse cuenta esa mirada que tienen a la actitud del otro, y el otro lo capta.

            Es importante no confundir los juicios de valor con los juicios moralistas. Todos hacemos juicios de valor respecto a las cosas de la vida que estimamos. Por ejemplo, podemos valorar la honradez, la libertad, la justicia, la paz. Los juicios de valor reflejan nuestras creencias respecto a cómo podríamos mejorar la vida. Pero los juicios moralistas los hacemos con respecto a las personas o con sus conductas, generalmente cuando no concuerdan con nuestros juicios de valor. Nuestros juicios de valor reflejan nuestros valores. No es lo mismo decir “la violencia es mala”(juicio de valor) que decir “el que mató al otro es un malvado” (juicio moralista: estoy sentenciando sobre la vida del otro)

            No nos han enseñado a usar un lenguaje que propicie la compasión. Y lamentablemente abunda entre los cristianos el casamiento entre la fe y toda su doctrina y el lenguaje jurídico que se ha mezclado y fundido con el lenguaje de la espiritualidad. El lenguaje jurídico es para los jueces, que tienen que sentenciar. Nosotros vivimos sentenciando. Nos hemos constituido en tribunales permanentes. Y el lenguaje del Evangelio es un lenguaje de compasión. En Jesús escasean juicios moralistas. La sociedad de su tiempo había construido juicios moralistas y Jesús trata de destruirlos –en torno a la adúltera, al publicano, al pecador, a los enfermos-: Jesús está continuamente dinamitando la tendencia al juicio moralista de su sociedad. Se ve que no pudimos terminar de comprenderlo. Tenemos en el corazón tendencias a clasificar las personas entre aquellas que ‘merecen vivir’ y aquellas que ‘son cucarachas’, que merecen ser aplastadas.

 

NO ME PIDAS MÁS DE LO QUE PUEDO DAR cada uno tiene su mayor anhelo

no le quites alas a la libertad porque ya he empezado a levantar el vuelo.

 

No me pidas más de lo que puedo dar, tengo a mano la alegría y la tristeza

me acompañan y me ayudan a cantar , por eso las dos se sientan en mi mesa.

 

Yo no puedo ser perfecto; tengo miles de defectos, tengo lágrimas y tengo corazón.

Si me pides que mejore mis fracasos, mis errores, dame tiempo para ver si puedo andar.

 

Y yo te seguiré donde vayas tu y me quedaré, a tu lado .

 

No me pidas más de lo que puedo dar. Yo soy lo que vez no soy mas que vida

que ha escogido a mi cuerpo para descansar y seguiré camino alguno de estos días

 

Yo prefiero darme tal y como soy con todas mis dudas y contradicciones

yo no quiero fabricar una mentira para retenerte para estar contigo.

 

Solo una cosa te voy a pedir ,no le hagas caso a mi melancolía

algunos días es más fácil sonreír, pero este no es uno de aquellos días.

 

Y yo te seguiré donde vayas tu, y me quedaré a tu lado. (Alberto plaza)

 

            Hay un libro de autoayuda que me llamó la atención por su título “Cómo ser un perfecto desdichado” de Tan Grimburg, que trabaja muy bien con la ironía. Uno de los consejos, por ejemplo, es hacer comparaciones. Afirma que si alguien aspira realmente a ser un perfecto desgraciado e infeliz, quien tiene vocación para eso, lo único que tiene que hacer es compararse con los demás. Propone comenzando por lo físico, ver fotografías de hombres y mujeres que presentan la belleza ideal según los cánones difundidos por los medios y comparar la altura, la cintura, la mirada, etc etc etc. Allí ya tenemos un buen camino para la desdicha, para sentirnos desafortunados, estrellados. Por la vía de este ejercicio de comparación podemos lograr un auténtico estado de desdicha. Las comparaciones son una forma de juicio, tanto si las aplicamos hacia nosotros como si las aplicamos a los demás. Cuando uno ofrece modelos de lo que sea: de virtud, de inteligencia, de éxito… hay que ser muy cuidadoso. Por empezar sería muy bueno que junto con las virtudes de los modelos que proponemos también seamos capaces de incorporar sus defectos, debilidades, búsquedas, errores, fallas. A veces, cuando se desarrolla en grado extremo una virtud, paralelamente se desarrolla un vicio.

            Ciertamente que hay personas virtuosas. Uno trata de compartir determinados valores y virtudes que tienen esas personas para animarnos en el mismo camino.

 

            Lamentablemente muchas veces los maestros y los adultos usamos esa forma tan violenta de comunicarnos que es la comparación sin darnos cuenta del mal que hacemos.

 

            Otra forma de comunicación violenta es negar la responsabilidad. Esta es una forma de comunicación muy alienante. Hay expresiones muy habituales: “te guste o no, tenés que hacerlo, debés hacerlo” “es necesario que…” De esa manera hacemos sentir al otro culpable si no hace lo que nosotros le decimos que tiene que hacer. Lamentablemente es este un modo de lenguaje muy metido en nuestra comunicación. Es un lenguaje de continua culpabilización y de no asumir nuestras responsabilidades.

            Se pueden ver los que en un juicio por delitos de tortura por ejemplo, el acusado relata hechos como este, lo relatan con una neutralidad, indiferencia, como si estuvieran contando una película. Entonces los que escuchan ese relato no terminan de entender dónde está la humanidad de esa persona. Cuando el juez les pregunta a este tipo de personalidades por qué habían cometido esos actos, si no sentían repugnancia, rechazo, culpa,  vergüenza, dolor, sufrimiento, compasión… la respuesta es “tenía que hacerlo”, “eran órdenes superiores”. Son personas totalmente vaciadas de cualquier forma de sentimiento, de empatía. “Es la ley”, “es la política del momento”. Negamos la responsabilidad de nuestros actos cuando atribuimos nuestros actos a causas o fuerzas difusas o impersonales, cuando le atribuimos nuestros actos a nuestra historia personal o psicológica. Niego mi responsabilidad “soy alcohólico porque mi papá era alcohólico”. Negamos la responsabilidad de nuestros actos cuando atribuimos la responsabilidad a lo que hacen los demás “le pegué porque se lo merecía”, cuando se lo atribuimos a las presiones de los demás “todos lo hacían y yo también lo empecé a hacer”, cuando las atribuimos a normas, a reglas institucionales. Nadie está obligado a obedecer una ley injusta, cruel, inhumana. “Tengo que corromperme, porque si no me quedo sin trabajo”. Estoy responsabilizando a las instituciones, a las reglas, a las normas, de mis actos. Negamos la responsabilidad de nuestros actos cuando se la atribuimos a nuestra posición social: “yo robo o mato porque soy pobre”, o a los roles asignados por el sexo “me fastidia ir a trabajar, pero tengo que hacerlo porque soy marido y padre”, o se la atribuimos a impulsos irrefrenables “me dan ganas de comer bombones”.

            Sin darnos cuenta, de estas maneras estamos transformando el lenguaje en un lenguaje violento. Propongo que miremos nuestra historia en la clave de la responsabilidad, para asumir nuestras responsabilidades.

Creo que todos debemos dar un paso de madurez y responsabilidad –después de lo que nos pasa y de lo que nos ha pasado y que recordaremos este próximo 24 de marzo-. Tenemos que hacernos concientes de nuestra responsabilidad por nuestro comportamiento, por nuestros pensamientos, incluso por nuestros sentimientos, porque los sentimientos construyen cultura, construyen humanidad…o la matan.

            Dice Jesús “la violencia empieza en el corazón del hombre”. Somos peligrosos cuando no somos concientes de la responsabilidad por nuestro comportamiento. ¿cuántas veces en nuestra comunicación al hablar estamos continuamente culpando al otro? “me siento mal porque me dejas sola”. Momento: la responsabilidad sobre nuestro sentimiento es nuestra. Cuesta mucho que lo entendamos porque no hemos sido entrenados para eso. Entonces tenemos que reemplazar ese lenguaje que está implicando siempre nuestra falta de opción, nuestra falta de libertad.

            George Bernanos (periodista franciés) escribía: “Hace mucho tiempo que pienso que si llega el día en que la creciente eficiencia de la técnica de la destrucción hace que nuestra especie acabe desapareciendo de la tierra, no será la crueldad la responsable de nuestra extinción, ni mucho menos, ni por supuesto, la indignación que despierta la crueldad, ni las represalias y venganzas que trae consigo…, sino la docilidad, la falta de responsabilidad del hombre moderno, su servil aceptación básica de los códigos vigentes. Los horrores de los que hemos sido testigos y los horrores aún peores que veremos no indican que en el mundo esté aumentando el número de los rebeldes, los insubordinados e indomables, sino que lo que aumenta de manera constante es el número de hombres obedientes y dóciles.” ELEGÍA A LA DESOBEDIENCIA DE MIS SUPERIORES

 

            Qué linda perspectiva la de este periodista! Si algún día el mundo, la civilización, desapareciera, no sería ni por la crueldad ni por todas las venganzas que trae consigo, sino por el número de obedientes y dóciles.

            Pablo VI decía: “no me duele tanto la maldad de los malvados como el silencio de los buenos” –que terminan convirtiéndose en cómplices-.

            Yo creo que hay gente que elige el camino del mal, pero son realmente los menos. ¿por qué estas minorías terminan imponiendo la cultura de la muerte? Si uno sale a la calle ve que ante un accidente hay muchas personas dispuestas a ayudar, muchas personas queriendo salvar vidas. Sin embargo la sensación que tenemos es la contraria: de que todo el mundo es egoísta, malo. Y lo peor es que son profecías que terminamos auto cumpliendo, porque si nos movemos realmente en esa dimensión terminamos construyendo una civilización, una cultura en esa dimensión, porque estamos continuamente gatillando sobre el rostro mas feo del otro, estamos continuamente atajándonos sobre la peor intencionalidad que le asignamos al otro. Yo creo que esto también tiene su causa: hemos vivido en sociedades organizadas  sobre la base de la dominación, que es lo que tanto denunció Jesús. Sociedades rígidamente jerárquicas o dominantes donde grandes masas de pueblo eran controlados por un número pequeño de individuos –reyes, zares, nobles- y en beneficio propio. Jesús decía “los gobernantes de este mundo oprimen a las naciones”. Es una cultura que tenemos que erradicar. Cuando Jesús dice esto, está apuntando al corazón de un problema. Hemos sido culturas siempre altamente jerárquicas, dominantes. Una minoría maneja a una mayoría introduciendo en la mente el “tenés que” o el “debería”, que es un lenguaje totalmente adecuado a ese propósito. Cuando las personas nos acostumbramos a pensar en términos moralistas que implican lo que está mal o incorrecto, tanto más aprenden a mirar fuera de sí mismos, a las autoridades externas, para encontrar la definición de lo que es correcto o incorrecto, de lo que es bueno o malo. Es este un lenguaje muy legalista y muy juicioso.

            En cambio, cuando nos ponemos en contacto con nuestros sentimientos y con nuestras necesidades, los seres humanos dejamos de ser buenos esclavos o subordinados. Y  además nos damos cuenta de que somos todos muy parecidos, y que todos mas o menos tenemos las mismas necesidades, y que es bueno tratar de complacernos.

 

            Hay una expresión de Crishna Murti –filósofo indio- que es otra máxima de la comunicación: “LA FORMA SUPREMA DE LA INTELIGENCIA HUMANA ES OBSERVAR SIN EVALUAR”. Se que esto es riesgoso, mas aún para el pensamiento occidental esto es ‘dinamita’. Pero antes de que me tires con la granada, te voy a pedir que me escuches: no se trata de amputar nuestra capacidad de discernimiento –tan bellamente desarrollada también por San Ignacio-. Se trata de que antes de hacer un juicio, una crítica, un análisis, antes de emitir una evaluación, observemos. No estamos acostumbrados a darnos el tiempo, el espacio mental, para observar.

 

            Voy a dar unas pistas para que nos demos cuenta hasta qué punto tenemos metida en nuestra mente la comunicación violenta de juzgar al otro que no nos damos cuenta.

 

            Es importante observar nuestra forma de comunicación con los demás, porque a veces nuestra comunicación es violenta y no nos damos cuenta y estamos sembrando violencia.

            Lo más frecuente y la forma mas generalizada de ejercer violencia con el lenguaje es el verbo “ser”, y después “evaluar a la persona”.

            Cuando decimos por ejemplo “sos demasiado generoso”, este es un juicio evaluativo, sea que el juicio que venga detrás del verbo ser sea positivo o negativo.

            Distinto es el lenguaje de observación, por ejemplo: “cuando yo te veo darle a alguien el dinero para el almuerzo pienso que sos demasiado generoso”. En este caso, estoy observando una conducta, comentando una observación, y después estoy expresando mi sentir.

            Los adverbios “siempre”, “nunca” son sumamente violentos. Dar por sentado que lo que nosotros sentimos o pensamos es una certeza o una predicción. “Tu alimentación no es equilibrada, te vas a enfermar” es una evaluación. “Si tu alimentación no es equilibrada, temo que te enfermes” es una observación sin evaluación.

            No ser específico o ser genérico: “Los pobres no cuidan la vivienda”. Comentar o hablar sin evaluar sería “he visto a la familia que vive en…romper su propia vivienda recientemente asignada

           

            Hay quienes tienen el rol de hacer evaluaciones, como los maestros por ejemplo. Pero nosotros usamos ese lenguaje evaluativo todo el tiempo, y esto hace que tengamos una comunicación violenta. Por ejemplo, le digo a mi esposo/a: “vos te enojaste conmigo sin motivo” estoy haciendo una evaluación que recae en ese ‘sin motivo’. Probablemente cuando yo le digo eso al otro, se va a molestar. A lo mejor no estaba enojado sino triste o herido o asustado. ¿estaba realmente enojado, y enojado sin motivo? No lo se. ¿No sería mejor decir “ayer mi esposo/a dio un portazo cuando se fue de casa”. Otro ejemplo “mi esposo trabaja demasiado”. Demasiado ¿según quién? Vamos al terapeuta –o al sacerdote- y decimos de alguien “es muy agresivo”. ¿en qué nos basamos para decir eso? Eso es fruto de una evaluación.

            Digo a quienes hacen discursos, ¡cuántas veces es mucho mejor ofrecer el fruto de una observación que hacer juicios evaluativos!

 

            Muchas veces en nuestro lenguaje estamos haciendo evaluaciones, y el otro no recibe o no comparte mi evaluación o mi juicio moralista. Y ahí empiezan a enredarse las comunicaciones

Enemigo de la guerra y su reverso, la medalla                                                                                                                no propuse otra batalla que librar al corazón de ponerse cuerpo a tierra                                                                              bajo el paso de una historia que iba a alzar hasta la gloria el poder de la razón                                                                           y ahora que ya no hay trincheras, el combate es la escalera y el que trepe a lo más alto                                                            pondrá a salvo su cabeza aunque se hunda en el asfalto,