Habla Jesús a Juan

domingo, 29 de marzo de
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Jesús:      Juan, he querido que habláramos antes de que llegue la hora en que voy a dejarte en manos de este mundo. Quiero que cuando estalle la tormenta no se te olvide una cosa: que el amor es el centro, lo único importante de todo cuanto dije. Que ames sin condiciones, que no me importa ni siquiera que mi pequeña Iglesia se deshaga si hay unos pocos que siguen amándose y amándome.


Ahí no hay vuelta de hoja: No quiero que me siga un grupo poderoso, no los veo triunfadores a lo ancho del mundo imponiendo su ley y mi nombre. Siempre preferiré ver rodar sus cabezas a ver en sus manos una espada o un cofre de monedas. Con eso podrán llegar al fin del mundo, mas llegarán sin mí.


Y, por favor, no esperen a ser poderosos para empezar a amar, será ya tarde porque tendrán el corazón de hielo. Si se acuerdan de mí, que sea como de un amigo, no como de alguien que les cubre las espaldas.


Y, al partir el pan, háganlo como se reparte en la mesa, simplemente, no como quien levanta el universo en medio de clarines y tambores. No importa que la gente se ría de ustedes, siempre será mejor que si les tienen miedo.


Y no duerman a gusto mientras sepan que alguien tiene hambre. Pero tampoco vivan permanentemente angustiados: hagan lo que puedan y acuérdense de que también mi Padre sabe hacer su oficio.


Y háganlo todo alegremente. Esta, Juan, es mi segunda consigna, o, si prefieres, la segunda cara de la principal. No quiero seguidores con alma de ceniza, no quiero hijos míos que amanezcan cada mañana con una tripa rota o que lleven la fe como un cilicio. ¿Qué pensarán de mí si los vieran con ojos vinagre? ¿Qué jefe sería yo si no supiera conducir a los míos a la felicidad? No me gustan los que llevan la fe engreída, como si acabasen de tragarse una escoba. No entiendo a esos hijos míos que van por ahí como si les costase sangre el oficio de amar a su Padre.


Si el reino de los cielos no va a ser más limpio y más alegre que este mundo ¿para qué construirlo? Y todo esto te lo digo, Juan, en la víspera de la espina y el clavo. Yo sé que a lo largo de los siglos será ésta —la cruz— la señal de los míos y muchos van a confundir mi fe con un vaso de ricino. Pero ustedes quedan detrás de mí, precisamente para explicarlo bien: los clavos son, sí, clavos; las espinas, espinas; la cruz, cruz. Mas todo esto es un precio que se paga de una vez por todas. Yo no subo a una cruz para quedarme en ella, ni gritaré al agachar la cabeza como un punto final.


Todo ello es el esfuerzo que cuesta la alegría como subir a un monte para ver el sol. Yo soy y he sido siempre amor y gozo y voy a serlo multiplicado en mi resurrección. Apréndanlo bien los que quieran seguirme. Porque si llegáis arriba con el corazón seco y con los ojos grises y apagados, no los reconoceré.


Mi árbol de los cielos produce granadas de pasión y flores de alegría. Y arriba no tengo otro alimento.


J.L. Martín Descalzo

 

Fer Gigliotti