¡Más fe! Hermanos, no nos dejemos ganar por el desaliento: ¡Tengamos fe, más fe!
¿Quién de nosotros cree que se pueden transportar montañas, sanar pueblos, hacer triunfar la justicia en el mundo, hacer que la verdad brille e ilumine al espíritu humano, unir en la caridad de Cristo a toda la tierra? ¿Dónde están estos creyentes?
¡Más fe, hermanos, hace falta más fe!
Ciertamente la fe falta en los que hay que salvar, pero a veces – lo digo con dolor en el alma-, la fe es escasa o languidece también en mí y en otros, en nosotros que decimos o creemos que queremos iluminar y salvar multitudes.
Seamos sinceros. ¿Por qué no logramos renovar la sociedad? ¿Por qué no tenemos fuerza ni arrastre? Porque nos falta fe, ¡una fe ardorosa! Vivimos poco de Dios y mucho del mundo: vivimos una vida espiritual tuberculosa, nos falta esa auténtica vida de fe y de Cristo, que incluye en sí toda aspiración a la verdad y al progreso social; que lo impregna todo y a todos, hasta los trabajadores más humildes. Nos falta esa fe que transforma la vida en apostolado ferviente en favor de los desdichados y oprimidos, como es toda la vida de Jesús y su Evangelio.
¡Ese es el problema! Si queremos hacer hoy algo útil para que el mundo vuelva a la luz y a la civilización, para renovar la vida pública y privada, hay que hacer que la fe resucite en nosotros y nos despierte de este letargo que no es un sueño sino muerte; hay que provocar un gran renacimiento de fe, y que del corazón de la Iglesia broten los peones de Dios, sembradores de la fe, nuevos y humildes discípulos de Cristo, almas vibrantes de fe.
Debe ser una fe encarnada en la vida. ¡Necesitamos espíritu de fe, ardor de fe, ímpetu de fe; fe de amor, caridad de fe, sacrificio de fe!
Ésta es la oración que necesitamos: “¡Señor. Auméntanos la fe!
Don Orione
“En nombre de la divina providencia”