Cuando el Señor me dijo:
“No toques esas flores que destilan veneno,
borra de ti esa imagen,
arranca del alma ese recuerdo”,
yo bajé la cabeza como una flor tronchada
y respondí: “No puedo”.
Y el aire que pasaba me dijo mansamente:
“¿No ves que te lo dice tu Padre dulce y bueno,
el que te da las flores y el alba y el rocío
y el cantar de los pájaros y el agua del riachuelo?”.
Y yo seguía bajando la cabeza rendida y seguía diciendo:
“No merezco las flores, ni el rocío, ni el alba,
ni el cantar de los pájaros ni el arrullo del viento.
Sé que tú me das todo y una cosa me pides
y yo, Señor, que veo que me das tantas cosas
y me pides tan poco,
te digo sin embargo que no puedo.
Y yo soy la creatura que diste en la tierra la corona y el cetro,
y a quien dirás un día qué hiciste de tu reino.
“Mis vasallos, Señor, diré yo entonces,
contra mí se volvieron,
y yo he sido el vasallo y los señores ellos.
Ya les vendí mi cetro y mi corona
por un mezquino precio,
por una voz suave, por unos pocos besos.
Pero ten compasión, aún es temprano acaso aún habrá tiempo”.
Y me dirá el Señor: “Años y años esperándote llevo.
Una vez y otra vez en esta espera
granó la espiga y floreció el almendro.
Y una vez y otra vez por si venías
me asomé por las tardes al sendero.
Y sin embargo seguiré esperando.
Y todavía mientras que te espero,
cuidaré que haya estrellas en tus noches
y luz en tus auroras y flores en tu huerto”.
José María Pemán