22/04/19.-
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: “Alégrense”. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”. Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: “Digan así: ‘Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos’. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo”. Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
Mateo 28,8-15.
Si leemos con ojos sencillos el relato de Mateo surge con fuerza que hay ciertas “condiciones para ver a Jesús Resucitado”. El mismo mensaje repetido dos veces, por el Ángel y por Jesús, “lo verán –me verán en Galilea”, nos habla de una pedagogía que el mismo Señor Resucitado pone en marcha para que los suyos “lo vean”. Por contraste queda claro que la Gloria del Ángel hace que los guardias tiemblen de espanto y queden como muertos. Las mujeres en cambio pueden ver al Ángel con “su aspecto como el de un relámpago y sus vestiduras blancas” y luego a Jesús, sin ningún destello particular, y no quedar petrificadas. Les invade un santo temor, es verdad, pero quedan llenas de alegría. Ante la Gloria de Dios –porque la resurrección es fruto de la Gloria del Padre que glorifica al Hijo para que todos los vean- el Señor tiene que “quitar el temor”: “Ustedes no teman”, dice el Ángel a las mujeres; “No teman” les dice Jesús. Vamos viendo que no se puede ver al Resucitado así nomás, como quien va a constatar un hecho o prende la tele. Es tan gloriosa la Resurrección que primero tiene que aparecer un Ángel de esa manera terrible y fascinante que a unos espanta y a otros “evangeliza”. Recién después, se deja ver Jesús, de manera familiar y sencilla, aunque algo especial brillaría en Él –una gloria humilde-, porque las mujeres se postran y lo adoran. Gloria familiar porque se le acercan confiadamente –es Jesús, su amigo y maestro- y al mismo tiempo tienen que postrarse –es el Hijo del Dios Vivo, el Resucitado-.
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