¡Atrevete a soñar cosas grandes! Francisco ya te lo dijo una vez y nosotros queremos recordártelo con el siguiente cuento (sinopsis) de Mamerto Menapace.
“Una vez un catamarqueño encontró entre las rocas de las cumbres un huevo. Era demasiado grande para ser de gallina y demasiado chico para ser de avestruz. No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, quien lo colocó debajo de una pava clueca que se encontraba empollando una nidada de huevos recién colocados.
Cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Se trataba ni más ni menos que de un pichón de cóndor.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, escarbaba la tierra en busca de gusanitos, semillitas y desperdicios, y de noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas en la altura. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa ¿Y él, porqué no volaba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Cuando sintió su confidencia, se rió de él y le dijo que era un romántico, que se dejara de tonterías. Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada.
Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño. Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a vieja, un día murió. Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido ¡Y pensar que había nacido para las cumbres!”
Y vos, ¿Qué sueño estás postergando? ¿Qué cosas te están atando a una vida “sin vuelo”? ¿Por qué pensás que es difícil dejar de vivir en la pavada?
Dios quiere verte feliz y pleno. Por eso, pensó para vos una misión que es solo tuya ¡Te alentamos a asumirla! Confíale al Señor todos los miedos y hábitos que no te dejan seguirlo con pasos valientes. Y pedile las fuerzas que andas necesitando para abrazar sus proyectos y volar alto.