Unidos a Jesús en la Eucaristía y en el amor fraterno

lunes, 5 de mayo de 2008
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En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos:  «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.  Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.  Ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado.  Permanezcan en mí, como yo en ustedes.  Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí.  Yo soy la vid; ustedes los sarmientos.  El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada.  Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.  Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.  La gloria de mi Padre está en que den mucho fruto, y sean mis discípulos».

Juan 15; 1 – 18

En el libro del Génesis en el capítulo 3 a partir del verso 17 Dios le dice al hombre cuales son las consecuencias que se siguen de la desobediencia suya al plan de alianza y a la estrategia de comunión con la que vivía en el Edén y se rompió por la desobediencia, por haber elegido otros caminos distintos a los que Dios había marcado y entre esas consecuencias dolorosas está el dolor que le va a producir al hombre el entresacar frutos de la tierra.

Allí habrá cardos y espinas, comerás hierbas del campo, ganarás el pan con el sudor de tu frente. Le va a resultar muy doloroso al hombre el poder entresacar el fruto de la bendición que la tierra estaba destinada a dar en el Edén a partir de esa ruptura que también ha generado el vínculo del hombre con todo lo creado. Es solamente después de seis generaciones de ser patriarcas longevos en su vida que aparece uno que viene con una gran bendición de Dios. Se llama Noé.

Y de el la Palabra dice que era un buen hombre pero además dice que el se dedicaba a cultivar la viña y el dato no es menor porque a partir de aquí comienza a aparecer la viña y la vid como una presencia de bendición de Dios frente a todo aquel otro paisaje desértico descrito tan duramente en el comienzo del texto bíblico en el libro del Génesis cuando se habla de éstas consecuencias dolorosas que el hombre seguiría en adelante por la ruptura del vínculo de alianza con Dios.

A aquel desierto de cardos, de espinas, de dolor con el que el hombre iba a tener que cultivar la tierra para poder sacarle algún fruto con el sudor de su frente se le contrapone éste otro lugar de bendición con el que Dios comienza a restablecer un vínculo de alianza con su pueblo y es la figura de Noé la que encuadra perfectamente en éste sentido y cuando Dios habla acerca de el bendecido por el mismo Dios, el y su familia, habla de la viña que éste hombre trabaja. De manera tal que la figura de la viña como lugar que representa la bendición de Dios comienza a ocupar un lugar preponderante dentro de la literatura bíblica y es de ésta figura de la que se vale Jesús para hablar hoy del vínculo que El busca tener con los suyos, con los discípulos.

Es permaneciendo en El donde se va a producir mucho fruto como la vid permanece unida al sarmiento y éste a la vid. Es la permanencia en Jesús una bendición. Todo el discurso está girando en torno a la última cena y allí en realidad hay dos grandes ejes en torno a los cuales Jesús deja su legado, su herencia, su mensaje final, su testamento: la Eucaristía y el amor fraterno. El amor fraterno y la Eucaristía representada por aquella Pascua que celebran y en el lavado de los pies que Jesús realiza y en el mandato del amor que el Señor deja establecido entre los suyos es donde hay que comprender éste mensaje de la vid y los sarmientos como lugar de bendición en la pertenencia y permanencia en la persona de Jesús.

Quien permanece al misterio eucarístico desde el amor fraterno en el ejercicio genuino de la caridad aunque ésta sea dolorosa y purificadora, ese vive en plenitud y produce mucho fruto. Es decir la plenitud de la vida, el generar y dar vida y el darla en abundancia, el salir del lugar del sin sentido, del para que, del hacia donde, se supera desde la vida en caridad vivida en el amor fraterno con Jesús y en Jesús y en la participación del misterio eucarístico.

Quien participa del misterio eucarístico y lo vive en un clima comunitario fraterno aun cuando éste sea muchas veces crucificante, el amor fraterno es exigente, ese produce mucho fruto. Este sería como el gran mensaje que Jesús nos está dejando, permanezcan en mí. Este permanecer en mi en comunión con Jesús en el misterio eucarístico y en el amor fraterno es todo un mensaje. No es que se pueda separar el amor fraterno del misterio de la Eucaristía ni la Eucaristía del amor fraterno.

De hecho la enseñanza de la Iglesia siempre nos ha puesto desde la Palabra de Dios en éste sentido como un mismo misterio. El misterio de la caridad es el misterio eucarístico. No se puede participar de la Eucaristía de cualquier manera. No se puede celebrar si no hay vida fraterna vivida en plenitud. Si vas a presentar tu ofrenda a la mesa del altar fíjate que no haya una diferencia grande con tu hermano que a la hora de presentar tu ofrenda se te vuelva en contra ésta ofrenda. Es en ese marco de fraternidad, de amor mutuo donde verdaderamente estamos legitimados por decirlo de alguna forma para celebrar la Eucaristía. La Eucaristía no es un acto cultual. Lo es, pero no solamente un acto de culto individual donde yo cumplo con Dios.

Es un hecho, un acontecimiento comunitario. Solamente cuando hay vida en común, vida fraterna, delicadamente cuidada, atentamente trabajada y madurada. Solamente cuando esto ocurre así existe la posibilidad de que verdaderamente la celebración eucarística sea una fiesta. ¿ porqué a veces nuestras celebraciones eucarísticas no son festivas? Porque está ausente el misterio del amor fraterno, porque falta caridad, porque la caridad no es el lugar donde nos encontramos como hermanos. Son otros intereses, son otros los vínculos los que nos unen pero no la caridad como el más importante y el que marca el rumbo.

Cómo el misterio de la Eucaristía tiene verdaderamente un sentido pascual y de transformación donde uno respira que hay otro modo de celebrar aunque sea la misma celebración con el mismo rito. La festividad la marca la caridad que corre por el lugar donde se celebra. Los sacerdotes que tenemos la posibilidad de presidir la Eucaristía a veces en distintas comunidades nos damos cuenta cuando una celebración es festiva y cuando no y cuando hablamos de festividad no hablamos de una puesta en escena musical, con la prolijidad propia del cuidado de los manteles que es necesario y hace a la fiesta sino que hablamos de ésta otra festividad que se percibe en el ambiente, que se respira.

Es mucho más allá de cuanto depurada está la liturgia que celebramos, que siempre tiene que ser de la mejor manera porque el Señor se merece lo mejor. Va más allá de ese cuidado de cada uno de los detalles en la celebración eucarística. Es el cuidado de la caridad. Cuantas muchas de nuestras celebraciones muy prolijitas, muy depuradas, muy cuidadas no transmiten nada, no dicen nada porque se transforma en un rito vacío carente de la celebración del misterio. Es un misterio de amor, de ofrenda, de entrega, de vida que se da por amor. El texto que hoy compartimos de llamado a la comunión con Jesús. De permanecer en El para dar mucho fruto supone el misterio eucarístico y la vida fraterna como una misma realidad celebrativa de la vida con la que Dios nos invita a hacernos uno con El.

La viña de la cual Jesús nos habla hoy en el Evangelio es el nuevo Israel, es el nuevo pueblo de Dios. Es El pero El en nosotros y nosotros en El. Es el cuerpo de Jesús que constituye el nuevo pueblo de Dios. Pablo ha desarrollado hermosamente detrás de la figura del cuerpo esa pertenencia. Esa mutua pertenencia de Jesús en nosotros y nosotros en El. No puede estar un miembro afuera y el resto como si nada pasara. Cuando un miembro de la comunidad está de algún modo afuera el cuerpo se siente como mutilado. De allí que las dificultades que hay en la vida comunitaria ya sea en la familia, la pequeña comunidad a la que pertenecemos.

Cuando alguien falta, cuando se produce alguna división, cuando hay indiferencia, cuando no participamos de la plenitud de vida que allí se nos ofrece, cuando pueden más las crisis que las ganas de seguir peleándolas juntos entonces estamos en presencia de una nueva crucifixión del cuerpo. A veces éstas realidades ocurren para purificarnos y purgarnos.

El proceso de purificación lo plantea Jesús hoy en el Evangelio cuando dice el cuerpo, la familia, la comunidad es purgada para que produzca más fruto y entonces se corta un sarmiento y al cortar ese sarmiento que duele ese corte se hace para que la savia de la vid corra por donde tiene que correr. Es un arte el del podador de la vid me explicaba uno que hace ese trabajo. Tiene que cuidar que la rama principal, la guía, no sea afectada y todo lo que no produzca fruto eso es lo que hay que ir sacando para que desde la guía principal comience como a resurgir de una forma nueva lo que no estaba dando sus frutos.

Eso que decimos de la vida comunitaria, familiar, de la relación de amistad lo podemos decir también de cada uno de nosotros. A veces nosotros somos objeto de esa poda en nuestra propia vida y hay situaciones dolorosas que nos resultan incomprensibles por la que atravesamos y decimos y ¿esto que sentido tiene? Son los porqué a mi, porqué ahora y hasta cuando y cuando pasará esto.

Son como conos de sombra donde a veces entramos donde todo nos resulta incomprensible. Que nos sostiene en esos momentos? La certeza que si Dios así lo permite, las circunstancias de la vida a las cuales nosotros podemos haber colaborado nos llevaron a ese lugar de sufrimiento, de crisis, de poda. De ese mismo lugar vendrá seguramente un fruto mayor del que hasta ahora hemos visto y en éste sentido es la invitación que la Palabra nos hace a con serenidad pero con constancia a hacer ofrenda de nuestra vida.

Es el lugar de mayor fecundidad. En la vida de los santos esto se ve claramente que los momentos de mayor oscuridad en la fe, de mayor crisis, incomprensión, del dolor de soportar la propia cruz fueron los momentos más fecundos de su vida apostólica, fueron los momentos de mayor plenitud porque son los momentos de cruz. La caridad, el vínculo fraterno unido a la Eucaristía para producir mucho fruto supone el atravesar estos lugares críticos, de criba, de purificación, porque solamente atravesando por estos lugares nosotros podemos generar y dar mucho fruto.

De allí que cada circunstancia de mi vida, cada momento de la jornada donde encontramos una piedra en vez de insultar, quejarnos, esquivarlo, saberlo ofrecer, entregar pero no como quien se hace violencia a si mismo y dice: me hago fuerte y entrego lo que me cuesta, lo que no me sale ni entiendo sino como quien tiene plena conciencia de que en ese momento Dios permanece con uno en lo más hondo de su ser y recibe desde un corazón contrito, humillado y desde ese lugar Dios hace la maravilla que es capaz Dios de obrar en nuestra fragilidad y pobreza.

El misterio de la fraternidad, de la vida en común en la caridad que Jesús predica en el ámbito de la Ultima Cena y la Eucaristía es la que nos hace formar parte de la misma familia, de un nuevo cuerpo. Se llama el nuevo Israel y en el proce4so de crecimiento de éste cuerpo como en todo proceso de crecimiento de un cuerpo hay algo que se deja atrás y algo que aparece como nuevo hacia delante. Ese momento de transformación es doloroso, es una poda. Mientras ésta va ocurriendo hay que levantar la cabeza porque algo nuevo Dios comienza a realizar y en éste sentido la vida siempre será para nosotros una llamada a dar un paso más allá del que hasta aquí hemos dado porque lo mejor viene por delante de lo que está por llegar, de lo que todavía no es hasta que lleguemos a la eternidad y allí seguramente será crecido y más crecido el amor que el nos entrega y ofrece en el ser uno con El

Pablo dice yo llevo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo. Esta es la comunión de los santos. Como hay que hacer? Grandes ofrendas, grandes sacrificios, extraordinarios ayunos, grandes peregrinaciones, no. Lo de todos los días ofrece una oportunidad de entrega si el corazón está atento en la caridad y en el amor. Uno dice voy a hacer un gran sacrificio pero acá empieza y acá termina. Es mucho mejor decir, hago entrega de mi vida, estoy atento en la caridad a lo que puedo ofrendar además de lo que puedo alegrarme, gozar, en la Gracia de la Resurrección, exultar de gozo y alegría, lo que pueda ofrendar de mi vida hoy para que en Jesús compartiendo su misterio de la Pascua se complete en parte a lo que le falta de la entrega pascual de Jesús sencillamente por mi pequeño aporte. De esto los santos una conciencia increíble. Es más están atentos al paso de la cruz más en su vida que de otra cosa pero no porque haya un morbo en su vivir sino porque entienden de que se trata esto de participar del misterio de la Pascua de Jesús y cuanta vida llega a partir de la Pascua de Jesús vivir en la propia existencia. Un camino pascual es el que ofrece hoy la Palabra que Dios nos presenta. Un camino de Pascua en el misterio de transformación que supone el crecimiento del pueblo de Dios representado bajo la figura de la vid, por la presencia de Jesús, la savia que el pone en la vid, el camino de la caridad, el amor fraterno, la vivencia del misterio pascual bajo las formas del pan y del vino en la Eucaristía y ésta capacidad que Dios nos regala de saber sobrellevar nuestra propia cruz con la grandeza de los que reconocen que allí mismo donde parece que todo termina nada comienza a ser mejor como allí en la Pascua. Es Pascua la que Dios quiere celebrar con nosotros. Fue el modo que Dios inventó para redimir el mundo, el misterio pascual y a eso nos asocia a los que nos decimos discípulos. En esto se va reconocer el discipulado de ustedes. Se van a reconocer que ustedes son míos cuando den mucho fruto y eso ocurre en el momento mismo que ustedes saben que por si solos, dice Jesús hoy en la Palabra, no pueden hacer nada y que todo lo pueden en la presencia del amor del Padre en la vida de ustedes. Sin mi nada pueden hacer. Aquella expresión maravillosa del Apóstol Pablo en medio de las pruebas que pasa yo todo lo puedo en aquel que me conforta y aquello mismo que Jesús ha dicho en estos días en la Palabra ustedes harán las obras que yo he hecho y harán obras mayores si dejan que el Padre actúe en la vida de ustedes, si se entregan, si no tienen miedo, si verdaderamente creen Dios está en ustedes y ustedes en Dios mucho más allá por cuales sean las circunstancias puntuales por la que atraviesan.

En Charles de Foucald toda su vida fue una búsqueda del camino de Jesús y en el camino no vio nada de la familia que Dios le dijo que iba a formar. Aquello que Dios le dijo a Abraham: mira el cielo, como las estrellas del cielo va a ser tu descendencia. Ese mismo sentir estaba en el corazón de Charles de Foucald. Después de su muerte, ya en la gloria, habiendo participado del martirio, asesinado frente a la Eucaristía en el desierto y con el texto bíblico manchado por su propia sangre que decía: solo si el grano de trigo muere podrá dar mucho fruto. Al tiempo de su muerte comenzaron a aparecer los hermanitos de Jesús y las hermanitas de Jesús. De que se valieron para seguir la espiritualidad que éste hombre guiado por Dios abrió. De los textos que había dejado, de los escritos que había promulgado.

Sigamos lo que Dios nos pide, sigamos con fe y Dios antes o después va a sernos descubrir cuanto frutos se percibe en la obediencia de la fe, cuantos frutos uno disfruta si sigue hasta el final lo que Dios propone para el camino. A veces los padres están preocupados por el futuro de los hijos. ¿Que será de ellos? Y a pesar de todos los esfuerzos que hacen se encuentran con un mudo que lejos de ayudar su educación en su crecimiento, en su madurez parece que atenta contra todos los valores que se proponen y tienen una fuerza frente al discurso materno o paterno que uno dice : como seguimos? No hay que abandonar el camino ni hay que bajar los brazos, hay que seguir porque el lenguaje materno y paterno sellado bajo el signo de la cruz tiene un poder que no lo tiene el más poderoso de todos los que intentan con otro lenguaje deteriorar la vida familiar e impedir el crecimiento de los que son futuro y presente de la humanidad hoy. El leguaje materno y paterno vivido como ofrenda de vida para el crecimiento de estos hijos y sobre todo cuando se lo percibe allí crucificado, impotente, frente a otras propuestas tiene un poder, tiene una fuerza que verdaderamente es capaz de exorcizar  a cuanto demonio de locura anda dando vuelta por el mundo para terminar por arrebatar y llevar a la tristeza del alcohol, de la droga, del desenfreno sexual, de la incapacidad de sentido, de la angustia terrible ante ausencia de proyecto de vida del mundo de hoy que habita, golpea, sacude la vida de los jóvenes que no entienden como ni por donde ir. Si tu apuesta educativa como papá y como mamá van hasta el límite de dejarlo todo lo que sea necesario, ponerlo todo sin dejar ningún esfuerzo por hacer y al final dejalo en las manos de Dios porque la impotencia y el límite invitan a eso, a decir: todo lo hice, todo lo más posible dentro de mis capacidades y dentro de mis incapacidades, lo hice y lo demás está en manos de aquel que recibe mi ofrenda y mi entrega.