Unidos en un mismo Espíritu

martes, 13 de mayo de 2008
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Dice San Pablo no podemos decir el nombre Jesús sino estamos animados por el Espíritu. Como no vamos a confiar en Dios sabiendo que es el Espíritu el que viene en ayuda de nuestra debilidad por un lado porque no sabemos pedir como conviene porque nadie puede conocer que tiene que vivir, que tiene que abrazar y elegir en la vida. Nadie puede tener un conocimiento adecuado si no se lo manifiesta aquello que tiene que elegir y si no es empujado desde la providencia de Dios por el Espíritu Santo para poder abrazarse al bien, a la verdad, a la justicia y hacer el auténtico camino de la felicidad. Nadie sino es por el don del Espíritu Santo.

El Evangelio de hoy nos va dejando aspectos o partes de la oración sacerdotal de Jesús. Hemos pedido la Gracia del Espíritu que nos acompañe y nos asista.

Jesús y su venida al mundo es por la acción fecundante del Espíritu Santo. María es la persona que recepta el Espíritu. Lo recepciona desde la libertad de su corazón, desde el diálogo con Dios, desde la actitud de escucha que genera en ella una capacidad de acogida y de confianza increíbles e incalculables en la obra de Dios.

María cree en Dios, espera en Dios y toda ella como es llamada por el ángel Gabriel la llena de Gracia porque ciertamente ella será la gran protagonista del Espíritu en ésta tierra y lo será para siempre porque dotada del Espíritu en orden a la maternidad de Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo de Dios que se hace carne en ella por la acción del Espíritu. Dotada, impulsada y asistida por el Espíritu para una respuesta fiel que haga posible la realización del plan de Dios.

Rescatada como un resto de Israel en la historia de la salvación María va a pasar a ser también nuestra madre en la experiencia viviente, dolorosa, transformante del misterio de la cruz sin dolor por la acción y la fuerza del Espíritu Santo concibe a su hijo propio, a Jesús pero desde el dolor de la cruz nos va a concebir y así el Espíritu se va a derramar. El Espíritu de la encarnación es el mismo del Espíritu de la redención. Encarnación y redención no son dos cosas diferentes, son dos momentos, dos rostros del incalculable amor con el que Dios nos dice: te amo, te rescato, te elijo, te doy mi Espíritu, quiero que seas partícipe y heredero de mi Gracia.

Jesús oraba al Padre así: Padre Santo protege en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como tu y yo somos uno. Que manera de orar, que Espíritu, la unidad. Jesús quiere redimir y sanar. Quiere abrazar con su caridad infinita y ora al Padre para que los de El estén también en aquellos que el Padre ha puesto en sus manos. Yo me pregunto y como obro yo, ¿cual es mi oración? Como pulsa el Espíritu mi vida? Oro por la unidad? Oro para que se viva y se siga a Jesús? Oro para que el Espíritu se derrame no solo en mi corazón sino en mi derredor, en mi ambiente? Oro y soy fiel al Espíritu? Jesús se deja actuar por el Espíritu Santo.

Todo en El pulsado por el Espíritu va a decir en los comienzos de la vida pública de su ministerio, fue al desierto pulsado por el Espíritu para ser tentado allí por el demonio. También el Espíritu nos pulsa para enfrentarse con el mal.

El Espíritu lo sostiene, el Espíritu lo confirma, es el que lo hace hacer el bien, anima su oración. Cada vez que se pone en comunión con el Padre el Espíritu está pulsando interiormente en El.

El Espíritu hace conocer toda la verdad de Jesús y le va manifestando interiormente el don del Padre. Jesús comprende que todas aquellas personas que son puestas, a quienes ha elegido, quienes sintieron su atracción por El, quienes sintieron la atracción por El y sintieron interiormente la seducción y el llamado a seguir los pasos de Jesús eran puestos en sus manos por el Padre. El Padre se los había dado. Reconocen cada hermano que dice si en la fe a un don del Padre. Esa es la mirada que despierta en Jesús la acción del Espíritu. Me quedo maravillado por esto: Jesús es animado por el Espíritu para comprender que vos y yo somos un don del Padre puesto en sus manos y Jesús desea cosas a partir de ésta pulsión del Espíritu en su corazón. Y que desea Jesús? La respuesta es: :protege en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como tu y yo somos uno.

El gran deseo de Jesús, el loco, el utópico deseo de Jesús que seamos uno, que vivamos una comunión extraordinaria por el don del Espíritu. Que ganas de poder rezar como Jesús y de vivir como El.

Debemos vivir más de la acción del Espíritu. Quizás es una de las cosas que más nos pase que uno sin darse cuenta vive demasiado de si mismo. Tu le rezas o le ofreces a Dios algo pero después entras de tal manera en la actividad, en los problemas y tensiones, en los roces de las relaciones humanas, en las pequeñas insatisfacciones y cachetadas de la vida que te olvidas de Dios y te abrazas a ti mismo, a tu dolor, a tu bronca y el Espíritu está esperando poder obrar.

Tu falta de trabajo por disminuir los problemas y dialogarlos con Dios, la falta de ofrecimiento de lo que vamos viviendo nace de esa falta de la presencia de Dios porque es necesario orar para adquirir una adquirir una manera de descubrirnos en las presencia de Dios. Uno de los principales frutos del encuentro con Dios y de la acción del Espíritu Santo en nosotros es que nos enciende en la conciencia que vivimos en la presencia de un Dios que nos ama que se hace cargo concretamente de lo nuestro. Que no todo lo que tenemos que alcanzar lo podemos y vamos a alcanzar solos. Si todo es Gracia todo es posible con la acción del Espíritu.

Importante es como oramos para poder vivir en la presencia de Dios u oramos de tal manera que después vivimos en la presencia de nuestra angustia, desgastados por el sufrimiento, la bronca, el enojo.

Los que nos ven de afuera dirán yo no quiero ser cristiano porque los cristianos rezan y dicen una cosa y van a la Iglesia pero después salen y son como los paganos. Esa falta de unidad es una falta de protagonismo del Espíritu en nuestra vida

Lo que más debemos cultivar es la invocación del Espíritu. Es entrar en oración, en diálogo con El. No es un misticismo. El misticismo es una evasión de la realidad. Aquí hablamos de entrar en comunión con el Espíritu para enfrentar desde su calor, desde su pulso y su mirada cada situación que nos toca enfrentar. Orar será vivir para nosotros, será respirar y esa es la acción del Espíritu por eso Jesús oraba desde lo más profundo de su ser diciendo que sean uno.

Decía un amigo mío hay que saber discrepar pero no discordar o sea no romper la comunión de los corazones.

El hombre es tan limitado en el orden sobrenatural y Dios es tan generoso que cuando nos da la vida del Hijo y del Espíritu y la suya. El Espíritu viene completo con sus siete dones con algunos perfecciona la inteligencia. Esa inteligencia que es esclarecida por la fe en orden a penetrar la verdad nos da un don de inteligencia. En el orden de lo que es juzgar de las cosas divinas nos da el don de sabiduría. En el juzgar de las cosas creadas, de lo natural de la vida el don de ciencia y en el orden de nuestra actividad, de nuestro hacer el don de consejo. El Señor nos llena el corazón con nuestra voluntad y sensibilidad con dones como el de piedad, fortaleza y temor de Dios. Con relación al culto a Dios nos pulsa con éste toque eléctrico del don de piedad. Contra el miedo al peligro Dios nos capacita con el don de fortaleza. Así se entiende la vida de los mártires. Contra aquellas pulsiones desordenadas que tenemos que llamamos concuspicencia nosotros Dios nos da el don del santo temor de Dios.

Padre Mario Taborda