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Una espiritualidad abierta
jueves, 25 de septiembre de 2008
Hay más alegría en el dar que en el recibir.
Hechos 20, 35
En el darse está la felicidad. Hoy queremos proponerte una espiritualidad abierta, que no sea de claustros ni de encierros, ni de
corazones desalentados, sino buscando al hermano y al Señor, ya que nuestro verdadero refugio está en Dios. Queremos descubrir la alegría en el darnos, apartándonos de todo lo que implique búsqueda de seguridades que poco duran en nuestras manos, que luego se desmoronan, como la economía y mercados capitalistas que vemos derrumbarse en estrepitosa caída. Si bien estos días por los que está pasando el mundo son momentos dolorosos por un lado, es sano ver que estos “dioses” en torno a los cuales hemos construido la sociedad, se caen. Porque en la caída está el dato de que no es de Dios.
Dios quiere una espiritualidad de
corazón abierto. No la concentración de poder en pequeños grupos. Justamente la posesión, el aferrarnos a los bienes, es una lógica de la destrucción, que no nos permite madurar ni crecer como personas y como sociedad justa y fraterna. El que acumula cree que ha encontrado un paraíso en la tierra. El que da, sabe que está recorriendo un camino hacia lo eterno.
Si de verdad estamos llamados a ser luz del mundo y sal de la
tierra, esta condición nuestra de darle sabor y luminosidad supone que debemos comunicar la luz y el gusto por la vida que nos regala Jesús en lo cotidiano de nuestra vida. Debemos vivir abiertos a los otros. En un encuentro simple, cotidiano, habitual con los otros. Compartiendo nuestro visión y nuestro convicción de que Dios todo lo hace nuevo.
Es sano y conviene estar informados de muchas cosas, movernos por ambientes variados. Lo cual no implica salir de lo central ni ser superficial. Sino que es amor hacia el mundo que
Dios ha creado, lleno de hermosura. El mundo está lleno de mensajes de vida que queremos aprender a escuchar y con ellos vincularnos. Desde este lugar es que la Biblia lo considera sabio a Salomón, porque era capaz de hablar con cualquiera sobre cualquier tema (cfr. 1 Reyes 5, 13) porque tenía la sabiduría de Dios en el corazón y era abierto, con la certeza de que su fortaleza era Dios. Esto nos permite comprender que puede haber una espiritualidad que se vive y se expresa en el encuentro con los demás, en el diálogo con el mundo moderno siempre lleno de desafíos y novedades. Es una clave espiritual, en una perspectiva dialogal de encuentro y de apertura. Dios nos pone en actitud de éxodo, saliendo de nosotros mismos hacia los demás, viviendo como discípulos en la calle. Es poner nuestra vida en contacto con la vida de los demás. Con gozo y alegría. No perdemos el tiempo si nos detenemos a dialogar con alguien, por más superficial que parezca. Al salir de nuestro mundillo hacia el encuentro con los demás, Dios hace mejores las cosas, con poder en medio de nuestra debilidad. Dialogar es una gran ayuda para nuestro crecimiento espiritual, para no evadirnos de la realidad que nos supera. Pero hay que soltarse, con la certeza de que Dios conduce nuestros caminos.
Nuestra espiritualidad no es de encierro sino de
corazón, voluntad y mente abiertas, con la apertura del que sabe que Dios acompaña y que su vida está puesta en las manos de Dios. Así debemos caminar, sabiendo que Dios guía. Hace falta mucho diálogo y comunicación con los demás.
Actualmente han surgido “tribus”, por ejemplo la “tribu urbana”. Es un grito, un pedido de ayuda
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