Amar a Dios, amar a los hermanos

jueves, 4 de junio de
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Si amo a Dios, ese amor es al hermano; y todo amor al hermano es en definitiva amor a Dios. Son inseparables. Van tan unidos que si bien los distinguimos no lo podemos separar.

Por eso creo que el riesgo es justamente esto: querer separar amores que van juntos. Si uno lo que pretende es amar a Dios a costa de los hermanos, a pesar de los hermanos o contra los hermanos, en realidad no ama a Dios: se ama en exceso a sí mismo y termina siendo enfermizamente autorreferencial. Si uno lo que busca es amar al hermano sin amar en el fondo a Dios, se va a encontrar con hechos aislados de bondad, cosa de “buenas personas”, chatas, efímeras, chiquitas. Cosas que son del momento, nada más. Y que no tienen por tanto ningún tipo de trascendencia.

Tampoco puede ser interesado: amo a mi hermano para quedar bien con Dios. No vale. Es de chiquitos. De poco vuelo.

Por eso, nuestra preocupación más grande tiene que ser la de poner más en énfasis en lo que le pasa al otro que lo que me pasa a mí; en lo que sufre el otro que en lo que sufro yo; en el bienestar del otro y no en mi propio bienestar. Amar es poner de relieve al otro, salir yo del centro porque el protagonista es otro. Sobre todo porque las más de las veces Dios se “viste” de necesitado. Cada vez que logro salir del centro, poner de relieve el dolor, el sufrimiento, el mal del otro, de mi hermano, es a Dios a quien estoy asistiendo y es Dios a quien estoy amando.

Y la otra cara de la moneda: no todo es amar y nada más. Es necesario dejarse amar, por Dios y por los hermanos. No somos todopoderosos, ni héroes, ni superhumanos. Somos barro que anda en libertad, y sueña y amasa vida y sufre y cae y se levanta. Necesitamos de los abrazos de otros, de sus manos, de sus hombros, de lágrimas compartidas y alegrías brindadas. Necesitamos de vez en cuando hacer la experiencia de “dejarnos cargar” en brazos de Dios y de nuestros hermanos: son parte de esos terribles y enormes gestos de humanidad que nos armonizan la vida, que se vuelven relaciones humanas y humanizantes.

Amar para ser amados; y sentirnos amados para seguir animándonos a entregar la vida por amor.


P. Sebastian Garcia

 

Oleada Joven