Vida y muerte

sábado, 3 de noviembre de 2007
Continuando con la catequesis del sábado anterior, hablaremos hoy sobre la vida y la muerte. Todos venimos a la vida y desde el momento de nuestro nacimiento caminamos hacia la muerte. Tomemos por ejemplo el niño que se encuentra en el vientre fecundo de una mujer, no tiene la menor idea de todo esto, para él todo recién empieza, no conoce absolutamente nada más de lo que va viviendo día a día, lo que le aporta el cariño de su madre, caricias, besos, palabras esa paz que se va acariciando, va creciendo, pero trae en su memoria recibida la certeza de que todo este crecimiento avanza inexorablemente hacia un final. Lo presiente quizás sin saberlo, poco a poco lo ir sintiendo quizás con angustia pero con los elementos que posee no puede responderse a sus preguntas sobre lo que le espera en el más allá de ese final y ni siquiera esta capacitado para entender las explicaciones que se le podrían dar por parte de aquellos que ya atravesaron esa frontera y conocen la respuesta. Tal vez, la pregunta fundamental la podríamos resumir así, trasladando al pequeño la misma pregunta que nos agobia a nosotros a los que estamos viviendo ya la segunda etapa. ¿Hay vida más allá de este final? Aunque el ginecólogo puede muy bien responderle a su madre sobre esto el pequeño está absolutamente incapacitado para entenderlo pero lo más probable es que el médico en ese momento le interese mucho más la respuesta a otra pregunta ¿Hay verdadera vida antes de ese final? Porque si el corazón late correctamente, si los reflejos nerviosos son los que corresponden a ese momento y si la ecografía muestra que todo se desarrolla bien, entonces es seguro que hay vida y con ello se puede estar tranquilo en espera del momento del parto.

 

Ese final será un acontecimiento angustioso para el pequeño, pero todos sabemos que es el costo momentáneo de un futuro más pleno y que cuantos lo quieren de verdad y lo esperan con ansiedad y alegría harán todo lo posible para que todo termine bien. Su angustia frente al final se convertirá en alegría indecible para cuantos lo rodean en el preciso momento en que esa etapa llegue a su final, lo que coincidirá con el inicio de aquella que transcurrirá entre nosotros. Si, es cierto, habrá que abandonar seguridades y arriesgarse a lo nuevo. La placenta ya vacía de vida, se enterrará con respeto y ya no se volverá a ella para buscarlo a él. Será un envase abandonado, un nido vacío destinado al olvido en el archivo de la memoria. Me acompañó hasta aquí pero ya no vivo más en él. Ahora vivo la libertad de exponer mi propia piel a todo lo que me rodea. Por eso los pañales serán el primer gesto de que soy humano. En ello recién comenzará a diferenciarse mi llegada de la de aquellos que no son humanos pero con quienes comparto toda mi realidad animada. No necesito un caparazón porque la vida me dotó de un esqueleto pero mi piel es frágil y necesito que me la protejan. En el futuro mi crecimiento humano me llevará también a vestirme para proteger mi pudor y tal vez un día me vestiré para indicar a los demás quien soy y que es lo que hago en mi vida, médico, sacerdote, ingeniero, obrero, carpintero pero seamos sinceros todo comenzó con los pañales y quizás la mortaja final que cubra el féretro de esa otra placenta que es mi cuerpo, se parezca también, de alguna manera, a esos pañales originales ¿no?

 

Que interesante es poder meditar en torno a lo que hay después, como será el mañana a partir de esta preciosa imagen del nacimiento que creo tenemos que meditar más en profundidad, darnos cuenta como el Señor nos está llamando a una vida más plena. Por eso decíamos el sábado pasado que el cuerpo, templo del alma, templo de la dignidad, templo del Dios Unitrino con respeto se lo venera y por eso el velatorio que significa un estar en vigilia, en espera en esa esperanza de la resurrección de la vida nueva. Por eso esas horas del velatorio, si son 24 si son 20 si son 30 no interesa tanto pero sí interesa que se viva a fondo el velatorio es decir que se lo viva en meditación en oración, en reflexión comentando con familiares y amigos todo lo que el Señor nos enseñó a través del difunto que partió Después, si el cuerpo es enterrado justamente en la tierra o es puesto en un nicho de cemento o es cremado, poco interesa. Interesa sí, como ese cuerpo se lo venera porque en él ha vivido Dios en la persona original, única e irrepetible de es persona, de ese ser querido, de ese amigo que ha partido. Por eso entonces, decíamos el sábado pasado que no se trata de hacer todo a tontas y a locas y a las corridas como escondiendo la muerte, como tapando la muerte, como diciendo aquí no ha pasado nada eh, todo sigue igual, la función debe continuar y cosas por el estilo. No, no, no, la muerte está allí y merece respeto y merece ser asumida, incorporada porque hay un duelo que tiene que ser vivido. No es escondiendo las cosas debajo de la alfombra como hace muy corrientemente el hombre y la mujer modernos, como enseñan muchas de las corrientes psicológicas modernas. No es escondiendo las cosas debajo de las baldosas sino asumiéndolas, incorporándolas como la vamos a redimir, a sanar, a liberar. No es disimulando ni escondiendo ni tapando sino asumiendo, encarnando incorporando como uno madura como persona, como ser humano, también como cristiano. No se trata de hacer un lifting, un maquillaje ocultando lo que en realidad está. Esto me parece fundamental, porque lo que no se asume no se redime. Lo que no se asume, lo que no se incorpora, lo que no se acepta no se transforma y esto es un punto clave para crecer, para madurar para ser sanos y salvos en el Señor 

 

Si ayer fue la conmemoración de los fieles difuntos y yo hoy prolongo esta meditación sobre la muerte en realidad quiero meditar sobre la vida porque Jesús dijo “Yo soy la vida” y por eso meditamos sobre la muerte para vivir mejor cada día, cada hora, cada minuto. Ahora, cuantos interrogantes ¿no? Cuanta gente que uno ha encontrado en mis casi 22 años de ministerio sacerdotal, cuantos comentarios, cuantos argumentos que uno ha escuchado, cuantas actitudes que ha visto. Uno, a veces, es como que tiene necesidad de gritar “no se debería morir cuando se ama” La familia no debería conocer la muerte. Nos unimos para la eternidad y para la eternidad damos vida a otros seres sin embargo apenas juntos sentimos llegar su amenaza y deslizar su sombra sobre nosotros. Apenas construida la casa y una vez poblada de cuna hay que empezar pensar en la tumba. La muerte no es solo el huésped que no podemos evitar es también un miembro de la familia, miembro celoso que para instalarse expulsa a otros. Cuanto mayor es la alegría de los nietos, parten los abuelos sin dejar en pos de si grandes tristezas. En cierto modo y eran recuerdo. La vida los había dejado atrás y no sufrió un gran trastorno cuando cayeron.

 

Sin embargo pueden dejar también un gran vacio al igual que esos ancianos, parientes lejanos, a los que la familia consideraba como algo suyo y siente perderlos. Que la madre de familia parta cuando los hijos son pequeños es aún peor. La madre es la vida de la casa, decimos constantemente. Podrá estar el padre allá pero para todos o para él se ha producido un gran vacio. Si es el padre el que muere prematuramente hay una gran pena en ese edificio familiar cuya base se ha desplomado. La representación es que Dios se ha reducido, la educación carece de su mayor recurso. Silencio de los muertos que nada agita y que conduce a un profundo horror. Lugares vacíos en donde la vista se detiene siempre, miedo permanente a unos pasos lentos a través de la habitación cuya cadencia parece eternizarse sobre el umbral. ¿Y esos jóvenes para quienes el campo santo es una isla lejana, no es una paradoja que partan antes de haber vivido realmente? Quien quiera que sea que así vemos alejarse, la vida ha cambiado. Toda muerte desgarra la carne común. Esta sorprendente unidad de la carne que la unidad del alma estaba llamada a doblar parecía irrompible. Era una invisible red que no creíamos que pudiera romperse jamás y sin embargo se ha roto. Y porqué, dicen algunos no moriremos juntos, sería el mayor deseo del amor, como una bendición nupcial y cuantos argumentos más podríamos agregar y agregar

 

La fe es difícil entonces. Uno se cree como juguete de la fatalidad y no se piensa que aún en la muerte el amor es un insigne favor. Hay desgracias mayores que la muerte para una familia. La muerte no siempre es el enemigo que creemos porque el amor supera la muerte. El amor es lo que une la vida y la muerte. Unidos en el pensamiento continuamente los seres que se aman no pueden ni encontrarse ni separarse. Uno eterniza al otro y lo defiende contra la destrucción protegiéndole del olvido. Que hermoso ¿no?. San Roberto Belarmino solía llamar al cielo la casa porque es nuestro verdadero hogar y la casa terrestre solo una preparación para ella. Pero para que esta última tenga el éxito que busca no es necesario que la primera se desmorone en beneficio de la otra. También nuestra casa de lo alto se construye piedra a piedra, una a una se encienden las estrellas de nuestro atardecer. La familia no se destruye, se traslada, una parte de ella va a lo invisible pero de esta división no es culpable la muerte. Fieles, no dejamos lugares vacíos, el amor y la esperanza los ocupan y así nuestros seres amados siguen presentes. Se cree que la muerte es una ausencia cuando en realidad es una presencia secreta. Se dice que crea una infinita distancia y por el contrario suprime toda, distancia llevando al espíritu lo que se localizaba en la carne. Se le acusa a la muerte de convertirnos en extraños cuando hace la unidad allí donde subsistían por lo menos, posibilidades de tensiones y roces, se sospecha que organiza para nosotros el abandono cuando, por el contrario, nos asegura una perpetua y poderosa salvaguardia. Cuantos lazos ata, cuantas barbaries quiebra, cuantos muros hace desplomarse, cuantas nieblas disipa si la queremos bien.

 

Vivir, es a veces, separarse. Morir es encontrarse. No es una paradoja afirmar que para los que han llegado hasta el fondo del amor la muerte es una consagración y no una caída. El amor es entonces, más íntimo, más desprendido, más libre. El corazón profundiza para buscar en el misterio a los que se han ido. En el fondo nadie muere, puesto que no sale de Dios. El que parecía haberse detenido bruscamente, continúa su camino. Que la fascinación de la vida ceda un poco y nuestro duelo se desvanecerá con ella. La vida y la muerte no son más que diversos aspectos de un idéntico destino cuando se accede a él por el corazón, ya no se distinguen.¿No es eso lo que el evangelio nos enseña al hablar indistintamente del reino de Dios como de una realidad interior terrestre y celeste al mismo tiempo? Todo es reino de Dios excepto el mal y así vida y muerte coinciden. Si se puede hablar de cambios es en razón de estados diferentes no de realidades presentes o ausentes. Lo que debemos pensar de nuestros muertos en lugar de lamentarnos de su situación o de la nuestra, es que su nuevo estado es más feliz que el primero y que nada han dejado ni nada nos han arrancado de lo que verdaderamente importa. Los muertos están bien, habitan la región de la esperanza, han vuelto nacer, por fin han conquistado su ser, se podría decir que es ahora y no antes cuando empiezan a existir. “¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” exclama san Pablo Después de todo no hemos nacido más que para hacernos inmortales y cuando algún texto muy antiguo llama a la muerte el país sin retorno, el cristiano debería añadir, afortunadamente, porque es el país de la vida eterna, de la resurrección.

 

Que hermoso que es, encarar el tema de la muerte de esta manera porque nos ayuda a vivir mejor. Me parece magnífico que lo hagamos al día siguiente de haber conmemorado los fieles difuntos que por las dudas, les aviso que no es una fiesta masoquista, que hemos inventado los cristianos. No, de ninguna manera, es una fiesta de esperanza porque al pensar en los que han partido nuestra esperanza crece, justamente y nuestra fe se fortalece en seguir las huellas de Cristo y poder un día, abrazar a todos nuestros seres queridos que han partido. Cuando uno medita en la muerte es para vivir mejor el hoy, el ahora, el aquí no para evadirse ni caer en melancolías ni en tristezas por el contrario, para tener más paz y más gozo en el Señor y más libertad interior ante sí mismo, ante los demás, ante las cosas pero también hay que aprovechar esos pedazos de cielo de vida eterna que el Señor nos da mientras estamos aquí de camino, como peregrinos. Por eso se acerca el verano y sería conveniente dedicar un tiempo al Señor asistiendo a algún retiro de tantos que se hacen en estas fechas

 

Sobre la muerte hay un concepto erróneo del tema que realmente la cultura ambiente, emergente ha metido en la gente, porque no se trata de pensar o no en la muerte, la muerte está allí y no se trata de pensar en la muerte con angustia al contrario, “piensa en tus postrimerías y te salvarás” dice la palabra de Dios. Uno puede llegar a vivir con alegría y en paz con la hermana muerte, como decía San Francisco, amando a los hermanos ¿porqué? Y porque están ya viviendo como resucitados y sabe que el beso de la hermana muerte será el paso del encuentro con el Padre. Tenemos que quitar mucho de los prejuicios culturales, esos criterios que tenemos porque evidentemente, no siempre la conversión y el Espíritu Santo han penetrado en los criterios de nuestra vida cotidiana. Esto yo lo compruebo en mi y también lo compruebo muchas veces en la gente o sea, no siempre la comunión frecuente y la oración han cambiado criterios y actitudes que se han mamado desde pequeño en la familia, el ambiente, la escuela. Tenemos que pedirle al Señor que nos cambie la mirada interior. No se trata de pensar obsesivamente en la muerte, de ninguna manera al contrario, hay que verla como una realidad de la vida, de todos los días, como bien decía, amando a los hermanos. Hablando de este tema en la familia, tenemos un dolor, a veces, por un duelo no asumido, no terminado y a veces los frutos de este dolor pertenecen a los hijos pero el dolor es para nosotros y no es bueno cargar con esto a las débiles almas, a los pequeños que tienen tanta necesidad de esparcimiento como de pan porque los chicos no comprenden la muerte. El recuerdo que se les ofrece es eficaz en cuanto sea de vida y no de triste sombra. Por eso es necesario hablarles a los niños con sencillez y espontaneidad porque tenemos que vivir la muerte con esperanza como paso, realmente. Por eso lo del velatorio. Yo entiendo que tal como se vive hoy el velatorio, sin esa dimensión cristiana, es horripilante, vamos a ser claros. Un grupo de gente ahí que habla de cualquier cosa, esa que va y viene pero ojo que el velatorio tiene todo un tema de vigilia, de vigilar en espera del Señor que viene, una vigilia de oración e intersección por el difunto, por el que ha partido. Orar con esperanza, con gozo, con paz, con alegría serena por el que ha partido. Este es el sentido del velatorio que puede ser más corto o más largo. También a veces, el velatorio es necesario para poder esperar a familiares y amigos que están lejos para que puedan asistir al sepelio

 

Es decir, yo creo que tiene que ser como todo tanto y cuanto que sea verdaderamente vigilia de oración de intersección por el difunto, esto es importante Lo que nosotros decimos en voz alta para todos es especialmente cierto para los que tienen el porvenir por delante que necesitan ver más allá de ellos mismos. Por consiguiente, nada de recuerdos que opriman la vida ideal, llamadas suaves, invitaciones cálidas pero sin amenazas. Sería desastroso que los vivos débiles, por ejemplo, los chicos tuvieran miedo a los muertos. Los chicos no deben recibir más que aliento y promesas. A lo sumo suavicemos con un culto familiar la gravedad eterna. Los niños no saben manejar pensamientos demasiados altos. Es necesario que el cielo mismo quede a su medida y esto es una advertencia para todos, padres, madres, abuelos. A veces la pérdida de un hermanito al chico lo deja mal. Entonces, suavizar esto, bueno, tu hermanito se fue con el padre Dios, está con Jesús así que estamos contentos, vamos a rezar por él y recemos también por nosotros pero es importante no cargar con un trauma a los chicos que no entienden el tema de la muerte. Felices los papas y los hijos, los que guardan a los muertos en un corazón fiel. Felices por esos muertos todos sobrevivientes porque gracias a ellos los desaparecidos están sobre la tierra para continuar haciendo el bien al igual que nosotros estamos con ellos allá en lo alto para comenzar la vida eterna

 

Ellos pasaron pero su obra permanece o acaso no les pasa a ustedes que continuamente viene a nuestra memoria algún amigo, algún familiar que se ha ido o algún santo también canonizado y la memoria de lo que ellos hicieron o del gesto que tuvieron en determinado momento nos ayuda enormemente. No me van a decir que no, los muertos están más presentes entre nosotros muchas veces que los propios vivos que tenemos al lado por su testimonio de vida, por su entrega, su generosidad por la forma en que abrazaron la cruz, por la forma en que han encarado la vida. Entonces, no tenemos que separar estas dos realidades porque, como dije antes, una misma realidad, todo es vida. El reino de Dios tiene dos medidas, aquí en la tierra y en el cielo. Entonces veámoslo así como una unidad pero por favor, no fragmentemos, no dividamos porque lo que no se asume se transforma en enemigo y nos lleva a una neurosis enorme. Vivamos al estilo de los santos, esa espontaneidad ante las cosas, también ante la hermana muerte, también ante ella. Y una gran pregunta que mucha gente se hace, porque de esto muchas veces no se habla, ¿Qué dice nuestra madre la iglesia sobre el más allá? ¿Qué dice? Y, dice frases en la boca de Cristo Jesús como “ellos verán a Dios” “el reino de Dios está en medio de ustedes” y también dice, “Yo lo resucitaré en el último día”. Ellos verán a Dios, este es el fin de nuestra vida, lo esencial de la felicidad a la que somos llamados después de la muerte. Nuestro espíritu tendrá la visión es decir la comprensión del espíritu de Dios. Conoceremos a Dios directamente cara a cara, El será el objeto de nuestra inteligencia, le conoceremos no en el mismo grado pero sí de la misma manera como El se conoce a si mismo y le amaremos con un amor lleno de felicidad conforme a tal conocimiento

 

De esta manera nuestra inteligencia y nuestra voluntad estarán en contacto íntimo con la misma fuente de la verdad, de la belleza, de la bondad. Nuestra personalidad adquirirá el máximo desarrollo porque veremos en el espíritu de Dios, cual ha sido su idea sobre nosotros, de que modo hemos sido amados mientras que en este mundo ni siquiera nos conocemos bien a nosotros mismos. También podemos ver el plan de Dios sobre los demás elegidos y nos encontraremos unidos a ellos por un conocimiento intuitivo y un amor mutuo. Entonces seremos de verdad y plenamente hijos de Dios. Además, dice el Señor, el reino de Dios está en medio de ustedes. El fin de nuestra vida se prepara y aún comienza a realizarse aquí abajo. En la visión de Dios, ya está el germen en eso que la iglesia llama estado de gracia que es la unión con Dios por el amor. Ya aquí abajo, comenzamos a ser hijos e hijas de Dios, ya aquí abajo comenzamos a ser santos y santas. Por eso san Pablo tantas veces dice que somos templos de Dios. Efectivamente, Dios está presente en todas las criaturas gracias a su poder que les da el ser pero además habita en ellas, se goza en los que le aman y para dirigirse a El, para hablarle como se habla a un padre basta con reconcentrarse, con tomar conciencia, con acordarse de esta presencia de amor.

 

En realidad, la muerte es como un nacimiento, como el desarrollo de una semilla de vida. Unidos a Dios en esta vida, continuaremos unidos a El en la otra pero de tal manera que nuestro espíritu le ve directamente. Es como un recién nacido que sale a la luz y la intensidad de nuestra visión de Dios dependerá de nuestro grado de unión con El al final de nuestra vida. Pero el amor no puede imponerse, el amor es esencialmente libre. Por otra parte se prueba por el sacrificio y si se quiere amar a Dios los sacrificios exigidos son duros, hay que obedecer su palabra, vivir su palabra que desde luego es indispensable para la buena marcha de esta vida pero que exige a veces esfuerzos heroicos. También hay que aceptar las pruebas cuando vienen de El. También hay que saber vivir el amor a Dios en la presencia de los hermanos, en las obras de misericordia, espiritual, material, corporal, empezando en el hogar, en la familia. También hay que experimentar que si uno lo ama a Jesús con todo el corazón y con toda el alma, la mayor alegría es anunciarlo, darlo a conocer y por eso incorporarse a la comunidad Parroquial y como evangelizador, como catequista, como ministro de los enfermos llevar a Jesús en la palabra, en la mirada, en la vida profundizar la sagrada escritura. Por eso digo, hay que aceptar las pruebas pero también hay que saber dejarse amar por Dios, porque hay mucha gente que no se deja amar por Dios. Dice que lo ama a Dios pero no se deja amar por El. Y porque no se deja amar no es canal del amor de Dios.

 

También Jesús habla de las tinieblas interiores. Esto lleva a pensar en aquellas personas acostumbradas a vivir en el pecado, sin amor de Dios porque el pecado es el no amor, es darle la espalda al amor de Dios, que corren el peligro de ser sorprendidos por la muerte en ese estado y de verse privados para siempre de la contemplación del rostro de Dios. Cristo Jesús ha insistido repetidamente en la eternidad de esa condenación y ha empleado tres expresiones; el fuego que no se apaga, el gusano que no se muere y las tinieblas exteriores para hacer comprender la desgracia, la no gracia de privarse del único objeto que puede satisfacer nuestros deseos de plenitud, de felicidad de hacerse incapaz de amar a Dios de excluirse de la sociedad de los elegidos de Dios. La doctrina católica enseña también que los primeros cristianos influidos por los apóstoles rogaban por los difuntos. En las catacumbas romanas, por ejemplo, puede verse con frecuencia “que Dios restaure tu alma” y en la antiquísima liturgia de las constituciones apostólicas se dice “oremos por nuestros hermanos dormidos en Cristo, para que Dios perdone sus pecados. Esta es la razón por la que la madre iglesia enseña que aún los que han muerto en el amor de Dios pueden no ser capaces de una unión perfecta e inmediata con el espíritu de Dios a causa de sus pecados pasados insuficientemente reparados. Entonces, en estas almas, hay un deseo insatisfecho de unión con Dios y este dolor de amor los va purificando y volviendo capaces de ver a Dios y las oraciones que ofrecemos, los sacrificios que ofrecemos, los ayunos, las eucaristías que ofrecemos en sufragio de ellos es el mejor gesto de amor y de caridad que le podemos brindar. Y finalmente también dice Jesús,

“Yo lo resucitaré en el último día” La iglesia espera el retorno de Cristo anunciado por El mismo y que tendrá lugar en el último día del mundo es decir de la humanidad en su estado actual, en el que se nace, se engendra y se muere. Todos los vivientes morirán, sea por envejecimiento o a causa de acontecimientos cósmico o terrestre que destruyen las condiciones de vida. Las palabras de Cristo Jesús sobre su retorno predicen al mismo tiempo, la ruina de Jerusalén que tuvo lugar en el año 70 de nuestra era, pero pueden distinguirse en esos textos dos rasgos particulares de ambos sucesos ya que uno, la ruina de Jerusalén es símbolo del otro la venida de Cristo Jesús. El fin del mundo será impredecible, inevitable y llegará precedido de numerosos acontecimientos históricos. Cristo mismo asegura que nadie, excepto el Padre Dios conoce la fecha exacta. Entonces, este final del mundo, no siempre significa la destrucción de toda la creación sino la neumatisación, la transformación de toda la creación. Por eso en cuanto a las expresiones que describen una verdadera catástrofe del universo hay que saber que se empleaban en el antiguo testamento simplemente para significar la venida definitiva del reino de Dios es decir de algo totalmente nuevo desde los cimientos, desde la raíz, algo que restaura, nuevo cielo y nueva tierra, un mundo que puede pensarse una relación nueva con cada uno de nosotros de parte de Dios; así como al nacer nuestro principio espiritual, el alma, formó nuestro cuerpo con elementos del cuerpo materno de la misma manera, esta misma alma nuestra formará con elementos del universo, un cuerpo que san Pablo llama espiritual, es decir bajo el dominio total del espíritu e inmortal como el, participando con libertad como Cristo Jesús resucitado en el dominio de los elementos del universo. Así como el cuerpo de Jesús resucitado estaba lleno de neumas, neumatizado, no era más materia, no era más carne, huesos, venas pero sin embargo era reconocido por los apóstoles. “Es el Señor” así también estamos llamados nosotros a esa resurrección. En cuanto al último juicio consistirá en la toma de conciencia colectiva del destino de cada cual definitivamente fijado después de la muerte. Hay un juicio personal y hay un juicio universal

 

Yo voy a insistir que es hermoso este tema y me parece fundamental conocerlo porque nos ayuda a vivir mejor Amar a los hermanos, entregarse por ellos, desgastarse por ellos es ya una manera de vivir aquí como resucitados. Por eso ese encuentro personal con Cristo resucitado, con Cristo vivo es quizás lo que esta faltando en tu vida. Un encuentro personal. Pensá cuantas oportunidades vos le das a tantas cosas, al deporte, a las tareas domésticas, aprender un oficio, al cine, al teatro, a una diversión y ¿Por qué no le dedicas 5 o 6 días al señor en el próximo verano en algún retiro? Cuando uno se encuentra cara a cara con el Señor Jesús en algún retiro ahí sí que cobra dimensión todo, la vida de cada día, la muerte, el dolor, la enfermedad. Y ya para finalizar quiero aclarar lo que preguntaron sobre el purgatorio. El catecismo de la Iglesia Católica dice en el número 1030 y 1031 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios pero imperfectamente purificados aunque están seguros de su eterna salvación sufren después de su muerte una purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Florencia y de Trento. La tradición de la iglesia haciendo referencia a ciertos textos de la escritura habla de un fuego purificador. Dice, por ejemplo, respecto a ciertas faltas ligeras es necesario creer que antes del juicio existe un fuego purificador según lo que afirma aquél que es la verdad al decir si alguno a pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo esto no le será perdonado ni en este siglo ni en el futuro (Mateo 12-31)

 

En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este tiempo en el tiempo que estamos viviendo como peregrinos pero otras en el siglo futuro o sea más allá de la muerte. La iglesia también recomienda oraciones, indulgencias, sacrificios y obras de penitencia a favor de los difuntos. A propósito de las indulgencias, ¿Qué significa indulgencia? Bueno, cuando se da la oportunidad de ofrecer uno una indulgencia por algún difunto concreto, se lo hace. La indulgencia es una gracia especial que la madre iglesia otorga en algún momento del año o en un año jubilar para poder, de esa manera, disminuir los reatos de pena que nos han quedado después de la muerte ¿Y que es el reato de pena? Es aquellos pecados cometidos, confesados y absueltos pero cuyas penas o sea cuyas heridas no fueron suficientemente reparados en el tiempo de la peregrinación y que habrá que repararlo después de esta vida. Por eso nosotros al ofrecer oraciones de intersección, misas, eucaristías, ayunos, sacrificios voluntarios, obras de misericordia, espirituales, corporales por los difuntos los estamos ayudando justamente a poder disminuir esos reatos de pena que van quedando.