“Dios de los Padres y Señor misericordioso, que hiciste todas las cosas con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre, para que dominara a los seres que tú creaste, para que gobernara el mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu: dame la Sabiduría, que comparte tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos.
Porque yo soy tu servidor y el hijo de tu servidora, un hombre débil y de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y las leyes; y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la Sabiduría que proviene de ti, será tenido por nada.
Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo y juez de tus hijos y de tus hijas.
Tú me ordenaste construir un Templo sobre tu santa montaña y un altar en la ciudad donde habitas, réplica del santo Tabernáculo que habías preparado desde el principio.
Contigo está la Sabiduría, que conoce tus obras y que estaba presente cuando tú hacías el mundo; ella sabe lo que es agradable a tus ojos y lo que es conforme a tus mandamientos.
Envíala desde los santos cielos, mándala desde tu trono glorioso, para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es de tu agrado: así ella, que lo sabe y lo comprende todo, me guiará atinadamente en mis empresas y me protegerá con su gloria. Entonces, mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre.
Sabiduria 9, 1-12