Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabras de Dios
P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Colabora en la Pastoral del Templo de la Compañia de Jesús en Córdoba
En el mes de febrero, junto a varios jóvenes de la Red Juvenil Ignaciana de Argentina y Uruguay, fuimos a misionar algunos barrios y pueblos de la Diócesis de Mercedes-Colonia, en la vecina orilla. Uno de los días de misión, la catequesis estuvo dedicada a reflexionar en torno a la Eucaristía. Todo comenzó con una dinámica muy creativa de parte de los jóvenes misioneros, que nos invitaron a todos a pensar cómo nos gustaría ser recordados en caso de estar próximos a la muerte. La idea era que cada uno pensara el signo o la manera en que le gustaría ser especialmente recordado por sus familiares y seres queridos. Una mujer dijo de manera muy bella, que ella quería ser recordada en el árbol que había en el patio de su casa, donde su familia a diario se sentaba a matear y compartir la vida; y que ella quería, como el árbol, ofrecer también cobijo y compañía a los suyos, dándoles sombra en los días de mucho sol, o protegiéndolos en los días de tormenta. Alguien compartió también que le gustaría ser recordado en la llama de una vela encendida, como signo de que su vida seguiría alumbrando y dando luz a otros, y que le gustaría contagiar su pequeña llamita a los demás, incluso después de muerto. En fin, así sucesivamente fuimos todos y cada uno reconociendo el signo o la manera en que nos gustaría ser recordado.
El Evangelio de hoy, con su clara referencia a la Eucaristía, nos recuerda que también Jesús eligió un signo bien concreto y una manera bien honda de ser conmemorado por nosotros a diario: el pan y el vino, signo de su Cuerpo y su Sangre que se entrega por nosotros, como alimento, para darnos Vida y Vida en abundancia, Vida eterna.
Es notable, pensar que Jesús hace muy conscientemente esta elección. Jesús reza, piensa, elige el signo de su presencia en medio nuestro, y decide quedarse entre nosotros en forma de pan y vino, es decir, en Cuerpo y Sangre. Entre los varios motivos que tuvo Jesús para elegir esta manera de permanencia en medio de nosotros, quisiera mínimamente notar tres:
i) Pan y Vino es algo que no faltaba en ninguna mesa. Aún en las casas más pobres había siempre un pedazo de pan y un poco de vino. Jesús elige, entonces, permanecer en lo más sencillo, en lo más humilde, en lo más pobre, como un signo patente de que quiere estar en la vida de todos y no sólo en la vida de unos pocos…
ii) Pan y Vino es algo que se parte, reparte y comparte a diario. Y es que Jesús quiere compartir con nosotros su Cuerpo, su Sangre, su Vida, en el día a día. Jesús no quiere que lo busquemos unas veces sí y otras no, sino que quiere estar en lo cotidiano a nuestro lado, quiere que sintamos su presencia continua en medio nuestro…
iii) Pan y Vino son además alimentos. Y es que Jesús quiere precisamente eso, que el alimento de nuestras vidas sea justamente su propia Vida, su propio Cuerpo, su propia Sangre, su propia entrega. En síntesis, Jesús quiere ser él mismo alimento vivo, presencia viva, permanencia continua en medio de nuestras vidas, en medio de nuestro día a día.
Termino citando al hno. Murri, jesuita fallecido hace ya unos años que siempre decía: “pase lo que pase en tu vida, que nada ni nadie te aparte de la Eucaristía”. Pidamos esa Gracia, que pase lo que pase en nuestras vidas, no haya nada ni nadie que nos aparte del Cuerpo y la Sangre de Cristo, único alimento de nuestras vidas.
¡Que así sea!
Fuente: Radio María Argentina