Vivir desde las inspiraciones del Espíritu Santo

martes, 1 de marzo de 2011
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Gracias, gracias, mil veces gracias

Vivir desde las inspiraciones del Espíritu Santo

                                                                                                                                               

Oración Inicial

Ven Creador, Espíritu Divino, a visitar la mente de los tuyos, a encender tu amor en los corazones que de la nada te gustó crear.

Tu que eres grande consolador y don altísimo de Dios, fuente de vida y amor, fuego ardiente y espíritu de unción, tan generoso en dar.

Tú, poder de la diestra paternal, Tú, promesa magnífica del padre que el torpe labio vienes a soltar.

Con tu luz iluminas los sentidos, los afectos inflama con tu amor.

Con tu fuerza invencible fortifica la corpórea flaqueza y corrupción.

Lejos expulsa al enemigo, danos pronto tú Paz.

Siendo Tú nuestro guía, toda culpa logremos evitar.

Danos tu influjo, conocer al Padre.

Danos también al Hijo conocer, y en Ti del uno y el otro, Santo Espíritu, para siempre creer.

A Dios Padre, alabanza, honor y gloria en el Hijo que un día resucitó.

Y a Ti abogado y consuelo del cristiano, por los siglos se rinda admiración. Amen.

 

 

 

Vivir desde las inspiraciones del Espíritu Santo

 

El Espíritu prometido del Padre y promesa de Jesús para nosotros

 

San Juan 14, 15 ss

“Si ustedes me aman cumplirán mis mandamientos y yo rogaré al Padre y les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la Verdad, a quién el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes en cambio lo conocen porque el permanece con ustedes y estará en ustedes.”

 

 

En este “dejarnos habitar por él”, como dice el texto que acabamos de compartir, un primer punto sería:

1.- Fidelidad a las inspiraciones del Espíritu quien nos habita por dentro.

En su diario Sor Faustina Kowalska decía: “Aquella noche yo intentaba cumplir mis obligaciones hasta la bendición. Me sentía más enferma que de costumbre. Inmediatamente después de la bendición fui a acostarme, pero de repente, al entrar en mi cuarto, sentí que anteriormente tenía que ir a la celda de Sor …… ( no dice el nombre) que tenía necesidad de ayuda. Entré enseguida a su celda y la hermana me dijo, hermana me dijo: “Hermana mía, que bien que Dios te haya traído”. Hablaba en voz tan baja que apenas podía hablar. Me dijo “Hermana mía por favor trata de traerme un poco de té con limón, tengo mucha sed y no puedo moverme porque sufro mucho”. Y realmente era así y tenía mucha fiebre. La acomodé mejor y un poco de té calmó su sed. Cuando volví a mi celda mi alma estaba inundada de un gran amor de Dios y comprendí que es preciso estar muy atento a las inspiraciones interiores y obedecerlas con fidelidad. Y la fidelidad a una gracia atrae a otras gracias.”

El texto que acabamos de compartir resalta un punto capital en la vida espiritual: “La fidelidad a una inspiración” que está recompensada con gracias más abundantes, en especial con una inspiración más frecuente, más poderosa, y aparece también como un impulso del alma hacia una mayor fidelidad a Dios, una percepción más clara de su voluntad y una mayor facilidad para cumplirla. Esto es lo que afirma también San Francisco de Sales cuando dice: “Cuando se aprovecha bien una inspiración que el Señor nos da, nos concede otra, y así nuestro Señor continúa otorgando sus gracias a medida que se aprovechan”.

La fidelidad no es permanecer incólume frente a un querer de Dios sino dinámicos y lanzados en El hacia lo que Ignacio de Loyola llama ir de más tras más. Cuando nosotros permanecemos en fidelidad no permanecemos en fidelidad como quién cumple sencillamente una ley, aunque a veces, la fidelidad que nos pone en contacto con lo que Dios nos regala, sin consuelo, tiene una dimensión más dura, siempre el cumplimiento fiel al querer de Dios termina por ser una gracia que nos abre a más gracias. “Las inspiraciones, decía un comentarista de la vida devota de Francisco de Sales, son uno de los medios de los que se sirve el Espíritu Santo para guiar a cada uno en cada instante. Discernir estas inspiraciones y seguirlas es uno de los puntos más importantes que plantea Francisco de Sales en la vida devota. El dinamismo fundamental que podrá conducirnos poco a poco hacia la santidad radica en nuestra fidelidad a una gracia que podríamos decir, atrae a otra gracia.”

Santa Teresita del Niño Jesús atestigua también ese dinamismo de la fidelidad que hace cada vez más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios. Escribía ella en su manuscrito autobiográfico: “La práctica de la virtud me resulta dulce y natural. Al principio mi rostro solía traslucir el combate, pero poco a poco desapareció esa impresión y se me hizo fácil la renuncia desde el primer momento. Jesús lo dijo: “Al que tiene se le dará y abundará”. Por una gracia fielmente recibida el me concedía una multitud de otras”.

Añadamos que esto va acompañado de la gracia de la fidelidad, que hay que pedirla, fidelidad al querer de Dios, fidelidad a Su Voluntad, sintonía con su corazón, capacidad de permanecer en El, para que en ese permanecer en él, nosotros, como la Palabra dice en el Juan 15, podamos dar mucho fruto. Es un don la gracia de la fidelidad. El vivir en fidelidad al querer de Dios atrae más gracias. Dios nos regale de una manera renovada el don de la fidelidad a su querer.

¿Podrías compartirnos cómo, en un cumplimiento sencillo, simple, cotidiano, del querer de Dios, el gozo del corazón va aumentando más y más cuando te dejas llevar por ese querer? ¿Cómo es tu experiencia respecto de esto? ¿Cómo has visto que hay gente que realmente va de más tras más, que su vida se afianza paso tras paso detrás del querer de Dios y resplandece en su rostro la presencia de Dios por su alegría, por su capacidad de servicio, porque en realidad no le pesa lo que hace en el querer de Dios, y aún, cuando objetivamente las preocupaciones y los pesos sean muchos, se hace verdaderamente llevadero y suave el yugo con el que Jesús nos pide carguemos con Él el peso de la vida?

 

 

2.- “No me pesa, es mi hermano”

El yugo suave y liviano con la que el Señor nos invita en la Palabra de Dios, en la carta a los Gálatas, a llevar mutuamente nuestros pesos, es posible gracias al Espíritu Consolador.

Realmente el Espíritu santo recibe adecuada y justamente el apelativo de Consolador. Cuando le damos la bienvenida a su presencia, su estar con nosotros nos ilumina y nos empuja a obrar y a poner nuestro corazón todo en función de lo que es su inspiración que siempre termina en un lugar, el amor más profundo por los demás desde un amor más genuinamente sano por nosotros mismos. Este don maravilloso del Espíritu de traernos gracia de consuelo ha sido vivido y reflexionado de muchos modos en la vida de la Iglesia y a partir de la mirada de tantos santos que experimentaron en medio del fragor de la lucha y del servicio esta presencia saludable y consoladora del Espíritu. “Por sí sola, una gota de bálsamo del Espíritu Santo puede llenar nuestro corazón de un contento mayor que todos los bienes de la tierra, porque participa de la infinitud de Dios” nos decía Richard de San Víctor, me atrevo a afirmar que una sola gota de esos consuelos divinos puede hacer lo que todos los placeres del mundo no podrían lograr. Estos no serenan el corazón y una sola gota de la dulzura interior que el Espíritu Santo vierte en el alma la arrebata fuera de sí y le causa una santa embriaguez. “Derramas el óleo sobre mi cabeza y mi copa reboza” dice el Salmo. Esta unción del Espíritu se derrama irremisiblemente en el alma que hace el bien que le inspira el Espíritu. Cuando nosotros, dejándonos llevar por el Espíritu en nuestro decir, en nuestro quehacer, seguramente la dulzura de su presencia colmará todos nuestro ser y seremos capaces también de comunicar esa sanidad propia que obra el consuelo del Espíritu en nuestro interior. Así encontramos otra importante ley divina en la espiritualidad: lo que es capaz de satisfacer a nuestros corazones no son tantos los bienes que recibimos sino el bien inspirado por Dios que practicamos. Hay más felicidad en dar que en recibir, sin embargo, lo que podemos dar es bien dado cuando lo hemos bien recibido de Dios que inspira nuestro corazón”.

 

 

3.- ¿Cómo favorecer la presencia del Espíritu que busca irrumpir en medio nuestro?

Es una verdad que brota de la experiencia y de una razonable manera de contemplar el misterio de Dios: “Dios ama a los hombres con un amor igual y quiere conducirnos a todos a la plenitud, a la perfección, pero al mismo tiempo tiene caminos distintos para unos y para otros”. En este sentido Dios es muy creativo, no se repite en su quehacer sino que le gusta demostrarse y mostrar la capacidad de diferencia que hay en su acto creador. Lo que quiere decir que las inspiraciones de la gracia también tendrán frecuencias y manifestaciones muy diferentes de una persona a otra y no se puede obligar al Espíritu Santo y a Dios, dueño de sus dones que se repita, porque no es su modo. No obstante, no podemos dudar que Dios concederá a todos la inspiración necesaria para su propia plenitud, para su propia santificación. Escuchemos lo que dice Francisco de Sales: “Qué dichosos son aquellos que tienen sus corazones abiertos a la inspiraciones santas porque jamás faltan a nadie las que le son necesarias para vivir santa y piadosamente en su estado y para ejercer religiosamente las obligaciones de su profesión y vida. Porque, así como Dios, por mediación de la naturaleza, da a cada animal los instintos que le son necesarios para su conservación y para el ejercicio de sus propiedades naturales, así también, si nosotros no resistimos a la gracia divina damos a cada una la necesaria inspiración para vivir y obrar, conservarnos santamente en la vida espiritual. Hay que añadir también que esas mociones del Espíritu incluso si desgraciadamente ocupan un lugar escaso en la existencia de muchos cristianos, no son nada especial en sí mismas sino que forman parte de un funcionamiento normal de la vida espiritual”. Esto quiere decir que cuando decimos que estamos inspirados por la vida de Dios en el Espíritu Santo no es extraordinario, es el modo ordinario con el que Dios busca vincularse con nosotros. Hay que aprender a vivir extraordinariamente lo de todos los días. O dicho de otra manera, hay que aprender a vivir de manera normal el modo extraordinario que Dios tiene de vincularse con nosotros. En realidad está mal dicho ordinario o extraordinario, es sólo para entrar en esta dimensión, tiene que ser connatural a nosotros el vivir en el Espíritu. Pablo lo da a entender a esto cuando dice en la Carta a los Romanos: “Todos los que son guiados por el Espíritu Santo viven como hijos de Dios. Si vivimos según el Espíritu, caminemos también en la vida en el Espíritu”. Aprender a vivir desde esta perspectiva, sin estridencias, sin sorpresas, verdaderamente siempre estando gratamente guiados por la presencia de aquél que connaturalmente quiere guiar y sostener nuestra vida.

 

 

4.- Practicar la alabanza y la gratitud

En esto de darle cauce a la vida del Espíritu en nosotros y de crecer en gracia tras gracia, practicar la alabanza y la gratitud.

“Quizás, dice Jackes Philips, lo que pide recibir de Dios una gracia más abundante es simplemente no reconocer las que nos ha concedido y no agradecerlas lo suficientemente. No hay duda que si damos gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia recibida, en especial por las inspiraciones, el nos concederá aún más”.   Fíjate como terminan los Ejercicios Ignacianos, en una gran acción de Gracias. Y cuando uno hace la memoria agradecida, al final de los ejercicios, empieza a percibir cómo en el la memoria de la vida están registrados todos los dones que uno ha recibido y se acuerda de las cosas más sencillas, simples, y el alma se eleva sencillamente diciendo: “Gracias, gracias, mil veces gracias”. Cuando vivimos en este estado interior de gratitud, crece en nosotros las gracias con las que Dios nos sigue bendiciendo. Teresita del Niño Jesús, hablando a su hermana Celina le decía: “Lo que más atrae las gracias de Dios es la gratitud. Si le agradecemos un bien se conmueve y se apresura a concedernos diez más, y si las agradecemos con la misma efusión una incalculable multiplicación de gracias se da en nuestras vidas. Yo tengo la experiencia, inténtalo y lo verás. Mi gratitud por todo lo que me da no tiene límites y se lo demuestro de mil maneras”. No se trata de movernos con cálculos, de dar para ver cuánto vamos a recibir, sino del único lugar desde donde se puede dar cuando se da verdaderamente, desde el amor. Esto de dejarlo todo para seguirlo a Jesús en función de la Gloria de Dios, la plenitud propia pero el bien de los hermanos, es propio del amor que nos saca de nuestras clausuras interiores y nos pone en función del plan de Dios, de ser unos para otros y de serlo en él. En realidad, la gratitud de la que hablamos es presencia de un amor agradecido. No es cualquier tipo de gratitud sino una gratitud en el amor y desde el amor. El reconocimiento del amor de Dios, con tantos detalles derramados sobre nuestra vida, y desde esos lugares, en el delicado amor con el que Dios nos trata, animarnos desde allí, desde lo simple y sencillo, desde el despertar hasta el dormir, en el comer y en el compartir, en el trabajo cuando se hace fatigoso, decir sencillamente gracias y mil veces gracias.

 

 

 Padre Javier Luis Soteras