28/04/2021 – En el Evangelio de hoy Juan 12, 44-50 en un párrafo dice “Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.” El tiempo que estamos transitando se caracteriza por las sombras, las incertidumbres y Jesús, en ese contexto te viene a decir yo vengo a iluminar tu vida.
Jesús exclamó: “El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó”. San Juan 12,44-50.
Jesús exclamó: “El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó”.
San Juan 12,44-50.
Dice Jesús: El que cree en mí vivirá en la luz, como iluminado por la presencia de mi amor que transforma y hace nuevas todas las cosas. La luz es signo de la transformación que la persona realiza en su camino interior.
Decimos que una persona irradia luz cuando hablamos de alguien que tiene verdaderamente vida en su corazón fruto de un camino de transformación. Por eso la luminosidad de la que habla Jesús a partir de la creencia en su Palabra es la que viene como fruto del desarrollo de un camino interior donde el Señor verdaderamente nos transforma, nos hace nuevos.
La vida espiritual es un camino en este sentido. Un camino interior que apunta a transformarnos siempre y constantemente. En la vida del Espíritu nos abandonamos en el Dios que da la vida, quien quiere desarrollar en nosotros su luminosidad por medio de un camino de transformación constante. La vida interior está llamada a ser una usina donde se genere la luz que necesitamos para caminar. Cuando estamos opacados en el camino de la vida por un cierto decaimiento, depresión, tristeza, agobio, preocupación, falta de horizonte, sin sentido es como que se desvanecen las fuerzas que por dentro nuestro traen la posibilidad de generar en el camino entusiasmo, buenos deseos, vida que transforma, luminosidad.
El camino interior es un camino que pone luz en nuestro andar.
La transformación interior se desarrolla en espiral. No es un camino de mano única por el que podríamos seguir avanzando sino que es un sendero en forma de espiral que parece regresar al punto de partida para volver a reiniciar con fuerza el andar. Jesús lo describe a éste proceso de transformación interior en algunas parábolas, por ejemplo la de la semilla de mostaza que crece lentamente para transformarse en un arbusto, el más grande de todos siendo una pequeña semillita, la mitad de una cabeza de alfiler. Por largo tiempo no notamos nada sobre su transformación pero de repente empieza como a aparecer un brote y éste crece, se fortalece y va desarrollando su ramaje hasta constituirse en el más grande de todos los arbustos donde vienen los pájaros del cielo a cobijarse bajo su sombra.
También dice Jesús: es como un poco de levadura el Reino de los cielos que alguien pone en la masa y de repente toda la masa se ve fermentada por la levadura. Es como un poco de sal también dice el Señor, el Reino que viene a darle sabor a toda la vida. Así también los procesos nuestros de transformación no hay que pensarlos en escala espectacular y desde grandes opciones o profundos y grandes cambios de repente sino en un proceso que va ganando poco a poco en el tiempo el corazón y nos permite desde dentro ver su fuerza lumínica, transformante. Verlo consolidar en el camino porque nace de lo pequeño y de a poco va ganándolo todo.
La expresión bíblica para hablar de ésta transformación energética lumínica, podríamos decirlo desde la Palabra es metanoia. Metanoia indica cambio, conversión. La palabra metanoia significa un cambio de raíz profundo, el que Dios nos quiere regalar para que nuestra vida adquiera la luminosidad que necesita para vencer toda oscuridad que hay por algún rinconcito de nuestro corazón o alrededor nuestro en lugares donde el Señor quiere comunicar la gracia de la resurrección. El camino de la vida cristiana no es un camino lineal de constante subida, es un camino que conoce muchas curvas, tiene subidas y bajadas, hay avances, retrocesos.
Quien puede verlo más de cerca en el proceso personal o en el acompañamiento a otra persona descubre en éste camino de transformación que el pecado tiene una implicancia especial y viene como a ofrecer resistencia aunque a veces ésta misma realidad, si la tenemos bien incorporada, es un aliciente para que nosotros nos podamos acercar más a Dios y podamos decir también con Pablo bendita culpa que me mereció la presencia de la Gracia del Salvador.
En el camino de la transformación que no es en carácter lineal nosotros tenemos que ir descubriéndole la vuelta a partir del registro de por donde Dios verdaderamente trabaja en mi para hacer de mi y dentro mío una vivencia de luminosidad.
El camino de la vida espiritual pasa sobre todo a través de la oración y la meditación. Es decir Dios viene y se acerca a nosotros y toma en nosotros lo que encuentra abierto como camino para transformarlo pero también nos dice que si por allí nosotros a esa predisposición interior que tenemos le sumamos meditación y oración no solamente se abre el camino sino que se aceleran los tiempos de transformación.
Es la oración y la meditación el camino a través del cual la luz crece en nosotros, ésta de la que Jesús habla en la Palabra, y crece porque la vida interior se ve aumentada, acrecentada a partir de ésta presencia de Dios que particularmente en la Palabra hace nuevas todas las cosas.
Es la experiencia del monacato más antiguo ésta de dejarse transformar cada vez más, por y desde la Palabra a partir de una lectura sencilla, simple, meditada, pausada unida al ritmo de la respiración de los textos de la Palabra de Dios. Allí Dios nos transforma. Está presente y activo en medio nuestro. La Palabra según los antiguos no solo es portadora de información, no nos deja un dato, un mensaje, que debemos aprender a retenerlo en la memoria y a elucubrar con el en la racionalidad sino que la Palabra en si misma trae una fuerza de transformación.
La Palabra es eficaz en su comunicación. Mientras trabajamos con el texto de la Palabra de Dios dejemos que Dios mismo obre en nosotros. La Palabra de Dios obra lo que expresa. Es como una espada de doble filo que corta en nosotros los nudos interiores a los que permanecemos atados en nuestras propias cuevas donde están las sombras, donde está la oscuridad.
La ausencia de luz en el Evangelio de San Juan está directamente vinculada a la increencia y éste es el camino de la muerte. Cuando decimos Yo soy la luz, Jesús lo repite dentro nuestro. Cuando lo dejamos decir desde adentro de nuestro corazón, ésta expresión de Jesús Yo soy la luz no solamente vamos encontrando rumbo, camino a lo que tenemos por delante sino que al mismo tiempo nos vamos como desprendiendo de las sombras de muerte bajo cualquiera de las formas en la que se muestra en nuestra propia existencia.
Que lo diga una y otra vez la Palabra en nuestro corazón Yo soy la luz. En nombre de Jesús dejemos que se exprese ésta Palabra en nuestro interior.
La luz del Señor que va penetrando cada rincón de nuestra existencia cuando valiéndonos de un versículo o una expresión del Evangelio al ritmo de nuestra respiración lenta, honda, profunda, decimos aquello que hemos elegido como texto y ésta Palabra va llenando de una significación nueva nuestro modo interior de pararnos frente a la vida.
Cuando repetimos la oración al ritmo de la respiración o cuando repetimos alguna frase o versículo del Evangelio como éste: Yo soy la luz la imagen de Cristo se va grabando dentro nuestro y la paz de Dios va instalándose en lo profundo de nuestro ser. Este modo de oración era una forma a través de la cual el monacato antiguo dejaba que se sintetizara la gracia del evangelio. Si meditamos por largo tiempo vamos a ir dejándonos compenetrar cada vez más por el espíritu del Evangelio y su fuerza transformante.
Cuando hablamos de fuerza transformante hablamos de su capacidad de verdaderamente llenar de vida nuestra vida y a partir de ahí dar vida a quienes así lo necesitan. En la meditación de la Palabra experimentamos la gracia de la salvación. Se puede percibir el espíritu de Cristo que nos transforma en su imagen. Decimos Yo soy la luz.
Dejamos que aparezca dentro nuestro ésta expresión y toda sombra, toda oscuridad, todo lo desdibujado, todo lo no definido, lo que no está muy claro comienza a mostrar matices de mayor transparencia, claridad, diafanidad. Ya no seguimos a Jesús por fuera sino que es desde dentro que nos vamos dejando llevar por la fuerza del Espíritu que transforma nuestro modo de pensar, nuestra manera de actuar. Vamos Cristificando nuestros sentimientos, también nuestra percepción de la realidad y a partir de un nuevo modo de abordar lo que nos acontece, una nueva forma de pararnos frente a la vida.
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