El 20 de diciembre del 2000 Juan Pablo II aprobaba el milagro atribuido a Juan Diego, el indio mejicano testigo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en 1531. El hecho ocurrió el 6 de mayo de 1990 mientras el Papa beatificaba a Juan Diego y cambió para siempre la vida deJuan José Barragán Silva, adicto a las drogas.
Tenia entonces Barragán 20 años y era consumidor habitual de marihuana desde los quince. Aquel día, excitado bajo la influencia de la droga, se apuñaló en presencia de su madre y se abalanzó hacia el balcón para lanzarse al vacío. La madre le sujetó por las piernas pero fue inútil: se deshizo de ella y se arrojó a la calle de cabeza. El balcón estaba a 10 metros de altura, el joven pesaba 70 kilos, y el ángulo de impacto de la cabeza con el suelo fue de 70 grados.
Ingresó aún vivo en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Durango de Méjico. Fue tratado por J.H. Hernández Illescas, neurólogo de fama internacional y por otros dos especialistas que describieron el caso como «único, sorprendente, inconcebible, científicamente inexplicable». Y es que tres días después, de repente y de forma increíble, Barragán estaba completamente curado. No quedaron secuelas neurológicas ni psíquicas, ni el más mínimo asomo de minusvalía.
Esperanza, madre del muchacho, dijo que cuando vio que su hijo se lanzaba por la ventana lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe y dirigiéndose a Juan Diego le suplicó: «Dame una prueba, ¡salva a mi hijo!».
Juan Diego nació en 1474 y su nombre de pila era Cuauhtlatoatzin hasta que junto a su mujer fue bautizado por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente. El 9 de diciembre de 1531 Juan Diego vio a la Virgen María en el cerro de Tepeyac. Nuestra Señora le habló en su lengua nativa, el náhuatl, y de forma cariñosa le suplicó dijera al obispo que levantaran una iglesia en su honor. Según la tradición fueron cinco las apariciones, la última de las cuales ocurrió el 12 de diciembre, día en que curó a su tío gravemente enfermo y en que ordenó que llevara al obispo Zumárraga un ramo de rosas silvestres en su ayate o tilma. Al desplegar el poncho ante el obispo la imagen hoy venerada apareció impresa en el tejido.
Fuente: Anécdotas de los santos