La Eucaristía, inmenso tesoro

martes, 21 de abril de
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” Aquella fue para mí una experiencia enteramente distinta, porque revela el valor que tiene el Santísimo Sacramento cuando se ha estado en contacto familiar y prolongado con él durante la vida y sentimos la falta de él cuando no podemos recibirlo…

Recuerdo a una muchacha japonesa de unos 18 años. La había bautizado yo tres o cuatro años antes y era cristiana fervorosa: comulgaba diariamente en la Misa de 6,30 de la mañana, a la que venía puntualmente todos los días.

Después de la explosión de la bomba atómica, recorría yo un día las calles destrozadas, entre montones de ruinas de toda clase. Donde estaba antes su casa, descubrí como una especie de choza, sostenida por unos palos y cubierta con hojas de lata: me acerqué y quise entrar, pero un hedor insoportabl me echó hacia atrás. La joven cristiana -se llamaba Nakamura- estaba tendida sobre una tabla un poco levantada del suelo, con los brazos y piernas extendidos, cubierta con unos harapos chamuscados. Las cuatro extremidades estaban convertidas en una llaga, de la que emanaba pus. La carne requemada apenas dejaba ver más que el hueso y las llagas. Así llevaba 15 días sin que la pudieran atender y limpiar, comiendo sólo un poco de arroz que le traía su padre también mal herido. Su espalda era una llaga medio gangrenada por no haber podido cambiar de postura. Al tratar de limpiar la quemadura de la región coxal me encontré con la masa muscular corrompida y convertida en pus, que dejaba una cavidad en la que cabía un puño cerrado y en cuyo fondo hervía una madeja de gusanos.

Anonadado ante tan terrible visión no sabía qué decir. Al poco tiempo Nakamura abrió los ojos y, al ver que era yo quien estaba allí sonriéndole, mirándome con dos lágrimas en sus ojos y en un tono que nunca olvidaré, me dijo, tratando de darme la mano: ‘Padre, ¿me ha traído la comunión?’. Que comunión fue aquella, tan diversa de la que por tantos años le había dado cada día !.

Olvidando toda pena, todo deseo de alivio corporal, Nakamura me pidió lo que había estado deseando durante dos semanas, desde el día en que explotó la bomba atómica: la Eucaristía, Jesucristo, su gran consolador, al que ya hacía meses se había ofrecido en cuerpo y alma para trabajar por los pobres como religiosa.

¿Qué no hubiera yo dado por obtener una explicación de aquella experiencia de la falta de la Eucaristía y de la alegría de recibirla después de tantos dolores?. Nunca había tenido la experiencia directa de una petición semejante ni de una comunión recibida con tanto deseo. Nakamura murió poco después”. 

 

Padre Arrupe

 

Ante ejemplos como éstos uno siente una sana vergüenza, al pensar en nuestras eucaristías aburridas, por mera obligación, nuestras eucaristías por inercia, o peor aún, nuestras ausencias por “tener algo más importante o más urgente que hacer”, o “porque no me coincidió”, “porque se me pasó la hora de mi misa, y después me dio fiaca”. Que Dios nos libre de este drama de no tener hambre y sed del Señor, de sentirnos satisfechos. De no darnos cuenta de que quizás a metros de mi casa cada día tengo el tesoro inmenso de la Eucaristía para mí, y no voy a buscarlo.

Con los discípulos de Emaús, que también te tuvieron tan cerca, nosotros te decimos Señor, desde lo más hondo del corazón: “Quedate con nosotros”. A pesar de no merecerte, a pesar de nuestras frialdades e indiferencias, a pesar de nuestra ingratitud… o quizá, justamente por eso, “quedate, Señor, con nosotros” .

 

Semillas De Cielo Y Tierra, Padre Ángel Rossi

 

Fuente: Acción Católica

 

Oleada Joven