Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Palabra de Dios
P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay
San Alberto Hurtado decía algo bien bonito y bien hondo a la vez: “Cristo vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un gran cuerpo cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros. Todos estamos llamados a estar incorporados en él, ese es el grado básico de la vida cristiana”. El Evangelio de hoy, le da la razón a Hurtado. Cristo convoca discípulos-misioneros para que estén con él y lo ayuden en la construcción del Reino.
Les invito a meditar, entonces, en torno a tres frases claves:
“llamó a los que él quiso…”
Cristo no llamó a los mejores, ni siquiera llamó a los más capaces, en todo caso capacitó a los que llamó. ¿Curioso, no? Jesús podría haber elegido a sus discípulos-misioneros de entre los monjes de Qumram, acaso los hombres más austeros y “puros” de su tiempo. Podría haberlos elegido entre los sacerdotes del Templo, acaso los hombres más versados en la Ley, en lo Ritual, en las Escrituras. También podría haberlos tomado de entre los griegos, hombres reconocidos por su conocimiento, por su saber; o bien, podría haberlos ido a buscar a las polis romanas más ricas y poderosas, para así construir con ellos un reino de poder, una cruzada verdaderamente exitosa… Pues nada de eso, Jesús, a la hora de elegir privilegia en su llamado a unos pescadores, a unos pobres, a unos pecadores, a unos hombres sin-nombre, sin títulos, sin honores, sin riquezas.
Jesús quiere así dejarnos un ejemplo: todos y cada uno podemos ser discípulos y misioneros. Basta que nos dejemos llamar, basta que nos dejemos transformar por la Buena Nueva. ¡Sí! En cada uno de nosotros, seamos pobres, seamos pecadores, seamos humildes trabajadores, seamos hombres y mujeres sin grandes honores y sin ningún éxito en nuestro “curriculum vitae”, todos nosotros –repito- podemos y somos llamados por Cristo a ser sus discípulos y misioneros. Cristo cuenta con todos y cada uno, porque no quiere construir el Reino solo, sino con nosotros.
“llamó a los que él quiso… para que estuvieran con él”.
¿Qué es el discípulo sin su maestro? ¡Nada! Estar con Jesús, mantenernos junto a él, perseverar a su lado: es condición sine qua non para seguir siendo siempre verdaderos “discípulos” del Señor. Si no estamos a su lado, si no conocemos su manera de ser, de hablar, de rezar, de sanar, de anunciar, de vivir… Si no lo vemos a diario, si no lo escuchamos cada día, difícilmente podamos luego encarnar en nuestras vidas el llamado que tenemos todos los cristianos, de ser “otros Cristos”; hombres y mujeres capaces de actuar siempre y en todo como Cristo lo haría si estuviera en nuestro lugar.
Qué importante, entonces, pensar cada día cómo he de permanecer junto al Señor, de cara al Señor, porque a esto hemos sido llamados desde el Bautismo: a compartir la vida con Cristo, a estar con él, como él está con nosotros cada día y todos los días de nuestras vidas.
“llamó a los que él quiso, para que estuvieran con él… y para enviarlos en misión”.
Ya lo hemos dicho muchas veces, los cristianos hemos de ser hombres y mujeres “para los demás”, no existe –por tanto- un cristiano ensimismado, un cristiano autorreferencial, un cristiano ocupado únicamente de sí mismo…
No existe un cristiano sin misión, sin tarea. Todos somos convocados por Cristo con vistas a un envío. No se trata sólo de estar junto al Señor (ser discípulo), sino que se trata de ser enviados por él a las fronteras, al mundo, a la misión… Se trata de ser también “misioneros”. Hoy puede ser un buen día, entonces, para considerar delante de Dios, en oración, cuál es esa misión que Dios nos encomienda para este 2015 y, si nos animamos, considerar también cuál es esa Misión (con mayúsculas) para la que Dios cuenta con nosotros el resto de nuestras vidas. Recuerden, Cristo no vino a hacer una obra solo, sino contigo y conmigo, con todos nosotros. Cristo nos necesita, su Reino está en construcción y tú y yo podemos ser parte.
¡Que así sea!