27/04/2018 – El Padre Ángel Rossi, sacerdote jesuita, hizo una reflexión sobre el valor de la palabra, y de la escucha. Comenzó diciendo que se habla mucho, pero se dialoga muy poco. La capacidad de diálogo es signo de gozo y de apertura de corazón. Recordó lo que decía Saint-Exupéry, que “contaba de su caserón de la infancia, que según decían escondía un tesoro, nunca lo encontraron, pero el saber que en esa casa se escondía un tesoro, la hacía fascinante”, contó el Padre Ángel.
“Y ese tesoro existe, sólo hay que encontrarlo, aunque a veces no parezca tan fácil, no está perdido, está escondido”. Y agregó que ese tesoro hoy, es el lenguaje, que hace posible los vínculos. “Debemos adquirir el hábito -dice el Padre Ángel- de reunirnos en familia, que nuestros hijos sientan que son escuchados”, indica. “Que se animen a abrir el libro de sus vidas ante los ojos de sus hijos”.
Esta experiencia dolorosa de no poder encontrar la palabra, el momento y el puente de conexión con los hijos lo describe bellamente Graciela Soleci:
Ven, hablemos hijo, es necesario. Yo debo darte limpios los caminos, quiero darte la ciencia de la vida, así no yerras donde yo he errado, quiero evitarte dolores, guiar tus pasos, decirte esto es bueno, así serás mejor, aquello es malo, pero ya no eres niño, ya no es fácil delimitar lo blanco. Tus sueños se abalanzan a la vida y yo no sé cómo, ni cuándo, necesitas mi mano. Por eso, hijo, yo que siempre seré culpa en tus errores, yo que siempre seré carne en tus fracasos, yo que siempre gemiré con tus dolores, sólo estoy junto a tí con los brazos abiertos esperando y repito en un rezo tenaz, callado, “ven, hablemos hijo, es necesario”.
Nos sirvamos de las palabras para animar, para sanar heridas, para deshacer el hielo que aprisiona ciertas existencias, para buscar un sendero de acceso a la soledad desesperada, para destrabar puertas cerradas, para echar una mano a alguien que ya no puede más.
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