“No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que Él nos amó primero” (1Jn 4,10) Lo más importante no es – que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9); – que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes tatuado el mío en la palma de tu mano ((Is 49,16); – que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito (Rm 8,26); – que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Mc 1,17); – que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto (1 Cor 13,12); – que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2 Cor 4,10); – que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano (EE 335); – que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1); Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte… si tú no me buscas, me llamas y me amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra mi mejor manera de encontrarte. Benjamín González Buelta, S.J.