Una esperanza inclusiva

viernes, 6 de junio de 2008
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5) Una esperanza inclusiva.

 

Oración esperanzada al Creador.

 

Padre de toda ternura

cuando creaste al mundo

nos regalaste tu esperanza.

 

Nos compartiste la fiesta de la vida y su celebración.

Nos invitaste a todos.

Cada uno tiene un nombre frente a ti.

 

Cada uno lleva el nombre de una esperanza posible.

A cada uno nos confiaste un mundo,

el pequeño mundo de nuestra vida.

 

Somos tu esperanza Señor.

Tú crees en nosotros y, por eso, nos creas.

 

Nos amas, haciéndonos capaces de amar.

Nos esperas, haciéndonos capaces de esperar.

 

No nos dés nada sino estás Tú

y cuando nos concedas algo,

dánoslo para que la esperanza sea nuestra reina.

 

De nada vale desear sino esperamos,

De nada sirve esperar sino amamos,

De nada es provechoso amar sino Tú no estás.

 

Entréganos una esperanza en la que te esperemos.

Sé nuestra esperanza y sé también nuestro amor.

 

Nuestro corazón tiene tu destino.

Tú eres nuestro principio y nuestro fin, Señor.

 

Amén.

 

 

Texto 13:

 

“Un hombre tiene cien ovejas y una se le extravía. ¿Acaso no deja las noventa y nueve en el campo para ir a buscar a la que está perdida? Y si la encuentra, les aseguro que ésa le da más alegría que las novenita y nueve que no se le habían perdido” (Mt 18,12-14).


La Parábola de la única oveja que está perdida, extraviada y separada del resto, nos ilumina para reflexionar sobre una esperanza comunitaria y social, inclusiva e integradora, en la que no haya segregados, marginados y excluídos del resto.

 

Ya hemos hablado de la “revalorización” que requieren ciertos valores -valga la redundancia-  en nuestra sociedad. Contemplamos la compleja crisis del presente con una actitud de serena, aunque, muchas veces, dolorosa esperanza que consiste en darle una nueva oportunidad al mundo, brindando una nueva oportunidad a los otros. La esperanza, es por eso, contrapuesta a la resignación que cierra las puertas y a la exclusión que margina a los otros.

 

Los otros son también el mundo y cuando doy una nueva oportunidad al mundo en los otros -si verdaderamente el otro es el prójimo- el mundo nuevamente me está dando una oportunidad a mí. Todos somos los destinatarios de esta nueva esperanza.

 

Tenemos que dar un servicio de esperanza desde la resignificación de los valores. El mundo está buscando el descubrimiento de “otro mundo”. Las personas y las sociedades -especialmente las más empobrecidas y sufridas- desean otro modelo social, más universal e inclusivo. Para nosotros, la profecía ya se ha cumplido: La esperanza no es mañana. La esperanza es hoy.

 

Precisamente el misterio de la Encarnación nos ubica en las coordenadas de la realidad de Dios, del hombre y del mundo. Sólo  es posible la esperanza si existe un criterio de realidad. Muchos piensan que la esperanza se fundamenta en el optimismo, en el buen humor, en la ilusión, en la fantasía, en la utopía o en la “buena onda”. Se puede tener todo eso y no ser verdaderamente esperanzado. La esperanza se diferencia esencialmente de los otros estados mencionados, especialmente por su adecuación a la realidad. La esperanza no disfraza ni maquilla la realidad distorsionándola para que sea más “digerible”.

 

La esperanza que asume un criterio realista y se compromete sin evasiones nos pone corresponsablemente frente al destino dramático de la historia. Decimos “dramático” porque en la historia se escribe desde el entramado de los conflictos humanos.

 

La esperanza cristiana es compatible con el drama, del mismo modo en que son compatibles la fe y la crisis. Creemos en un Dios hecho hombre en el drama del mundo.

 

El drama conlleva un sufrimiento que no se cierra en sí mismo, asciende –como en una espiral- en círculos cada vez más amplios, abriéndose hacia arriba. En cambio, la “tragedia” contiene un sufrimiento que se cierra en sí, se lastima y se clausurado, sin posibilidad de ninguna apertura. Cuando el sufrimiento tiene salida, lo que se presente es un “drama”. Cuando el sufrimiento queda encerrado, sin salida alguna posible, sin resolución, lo que vemos es una “tragedia”.

 

El sufrimiento que expresa la Cruz de Jesús y de los cristianos no es una “tragedia”  sino un  “drama”. La Cruz de Jesús es el drama del hombre y del mundo asumido y resuelto por Dios hecho hombre en el mundo. Nuestra esperanza es que Dios se ha hecho hombre. El mundo ya está irrevocablemente salvado; se encuentra absolutamente redimido, aunque a nuestros ojos aparezca opacado por tantos signos de muerte. La fe nos dice que el mundo ahora es indeclinablemente de Dios; ha entrado definitivamente en el ámbito de la gracia; en el horizonte de lo divino y trascendente. A partir de la fe, se mantiene victoriosa nuestra esperanza.

 

Desde lo que estamos reflexionando te invito a que compartamos: ¿En qué se manifiesta la necesidad de esperanza de nuestro pueblo?; ¿En qué realidades escuchás el clamor de esperanza de tus hermanos?

 

 

Texto 14:

Los cristianos en cada momento de la historia debemos redimir nuestra frágil esperanza para que -en medio de los sufrimientos- estemos siempre “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,18) porque “el sufrimiento engendra paciencia y la paciencia engendra esperanza y la esperanza no falla porque el amor de Dios ha sido derramado” (5,3-5).

 

La esperanza que no defrauda tiene su sostén en el amor de Dios. Un amor que abarca todas las esperanzas del mundo. El cristiano concibe su esperanza centrándola en el Dios de toda espera. Es por eso que “la fe, la esperanza y la caridad, estas tres” (1 Co 13,13) constituyen las llamadas “virtudes teologales”, las que tienen a Dios como último destino de su realización.

 

La esperanza para el cristiano no es sólo, ni principalmente, una virtud humana sino una virtud teologal. Aquí estamos hablando de una “esperanza ética”. Muchos en la cultura actual postulan una mera esperanza humana sin ninguna responsabilidad en la construcción solidaria del mundo. La esperanza ética nos debe permitir actuar con una ética de la esperanza en todas las cosas, especialmente en nuestra mirada del mundo y en nuestra participación en él.

 

Al contemplar nuestra realidad, hay quienes piensan que, como País, estamos tan mal que más bajo no podemos caer y si cabe alguna tímida esperanza, la única posible es la “esperanza del rebote”. Así como cuando se arroja una pelota para abajo sólo vuelve a saltar hacia arriba en una altura proporcional a la caída que tuvo; de igual manera, piensan que ésa es la única esperanza que nos queda: La de seguir rebotando después de la caída, con el mismo impulso, proporcional al se tuvo pero en la dirección contraria.  Ojalá que después de cada caída nos quede el impulso del “rebote” aunque más no sea como un “mecanismo” de esperanza. Sin embargo, eso no basta. Necesitamos la fuerza de una verdadera esperanza transfiguradora. No solamente que nos tire hacia arriba sino que también nos empuje hacia adelante.

 

Hay quienes creen que esperar es “anhelar que ocurra algo” –ya que la angustia y el estrés, el cansancio y el agobio, las decepciones y las desconfianzas, los escepticismos y las frustraciones, las incertidumbres y los fracasos van erosionando nuestras ultrajadas energías-  no obstante, la genuina esperanza, más que anhelar en una actitud pasiva que ocurra algo, consiste “en hacer que algo ocurra”. La esperanza es activa, propulsora y dinámica. Esperar es mantener la convicción de que lo mejor está aún por venir.

 

Mientras tanto creemos, como reza un salmo, que la suerte puede cambiar ya que “los que siembran entre lágrimas, cosechan entre canciones” (126,5).

 

La esperanza cristiana posee una “audacia profética” que nos permite encontrar, entre las muchas grietas de nuestro viejo mundo, alguna rajadura por donde entre la luz. Hay transparencias de esperanzas que sólo renacen desde el dolor. El “factor humano” resolverá nuestra crisis. Nuestro País posee un riquísimo recurso en su gente. Siempre se puede y se debe esperar algo de sí y de los otros. La esperanza es la posibilidad de la “otra oportunidad” que tenemos que otorgarnos todos, recíprocamente.

 

Desde lo que estamos reflexionando te invito a que compartamos: ¿En qué se manifiesta la necesidad de esperanza de nuestro pueblo?; ¿En qué realidades escuchás el clamor de esperanza de tus hermanos?

 

 

Texto 15:

 

En nuestro País se nota el maltrato social que sufre la esperanza de la gente. No sólo se ha empobrecido socialmente la realidad, empequeñeciéndose hasta límites extremos, sino que se han achicado también las expectativas y  los sueños. Al estrecharse las realidades y  los sueños, la esperanza socialmente se recorta.

 

Hay un salmo que canta a Dios una profunda tristeza hecha interrogante: “… ¿Harás tú maravillas por los muertos?, ¿Se conoce tu justicia en el país del olvido?…” (87,13). Cuando uno lo reza desde este lugar del mundo, a veces parece que es Argentina “el país del olvido”.  No porque Dios se  haya olvidado de nosotros sino porque muchos se han olvidado de nuestro país. “El país del olvido” de los que están ocupados sólo con la desocupación o de los que encuentran “el pan nuestro de cada día” hurgando en la basura y revolviendo en las sobras de otros o de las distancias sociales cada vez más abiertas como lacerantes heridas, como dice la Parábola de la distancia que existe entre el rico indiferente y el mendigo que estaba a su puerta: “Entre ustedes y nosotros se abre un inmenso abismo por más que quieran nadie puede cruzar” (Lc 16,25-26).

 

Jesús dijo: “Tuve hambre, tuve sed, fui extranjero” (Mt 25,31-6). Esas no son para nosotros sólo palabras del Evangelio son también dolorosas palabras de nuestra realidad. Hay muchos hermanos nuestros que las pronuncian desde el dolor de sus vidas. El cristiano une la Palabra de Dios y la palabra del hombre en la carne de un solo Verbo. El Evangelio y la realidad: Uno debe ser leído desde el otro.

 

La esperanza genera una “espiritualidad de la integración” en la que nadie sea dejado de lado y  una “espiritualidad de la inclusión” donde nadie sea excluido.  La verdadera comunión asume todas las diferencias porque –como dice el Evangelio-  “si amamos sólo a los que nos aman, ¿qué hacemos de extraordinario?, ¿acaso no es esto lo que hacen también los pecadores? (Mt 5,46-47).  

 

Ya que en el imperante sistema social de globalización existen los “excluidos”, recordemos que para los cristianos no puede ni debe ser así. No sólo tenemos que hablar de “opción preferencial por los pobres”  sino de un “amor preferencial por los pobres”. Para un cristiano no es una opción –si se abraza el Evangelio- elegir o no la caridad hacia los más pobres. Si se opta por el Evangelio no es optativo el amor a los pobres. Esta preferencia no es exclusiva, ni excluyente, sino “inclusiva” e integradora. El amor a los pobres es esencial a la caridad cristiana. Forma parte ineludible del mensaje de la Buena Nueva, “ en nuestro tiempo son muchas las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente si a las antiguas, añadimos las nuevas pobrezas”[1]. En nuestro País tenemos más de un ejemplo de “nuevas pobrezas” encarnadas en la crucifixión social de los “nuevos pobres”.

 

Entre los desafíos actuales tenemos el de recrear nuestra mutilada esperanza. También nosotros podemos, en estas circunstancias, tomar las palabras del Apóstol: “… Estamos atribulados en todo, pero no aplastados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados…” (2 Co 4,8-9). Ojalá construyamos la realidad de la esperanza con la esperanza de la realidad: Que “el Dios de la esperanza colme nuestra fe para que con la fuerza del Espíritu Santo también nosotros desbordemos de esperanza” (Rm 15,13).                                                                                                                     

 

En estos tiempos de cambios, nadie tiene una respuesta definitiva. La esperanza no sólo tiene que ver con el futuro sino que -en cuanto asume la realidad- tiene que ver, profundamente, con el presente. La esperanza es posible en la medida en que se tiene humildad, la cual no es otra cosa que adecuación con la realidad. Sólo así es posible tener aquí y ahora una esperanza solidaria y corresponsable que posibilite la búsqueda de un bien cada vez más común y comunitario.

 

            Tenemos que adentrarnos en este mundo y en este nuevo tiempo, construyendo una esperanza tan vasta como el mundo y como Dios. ¡Despleguemos nuestra esperanza como una bandera, como el maneto de la Virgen que nos cubre, nos ampara, nos refugia y nos contiene!

 

Que María -Mujer del nuevo milenio, Estrella de esta reciente aurora, Lucero virginal  de la alborada y Centinela del amanecer- nos regale el nacimiento de una buena esperanza para este tiempo. La esperanza construye la paz social. Nosotros creemos que la esperanza es la mirada que Dios nos concede para poder contemplar, con compasión, las heridas de este mundo. Amén.

 

 

Eduardo Casas.

 

 



[1] Juan Pablo II, Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” (NMI, 49). 06/01/01.