Evangelio según San Lucas 24,13-35

lunes, 6 de abril de
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Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.

 

El les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.

 

Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”.

 

Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

 

Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”.

 

En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.



Palabra de Dios

 

 

 


Monseñor Fernando Maletti Obispo de la Diócesis de Merlo – Moreno


 

Felices Pascuas nos estamos diciendo en estos días, felices Pascuas porque Cristo resucitó, precisamente hoy el Evangelio según San Lucas 24-13:35 nos habla del camino de Emaús y ahí es cuando estamos llamados a entender que significa la Pascua, que nos dice la Pascua a todos y cada uno de nosotros.

Pascua significa Luz poderosa, que puede curar todas nuestras cegueras, significa que el día venció a la noche, que el lucero de la mañana no se apaga. Significa que todos queremos y podemos ser luz porque la llama resucitada puede encender en nuestro espíritu. Eso es lo que le paso a los iban camino a Emaús, tristes y desalentados, se les cambio la vida porque Pascua significa que todos los deseos humanos pueden ser saciados con el agua de Jesucristo. La que ofreció a la samaritana el agua que sacia nuestra sed definitivamente y salta hasta la vida eterna.

Pascua significa un amor victorioso que salva de la muerte, significa que el amigo no abandona al amigo ni siquiera en los momentos angustiosos de la muerte. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo.

Jesús caminaba sin que advirtieran que era Él y los iba acompañando, escuchando. No hay nada que temer, todos nuestros miedos se polarizan y se concentran en el miedo a la muerte pero la muerte ha sido vencida, la muerte que es la noche ha sido superada por la presencia de Jesús.

El hombre de la Pascua sabe que el Amor de Dios manifestado en Jesucristo es más fuerte que todo, y que nada, ni siquiera la muerte puede separarnos de Él. En la vida no manda la muerte sino el amor, las llave de la vida las tiene Cristo no la muerte; por eso se sentó y compartió con ellos el pan y ellos le dijeron “quedate con nosotros Señor porque se hace tarde”.

Las llaves de la muerte las tiene Cristo, no el infierno y por eso Pascua es libertad y alegria. Libre es la persona que ama y que ya no teme.

Que hermoso queridos hermanos que cuando nos deseamos felices Pascuas estamos entendiendo que esa es la gran libertad a la cual estamos llamados.


Fuente: Radio María Argentina

 

Radio Maria Argentina