Evangelio según San Lucas 18,9-14

lunes, 9 de marzo de
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Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: “Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.  El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.


Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’.En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.


Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.


Palabra de Dios





 


 

P. Juan Martinez sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba



 

Buen día Amigos de Oleada Joven!. En el evangelio de hoy, dos hombres suben al templo a orar. Es en la oración donde el corazón queda al desnudo. Al orar, el fariseo se hace el centro, y Dios sólo está para reconocer su rectitud. El fariseo es un religioso riguroso, un practicante fiel, íntegro, afiliado a una especie de escuela de oración y moral de estricta observancia. Le han enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la ley, y lo hace tan bien que se enorgullece de hacerlo; está a mano con Dios, y Dios tan sólo tiene que hacerle justicia. Dios no necesita ser ya ternura y perdón. Basta con que sea justo. Todas las cualidades, que posiblemente tenga el fariseo, están como envenenadas por su orgullo. El amor propio desmesurado es capaz de estropear las más bellas realizaciones.

El publicano, al contrario, puesto lejos, no se anima a levantar su mirada al cielo, sino que se daba golpes de pecho. Es el ladrón público. Su oficio mismo era maldito: robaba por profesión, y en provecho del sistema que oprimía al pueblo, para “beneficio del ocupante opresor y pagano que además contaminaba con sus ídolos y prácticas inmorales”. Para los judíos del tiempo de Jesús, éste era un caso sin salida.

Jesús se enfrenta a la opinión de su tiempo, porque Dios es también el Dios de los desesperados. Dios da a todos su oportunidad, incluso a los más grandes pecadores. El publicano se da cuenta de su indignidad y mira a Dios, que puede salvarlo.

Es preciso que nuestras manos tendidas hacia Él sean unas manos vacías. La cuaresma con sus prácticas propias nos debe tener alerta a no caer en la tentación de ofrecer a Dios actos externos que tengan mas de justificación que de humilde reconocimiento de nuestra fragilidad. Sabernos amados y perdonados sin mérito alguno nos lleva a sentir la necesidad del amor de Dios.

La oración hecha con humildad nos permite reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Ni hincharnos de orgullo, ni menospreciarnos. La humildad nos hace reconocer los dones recibidos y reconocer también los dones del otro. La humildad nos hace ser testigos, no de lo que hemos hecho, sino de la misericordia que el Señor ha hecho con cada uno de nosotros.

Nuestra oración no debe ser una técnica, un método, una fórmula sino un gran amor. En la oración, en la misericordia, en la caridad, en la preocupación por los demás, propias del corazón humilde, está el camino de nuestra justificación y salvación.

Estas 24 horas para el Señor las que nos convoca el Papa Francisco en oración y humilde reconocimiento de nuestra fragilidad sean con la Palabra de hoy, la sana disposición interior y la acción de la gracia que reconcilia un buen fruto del camino cuaresmal.

Dios te bendiga y que tengas buen sábado.



Fuente: Radio María Argentina

 

 

Radio Maria Argentina