En una ocasión, el Papa recibió al Gran Rabino de Roma, dentro del marco de sus encuentros interreligiosos.
Tras la amistosa reunión, lo acompañó personalmente hasta la salida de la sala de audiencias. Se planteó un pequeño problema protocolar: el Gran Rabino insistía en que el Pontífice saliera primero. El Papa, por el contrario, indicaba cortésmente que cedía la prioridad. Como, a su vez, el Gran Rabino insistía en ceder el primer paso, Juan XXIII sentenció solemnemente y con humor:
– “¡Que pase primero el Antiguo Testamento!”