Dios y su obra
Por tu amor infinito, Señor, me has llamado a seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo.
Luego me has confiado una misión que no se asemeja a ninguna otra, pero con los mismos objetivos de las demás: ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que continúo confundiendo dos realidades: Dios y sus obras.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes, otras más modestas; algunas nobles, otras más ordinarias.
Comprometido en la pastoral en la parroquia, entre los jóvenes, en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de la televisión y la radio, he puesto en ello todo mi ardor, utilizando todas mis capacidades.
No me he reservado nada, ni siquiera la vida.
Mientras estaba así, apasionadamente inmerso en la acción, me encontré con la derrota de la ingratitud, del rechazo a colaborar, de la incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de los superiores, de la enfermedad y la debilidad, de la falta de medios…
También me aconteció, que en pleno éxito, cuando era objeto de aprobación, de elogios y de apego para todos, fui imprevistamente removido y se me cambió de papel. Heme aquí, pues, poseído por el aturdimiento camino a tientas como en la noche oscura.
¿Por qué, Señor, me abandonas? No quiero desertar de tu obra. Debo llevar a término mi tarea, terminar la construcción de la Iglesia… ¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué le quitan su sostén? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, He oído tu respuesta, Señor: «¡Soy yo al que sigues, no a mi obra! Si lo quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién tome el puesto; es asunto mío. Debes elegirme a Mí».
Cardenal Van Thuan