Era ateo militante y se convirtió mientras investigaba al Beato Óscar Romero

miércoles, 27 de mayo de

El escritor, columnista y director ejecutivo de la Cámara de Comercio de El Salvador, Federico Hernández Aguilar, ha sido durante años un gran entusiasta de la figura del ya beato arzobispo Óscar Romero. En una entrevista con Europa Press explicó la razón: gracias a Romero, él, que era ateo militante, encontró a Jesucristo.

 

“Durante 15 años fui ateo militante. Durante mi proceso de conversión, que fue relativamente largo, decidí enfrentar los prejuicios que tenía contra la Iglesia estudiando en primer lugar la figura y el mensaje de monseñor Romero”, explicó Hernández Aguilar a la agencia de noticias española.

 

Hernández se hizo dos preguntas: “¿Qué sé (o creo saber) de monseñor Romero?” y “¿Cuáles han sido mis fuentes?”.

 

Se dio cuenta de que la imagen que tenía del arzobispo mártir “no era un retrato sino una caricatura”.

 

Decidió “conocerlo de verdad” a través de la lectura de sus homilías, diarios, cartas pastorales, entrevistas y correspondencia. Cree que, como él, muchos salvadoreños no conocían al verdadero Romero, sino a una versión muy alejada del real.

 

 

Para Hernandez, Romero no solo es “el primer beato salvadoreño” sino también “un referente universal de coherencia cristiana, como católico primero, y como salvadoreño después”.

 

“Es fácil hablar de los pobres y las víctimas cuando nadie va a calumniarte, tergiversarte o matarte por eso, pero en la época convulsa que vivió y especialmente durante los tres años en que estuvo a cargo de una Arquidiócesis igualmente dividida, hablar como él habló significaba poner la propia vida en la línea de fuego”, subraya.

 

A su parecer, se necesita “un amor muy profundo por la vocación y una valentía muy heroica” para enfrentarse a eso pero, según recuerda, monseñor Romero “tenía miedo natural a morir” y “temblaba ante la posibilidad de una muerte violenta, que presentía cercana”. Si se sobreponía era “porque veía a Cristo crucificado”.

 

“¿Puede haber ejemplo más grande de amor en un país como El Salvador de aquellos años, partido por el odio, la intransigencia y la guerra civil?”, se pregunta.

 

 

Por ejemplo, como muchos ateos y agnósticos, él pensaba que la variedad de creencias (¿un dios, muchos, cuál, por qué uno?) eran una prueba de lo absurdo de la creencia religiosa. Pero leyendo a otro ex-ateo, el escritor inglés G.K.Chesterton, entendió que el hecho de que varios discutan sobre cómo llegar a un sitio no significa que el sitio sea inexistente. “Es como si alguien concluyera que Cojutepeque no existe debido a que ochenta caminos distintos aseguran llevarnos a Cojutepeque”, escribe el salvadoreño.

 
Con Dios le pasó algo parecido a lo que pasó con Romero: el Romero real no era como el Romero imaginado. Tampoco Dios, el Dios de los cristianos, se parecía a la caricatura que él había criticado.

 

“De un ministro presbiteriano escocés, David Robertson, aprendí algo que me ha ayudado a medir el grado de ignorancia que comúnmente existe entre ateos y agnósticos sobre los aspectos más sencillos del cristianismo. “Cuando alguien me dice que no cree en Dios”, escribe Robertson, “por lo general le pido que me hable del Dios en el que no cree… Y yo termino diciéndole que, curiosamente, yo tampoco creo en ese Dios”. El resultado es previsible: la visión de muchos escépticos sobre la divinidad que niegan es tan distorsionada, tan distante de lo que el cristianismo realmente sostiene, que ni el propio creyente que les escucha podría suscribirla. No falla”, explica Fernández Aguilar.

 

Romero, además, con su ejemplo de compromiso hasta el final, ejemplifica ese compromiso que asusta a muchos tibios o incrédulos. “El problema de fondo que algunos tienen con una verdad religiosa no es la verdad misma, sino el compromiso que viene con ella. Sabemos, por experiencia propia o ajena, que los encuentros con una verdad trascendente cambian de raíz la vida y las acciones de los hombres. ¡Y le tenemos pavor a esos cambios! Comprometernos con algo que está más allá de nuestros reducidos horizontes existenciales puede producirnos un vértigo atroz”, escribió.

 

“Por mucho afecto y admiración que se les tenga a otras figuras —así sean las de quienes fundaron o dirigieron los partidos más votados en El Salvador—, nuestro obispo asesinado supera con creces a cualquiera de ellas. Detrás de las acciones de muchos grandes líderes salvadoreños hubo urgencias, valentía y hasta ideales generosos. Pero lo que hubo, y hay, tras la vida y la obra de Óscar Arnulfo Romero es un mensaje más abarcador, porque es intemporal y no le pertenecía a él, sino a Jesucristo”, concluye.

 

 

Fuente: Religión en Libertad

 

Oleada Joven