Una fe motivada por el amor dispuesta al servicio y a la intercesión

miércoles, 9 de agosto de 2023
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09/08/2023 – Compartimos la catequesis del día junto al padre Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca:


Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”.Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”.Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada.

San Mateo 15,21-28

En el evangelio que compartimos hoy, vamos descubriendo que estamos llamados a meditar, a reflexionar sobre la importancia de la fe, de la confianza en Dios, pero no una fe intimista, no una fe que se vive en soledad, sino una fe que está motivada por el amor, una fe que sale al servicio y a la intercesión. Creo que esta es la única manera verdadera para vivir la fe, no exclusivamente como un encuentro con Dios, que lo es, pero sino también desde un encuentro con el hermano. Por eso la palabra nos muestra Jesús y vemos también la fe de una mujer marcada por una necesidad, unida por una necesidad.

Veamos la actitud de Jesús.

El Señor, nos cuenta la palabra, parte de Genesaret, que está en la costa del mar de Galilea, a Tiro y Sidón, que están a unos 37 y 35 km. hacia el norte, en la costa del Mar Mediterráneo. Es un largo trayecto, que lo ubica a Jesús mucho más allá de lo que se consideraba su misión. Sin embargo, como en cada milagro del Señor, la Palabra nos invita a mirar más allá. No es solo el signo que realiza Jesús, sino las palabras y las actitudes que se muestran en los que están a su alrededor.

Claro, a primera vista pareciera ser que Jesús se comporta con una total indiferencia respecto de la mujer cananea, es decir, extranjera y pagana, “distinta” del Pueblo de Israel. Indiferencia que llega a hacerse silencio atroz. Son los discípulos los que le piden que se ocupe de ella porque “los persigue con sus gritos”. Y la escena se completa además con la lapidaria frase de los cachorros y los hijos. Es decir, la aparente indiferencia de Jesús se vuelve rechazo. El Mesías vino para las ovejas descarriadas de Israel. No para los paganos.

Mateo aprovecha la imagen y plasma entonces en el evangelio una actuación: Jesús actúa al modo de los fariseos, los escribas, los doctores de la Ley. Jesús asume la misma postura que hubiesen asumido los líderes religiosos de su época: el Mesías viene solo y únicamente para los judíos y es propiedad privada del Pueblo de Israel. Dios no es para los paganos. No es para la mujer cananea. Y por eso el desconcierto.

¡Cuánto tiene para decirnos este evangelio a nosotros hoy! El evangelio de Mateo y la actitud de Jesús que se refleja en él nos dicen todo lo contrario: Dios no es propiedad de nadie ni de ninguna religión. Dios es de todos y para todos.

Vemos a esta mujer, su hija estaba enferma.

Casi nos parece escuchar sus gritos. Incluso los discípulos interceden, no por compasión, sino por molestia.
Dos actitudes fuertes: la mujer, no sabemos su nombre, se postra y grita.

Pienso que podemos meditar algunas ideas para nuestra catequesis de hoy.

En primer lugar, ¿cuánto hacés por los que amás? Creo que es una linda pregunta para comenzar a reflexionar un poco, ¿no? ¿Qué sos capaz de hacer por las personas que amás? Que en definitiva es lo mismo que decir ¿cuánto amás o cuánto dejas de amar? Lo vemos en el ejemplo de esta madre que nos deja el evangelio, una madre que cree, una madre que está dispuesta a hacer lo imposible por la salud y el bien de su hija. Es un amor que no tiene límites, que no tiene vergüenza, que no acepta límites, que no se anda fijando en el que mira, en el que no, en el qué dirán. Pensá hoy en las personas que amás. Detenete un rato y pensá en las personas que vos tenés en el corazón, en los que se te hacen necesarios en tu vida, y pregúntate, ¿los estás amando en serio? ¿Estás confiando en ellos? ¿Les estás dejando amar vos? Bueno, dejá de lado el egoísmo, la envidia, el rencor, y acordate que el único que enseña a amar como corresponde es Jesús. Podríamos hacer una oración y repetir en este día, ¿no? Señor, enseñame a amar de verdad.

No se trata de dejarse pasar por arriba, sino de aprender a poner sanos límites.
No se trata de llevarse todo por delante, sino de escuchar al que se te cruza en el camino.
No se trata de querer controlarlo todo, sino de aceptar tiempos y procesos de los demás.
No se trata de solucionarle los problemas a todo el mundo, sino de ayudar en la medida de lo posible.
No se trata de no enojarse nunca, sino de saber perdonar.
No se trata de vivir en el rencor, sino de dejar que Dios sane las heridas.
No se trata solo de no maltratar, sino de tratar bien.
No se trata de no corregir, sino de encontrar la palabra y el gesto oportuno.
No se trata de callar la verdad, sino de buscar la manera de decirla.
No se trata de ser amigo de todos, sino de tener el corazón en paz.
No se trata de no tener problemas, sino de ponerlos en manos de Dios.
No se trata solo de rezar, sino también de comprometerse.
No se trata de no actuar, sino de saber discernir.
No se trata de nunca parar, sino de saber descansar para después seguir.
¿De qué se trata entonces? De amar y dejarse amar. De hacer como Jesús.

Segundo, no te canses de interceder. Es lo que hace la mujer del Evangelio, ¿no? Es una gran intercesora, sabe unir, sabe buscar lo mejor para los otros, y se anima a responder, ¿eh?
Fijate qué linda esta actitud: el acercarse al Señor para pedir por otro. Seguro que tu oración tiene mucho de esto, pedís por la gente que querés, que tenés cerca, que amás. Eso es la intercesión: poner al otro delante de Jesús en la oración. Y esa oración tiene peso porque está motivada por el amor. Dios siempre escucha esa súplica, no te canses nunca de pedir por los demás. En este miércoles te propongo que no pidas tanto por vos, que hoy sea un día de gracia para los demás. ¿Por quién vas a pedir hoy?

Por eso, hablale a Dios de los otros y a los otros de Dios, que tu oración también sea pedir por los demás. Da testimonio, contá lo que el Señor hizo por vos. Acordate que hay gente que reza por tus intenciones, ¿eh? Todos los días. Vos ponés en Jesús no solamente lo tuyo, sino también lo de los demás. Es así, ¿eh? En el servicio, cuando uno se vuelve cada vez más y más pleno. Por eso, hoy te propongo un ejercicio. ¿Cuál ejercicio? Bueno, cuando vayas a rezar, no pidas por vos, ¿eh? Dejá y confía en que hay otro que está pidiendo por tus intenciones. Hoy, dedicate a rezar por los demás. Y vas a ver que, ocupándote de las cosas de Dios, Dios se va a ocupar de las tuyas. Pensando en los demás, Dios no te va a dejar solo. Creemos en un Dios de las sorpresas. Dejate sorprender por Él.
Interceder es mediar, es ser puente, es animarse a dejar de ser el centro y parar un poco de mirarse el propio ombligo.

Tercero. Acercate a Dios con amor y humildad. Dice el evangelio que esta mujer se postró. Fijate que a veces a nuestra oración le falta postración. Nos falta más rodilla frente a Jesús. Y no estamos hablando de la actitud física, eh, sino más bien de un postrarnos espiritualmente porque lo exterior refleja lo interior. ¿Cómo te estás acercando a Jesús? ¿Para exigir o para suplicar? ¿Estás reconociéndote necesitado de Dios o pensás que cuando rezás le estás haciendo un favor a Dios? Animate a confiar con humildad.

Perseverá. Detenete un poco en esta mujer. Ella le gritaba, le suplicaba a Jesús: “¡Ten piedad de mí!”. No se callaba, pero no imponiendo, sino insistiendo. La súplica de esta mujer estaba llena de perseverancia y fe. Le dice a Jesús que si bien tiene razón, hay pan suficiente para hijos y cachorros. Ella le muestra la fe que ni los líderes religiosos ni sus propios discípulos tenían. Y es lo que Jesús termina alabando. La salud de la hija atormentada por un demonio pasa a segundo plano. No solo se cura, sino que la mujer accede por la fe a la salvación. Y no se hace judía. No sabemos si se convierte al cristianismo. Quizás haya seguido con sus prácticas religiosas. Sin embargo creyó en Jesús como ninguno había creído.

Es algo que tenemos que imitar: no cansarnos de orar. A veces no vemos frutos y bajamos los brazos. Pensamos que Dios no nos escucha, que no puede obrar en nuestras vidas. A veces, como en el evangelio de hoy, Dios parece hacerse el sordo, pero permite esto para que aumente tu fe y perseveres. Mirá, aunque no veas resultados, aunque parezca que Dios no te escucha, perseverá. Por eso qué lindo lo que dice el Señor: “Qué grande es tu fe”. Rezá siempre, porque Dios sigue ahí. Que tu fe sea constante en el seguimiento de Jesús. Mirá a Santa Mónica por ejemplo, que oró 30 años hasta que su hijo se convirtió a San Agustín. Por eso qué lindo lo que hoy dice el Señor. Qué grande es tu fe. Reza siempre, reza siempre porque Dios sigue ahí para que tu fe sea constante y puedas perseverar en el seguimiento de Jesús.

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y Jesús privilegia, una vez más, la bienaventuranza más grande que aparece en la Palabra: la bienaventuranza de los que creen.