Cortesía y desprendimiento

viernes, 19 de junio de
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San Francisco llegó, una tarde al anochecer, a la casa de un buen hombre muy poderoso. Fue recibido por él y hospedado con el compañero con grandísima cortesía y devoción. 


Luego de haber comido, dijo aquel hombre:

– Padre, aquí me tienes a tu disposición con todas mis cosas. Y si tienen necesidad de una túnica, un manto o de cualquier otra cosa, cómprenla, que yo la pagaré. Y sepan que estoy dispuesto a proveer todas sus necesidades, ya que por gracia de Dios, puedo hacerlo.


Viendo San Francisco en él tal cortesía y afabilidad en el ofrecimiento, sintió hacia él tanto amor, que luego, después de la partida, iba diciendo a su compañero:


– En verdad que este caballero sería bueno para nuestra compañía, ya que se muestra tan agradecido y reconocido para con Dios y tan afable y cortés para con el prójimo y para con los pobres. Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las propiedades de Dios, que por cortesía da el sol y la lluvia a buenos y malos. La cortesía es hermana de la caridad, que extingue el odio y fomenta el amor. Puesto que yo he encontrado en este hombre de bien en tal grado esta virtud divina, me gustaría tenerlo por compañero. Hemos de volver, pues, algún día a su casa, para ver si Dios le toca el corazón, moviéndole a venirse con nosotros para servir a Dios. Entre tanto, nosotros rogaremos a Dios que le ponga en el corazón ese deseo y le dé la gracia de llevarlo a efecto.


Al cabo de unos días, San Francisco dijo al compañero:

– Vamos, hermano, a casa del hombre cortés, porque yo tengo esperanza cierta en Dios de que él, siendo tan cortés en las cosas temporales, se dará a sí mismo para hacerse compañero nuestro.


Fueron, y, cuando estaban ya cerca de la casa, dijo San Francisco al compañero:

– Espérame un poco, que quiero antes suplicar a Dios que haga fructuoso nuestro viaje y que esta noble presa que tratamos de arrebatar al mundo nos la quiera conceder Cristo a nosotros, pobrecillos y débiles, por la virtud de su santísima pasión.


Dicho esto, se puso en oración en un lugar donde podía ser visto de aquel hombre. Y quiso Dios que, mirando éste a una y otra parte, viera a San Francisco, que estaba en oración. Como consecuencia fue de tal manera tocado por Dios y movido a dejar el mundo, que al punto salió de su palacio, corrió con fervor de espíritu a donde San Francisco estaba en oración y, arrodillándose a sus pies con gran devoción, le rogó que tuviera a bien recibirlo. Entonces, San Francisco, en vista de que su oración había sido escuchada por Dios, se levantó con fervor y alegría de espíritu, lo abrazó y le besó devotamente, dando gracias a Dios, que había aumentado su compañía con la agregación de un tal caballero. Y decía aquel buen hombre a San Francisco:

– ¿Qué me mandas hacer, Padre mío? Aquí me tienes, dispuesto a dar a los pobres, si tú me lo mandas, todo lo que poseo y a seguir a Cristo contigo, libre así de la carga de todo lo temporal.


Así lo hizo, distribuyendo, según el consejo de San Francisco todo su haber a los pobres y entrando en la Orden, en la cual vivió en gran penitencia, santidad de vida y pureza de costumbres.



Fuente: Recursos católicos

 

Oleada Joven