“Mi vida he dejado en manos de tu Vida”

miércoles, 20 de mayo de

¡Hola amigos de Oleada Joven!

Sentí una inmensa la alegría cuando Mili me invitó a escribir mi testimonio vocacional. Confieso que es la primera vez que lo haré por escrito. Estoy muy contento por esta oportunidad que me brindan y aprovecho también para agradecerles a todos por las oraciones.

Me llamo Federico Pintos, soy de San Nicolás de los Arroyos, ciudad de María. Tengo 22 años, ya casi 23 en las vacaciones de invierno. Cursé jardín, primaria y secundaria en el Colegio Don Bosco de mi ciudad, el cual se convirtió en mi segunda casa. Soy el cuarto de cinco hermanos. Mi mamá es católica y mi papá es evangélico.

Cuando pienso en cómo nació todo esto de la vocación, me remonto a los primeros tiempos de mi infancia.

En mi época de comunión y confirmación, como vivía a la vuelta de la Parroquia María Auxiliadora, iba a Misa de martes a domingo. ¡No iba los lunes porque no había! 🙂 Se me hizo una linda costumbre. Fui monaguillo y de tanto ayudar ya parecía sacristán. También acompañaba al sacerdote a otras capillas a celebrar la Misa. ¡Me terminé aprendiendo la misa de memoria!

Recuerdo que cuando llegaba a mi casa mis hermanos me cargaban diciendo que yo, cuando sea grande, iba a ser “cura”. Yo les respondía que estaban locos. También, aparte de ser monaguillo, estaba en el coro de niños de la misa dominical y una vez a la semana nos juntábamos a ensayar. ¡Qué lindas épocas!

Y el tiempo fue pasando. Tomé la confirmación y, como suele suceder, dejé de ir a la Iglesia.

Cuando cursaba 2do año de Polimodal, en un encuentro de adolescentes, me surge la inquietud de ser sacerdote. Me acuerdo que lo charlé en ese momento con un sacerdote salesiano que aprecio mucho y me dijo que lo discerniera con tiempo y tranquilidad. Al mismo tiempo frecuentaba el grupo de jóvenes donde, sábado a sábado, hacíamos “Oratorio”. Los nenes y nenas iban a jugar con nosotros en el patio, le dábamos la merienda y una pequeña catequesis. A su vez, teníamos espacios de formación nosotros como animadores.

Estas pequeñas pero grandes experiencias fueron despertando en mí la inquietud y el deseo de seguir a Jesús al estilo de Don Bosco, a quien durante el tiempo de la escuela lo fui conociendo cada vez más. Don Bosco entregó su vida a Dios por y para los jóvenes, su testimonio y su vida me iban atrapando mucho y conocí a María Auxiliadora, mamá del cielo, a quien ofrecí también mi discernimiento.


En 3ero de Polimodal hice algunos retiros vocacionales. Pero al año siguiente, ya terminado la etapa del secundario, me inscribí a la carrera de contador público, la cual ya la tenía pensada desde 9° grado. Cursé sólo hasta mitad de año (2011), porque si bien tenía mi grupo de amigos de estudio con el cual me juntaba en la facultad o para estudiar, no me metí de lleno a la carrera: pensaba en todo lo relacionado a la vocación y al MJS (Movimiento Juvenil Salesiano). Entonces decidí dejar de estudiar.

Charlando con un sacerdote me envía a hacer una experiencia de voluntariado que me ayudara a continuar el discernimiento. Estuve 6 meses y regresé a mi casa familiar.

Cortando con el discernimiento vocacional, me anoto a estudiar el profesorado en educación primaria y duré muy poco, hasta el mes de octubre, cuando abandoné. Sin dar más vueltas, después de dos retiros vocacionales ese año, decidí ingresar al seminario diocesano.

En el año 2013 ingresé al Introductorio, y ahora me encuentro en 2° año de filosofía. Y es acá donde me quiero detener.

A fines de noviembre del año pasado sufrí un accidente automovilístico. Yo iba manejando y el sacerdote que iba del lado del acompañante, el Padre Luis Lobo, falleció al instante. Volvíamos a San Nicolás de una ordenación sacerdotal en San Pedro. Del accidente no me acuerdo de nada, ni siquiera qué hice el día anterior. Y todo lo que sé, lo sé porque me fueron contando de a poco. Yo sufrí varias fisuras y traumatismo de tórax y estuve muy complicado durante varios días; el parte médico era incierto.

El día del accidente, sábado 22 de noviembre, me trasladan al hospital de San Pedro porque era el más cercano. Hacen el intento de trasladarme a San Nicolás, pero al salir empiezo con hemorragia, entonces me tienen que operar de urgencia para cortarla. Fui operado en San Pedro y el lunes al mediodía me trasladan a San Nicolás, a la Clínica UOM, en una ambulancia de alta complejidad, luego de haber evaluado todos los riesgos que se podían correr.

Desde ese lunes, durante siete días, estuve en terapia sedado. Al lunes siguiente me desperté en terapia y no entendía nada. Había enfermeras y médicos rodeándome. Todos se alegraban de que yo esté con los ojos abiertos. También mi familia estuvo firme, a mi lado, en ese momento. Me habían acompañado en todo y no se fueron ni para descansar.

El día que llegué a la clínica me cuentan que era un mundo de gente, familiares y amigos, y también sacerdotes, entre ellos el Obispo. La gente de la clínica me estaba esperando con todo listo para realizar los estudios y ver qué tenía: en San Pedro no había tomógrafo, y si bien yo por fuera no presentaba complicaciones, los profesionales no sabían qué podía tener por dentro. Y así pasaron los días, mi familia y amigos ahí, muy cerca de mí y preocupados.


Otra cosa importante y que me contaron, fue que después de haber llegado a la clínica en San Nicolás y hacerme los estudios, el médico clínico le dijo a mi familia que el parte era complicado y que ellos no podían hacer nada, solo esperar. “Es cuestión de fe, yo creo, que hay que rezar” – les dijo.


Fue de Dios todo esto, porque sin dudas Dios ha estado presente en todos los detalles y personas que me han acompañado y que han rezado por mí. Hasta el día de hoy me sigo enterando de gente que rezó por mí para que se cumpla la voluntad del Padre y me salve.

Dios me ha dado una segunda vida, me regaló otra vida que quiero disfrutar al máximo. Por esto quiero devolver, con lo poco que tengo, todo el amor que Dios me brinda y que me brindaron todas las personas en ese momento y ahora aún más.

“Solo Dios basta”, nos diría Santa Teresa y en verdad que Él es lo único que necesitamos para vivir. Ofrecer nuestra vida a Dios para que nos moldee a su manera, para poder ser instrumento de su amor.

“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”, nos dice Jesús, y el padre Luis ha dado su vida por mi y ya está gozando del Paraíso y desde el cielo intercede por mí y por mi vocación. He aprendido mucho a su lado desde que entré al seminario y me ha regalado su comunidad parroquial, para que sea mi familia también.

El día antes del accidente publique en mi Facebook, una foto de perfil con la frase: “mi vida he dejado en manos de tu Vida”. Luego del accidente esta foto se propagó, junto con esa frase; se compartió por todos lados. Creo que esa simple frase dice mucho sobre lo que sucedió.

Fue mucha la gente que rezó y es por eso que estoy convencido de que la oración nos mantiene en pie y nos da la fuerza para caminar, y también nos une como hermanos e hijos de un mismo Padre que es Dios.



 
 
 
 

¡Seguimos rezando con insistencia por nuestro amigo Fede Pintos!

Posted by Oleada Joven on Domingo, 30 de noviembre de 2014

 
 
 


¡No me queda más que darle mi vida a Aquel que me la dio por segunda vez! Y tengo la certeza de que me tiene preparada una hermosa misión por la que me ha dejado en esta tierra. Me cerró las puertas del cielo por un rato, eso si, pero calculo que habrá pensado que era muy temprano para mí.

Hoy en día me encuentro feliz, en el seminario, viviendo con mis hermanos seminaristas y sacerdotes formadores. Les pido también una oración por todos ellos.

Fueron muchas cosas las que viví y quisiera compartirles, pero esto es lo más importante.

Me despido diciéndoles que sean santos y que estén alegres. Dios no nos quiere tristes, ¡¡al contrario!!

Recen por mí, mis intenciones, mi familia y amigos. También por el Padre Luis para que descanse en la paz de Dios por quien vivió su vida. ¡Yo rezo por ustedes!

¡Que Dios los bendiga y María los proteja!




Fede Pintos

 

Oleada Joven