LA LEUCEMIA NO LE PUDO BORRAR LA SONRISA

viernes, 9 de abril de
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Tuvimos la oportunidad de conocer un joven que a pesar de tener solo veinte años, pudo demostrar en su vida la paz de Dios, la plena confianza en Él y el amor creciendo mas y mas a medida que se aumentaban los dolores y llegaba la muerte, abrazando al Salvador ante nuestros ojos en el instante de su partida de este mundo.

Héctor Luis Rodríguez, conocido por todos como “Coco”, asistió a la Iglesia en Quequén (Pcia. de Bs.As.) desde la niñez, y ya en su adolescencia comenzó como todo joven a enfrentar las luchas de la juventud. Muchas veces se vio tentado a abandonar los caminos del Señor, fluctuación que luego le entristeció haber pasado, habiendo deseado un camino de constante fidelidad al Señor. ¡Cuántos jóvenes viven así en este tiempo en las Iglesias, y cuántos cambian al Salvador y su entrega a muerte y por amor en la cruz, por un afecto, por un trabajo o diversión, luces estas que muchas veces nos parecen iluminar el objetivo de nuestras vidas y que luego comprobamos que era pura vanidad y efímera felicidad para la vida.

Pero fue justo antes del Campamento Juvenil realizado en Necochea en febrero de 1999, que Coco se dio cuenta que el motivo principal de sus fluctuaciones era que en realidad todavía no había tenido un experiencia sincera de arrepentimiento y fe en Cristo, y por lo tanto todavía no era un hijo de Dios. Sin una fe genuina en Cristo y sin la presencia del Espíritu Santo en su vida ¿cómo iba a permanecer en el camino de Dios, siendo en realidad un extraño para Él?.

Así y luego de esta experiencia de aceptar a Cristo como su Salvador y de comenzar a disfrutar la paz y la presencia de Dios en su vida, y teniendo por entonces 16 años, asistió al Campamento Juvenil en Necochea donde con gozo en el corazón aceptó la Palabra allí predicada, y se entregó al Señor para ahora obedecerle y servirle en la Iglesia.

Pero ya en el último día del Campamento, comenzó a notar la aparición de hematomas en su cuerpo y una sensación de malestar, lo que le obligó a realizarse inmediatamente estudios médicos que pronto dieron un tremendo resultado: leucemia. Por este motivo y trasladado inmediatamente a Mar del Plata estuvo en esos días cercano a la muerte. Al tiempo de esto reflexionaba Coco sobre la manera misericordiosa y oportuna con la que obró el Señor, haciéndole Su hijo antes de la noticia de su enfermedad, pues ahora podía enfrentar la muerte con confianza y seguridad eterna.

Luego de tres agobiantes años de padecimientos, y pasando muchas veces momentos de muerte, tratamientos dolorosos, perdida de su cabello y con su cuerpo tremendamente golpeado por la enfermedad, recordamos que nunca perdió la sonrisa, de gratitud al Señor, de amor al Señor y a todos sus hermanos. Llegó a ser un paciente ilustre en el Hospital Interzonal de Mar del Plata, donde fue tratado recibiendo todos los tratamientos aun los mas costosos, entregando los médicos no solo sus vidas sino también sus bienes por él

Sin duda por su testimonio fiel fue tratado en el Hospital como un “hijo del rey”, y en realidad lo era aunque tal vez pocos se dieron realmente cuenta, pero tenían en sus manos a un hijo del Dios Todopoderoso y un ciudadano del Cielo.

Finalmente el 3 de febrero de 2002 se produjo el alta completa de su enfermedad, luego de tres años en los que fuimos testigos de milagros realizados por el Señor -lo dijeron los mismos médicos- y su caso despertó la atención de todos. Entendemos que el Señor quería darle estos años para vivir y hacer frutos para la eternidad, edificar a la Iglesia con su prueba y llamar a la juventud a entregarse al Señor. Y el Señor hizo tremendas maravillas para otorgarle estos tres años.

Luego del alta definitiva vivió seis meses y sorpresivamente para nosotros, resurgió la enfermedad y con una gran virulencia. En este momento y sin duda por voluntad de Dios y no mera ocurrencia humana, sentí de comunicar y compartir la experiencia con todos los hermanos de las Iglesias, para orar y juntos glorificar a Dios, porque esta enfermedad era para gloria de Dios. Así nos mantuvimos en contacto durante seis meses, siguiendo juntos el curso de este tramo especial de la enfermedad en la que el Señor nos mostraría, no ya lo que puede hacer respecto a la enfermedad como ya lo había mostrado hasta la remisión completa, sino lo que podía hacer con un jovencito renacido enfermo: levantar un poderoso ministerio de edificación para la Iglesia.

 

 

Oleada Joven