Evangelio según San Juan 20,24-29

miércoles, 1 de julio de
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Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

 

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

 

Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.



Palabra de Dios



 


P. Matías Jurado sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires


 

Para algunos Tomás, el apóstol santo Tomás, podría ser considerado como el patrono de los que dudan. Sus amigos, los demás discípulos, le decían que habían visto a Jesús. Y, sin embargo, parecería que él no les creyó.

 

Pero también podría ser considerado por otros como el patrono de los concretos, a diferencia de los soñadores.

 

– No me alcanza con que me la cuenten -parece decirnos-. No me alcanza con imaginarme a un Jesús etéreo. Necesito verlo, sentirlo, palparlo yo mismo. Necesito saber que no es sólo un cuento, un espíritu, una energía, una esperanza. Yo lo conocí concreto: necesito saber que es el mismo que pasó por la cruz. El que tiene la marca de los clavos. Necesito una experiencia profunda de encuentro personal con él. Mano a mano.

 

Y algo de eso puede señalarnos este Evangelio.  No nos alcanza, no puede alcanzarnos con que nos la cuenten. Sin ese encuentro fuerte, personal con Jesús… a nuestra fe todavía puede estar faltándole cimiento.

 

Quizás Tomás dudaba. Pero no dejó de preguntarse.Quizás dudaba pero eso no lo alejó de sus compañeros de fe. Y por eso, por ser un buscador, por no abandonar su comunidad, por no alejarse del resto de los amigos de Jesús lo encuentra en su siguiente visita.

 

Es un mensaje concreto: no hay Jesús sin comunidad. Punto. Me guste o no me guste. Sea perfecta o no. Jesús no es etereo. Cuentan de un hombre que había ido durante más de 20 años a misa todos los domingos. Una vuelta se dijo:

 

– Ya no tiene sentido que vaya más. No tengo nada nuevo para aprender.

 

Y se quedó en su casa. Era invierno. Una semana más tarde, el cura llamaba a su puerta. Le abrió y, en silencio, se sentaron a matear junto al fuego. Sin hablar, el cura tomó el atizador y separó una brasa. Imperceptiblemente primero, pero evidentemente después la brasa se fue apagando. Al rato, aún sin decir nada, el cura volvió a acercar la brasa al fuego. Y ésta volvió a encenderse.


El cura se fue sin decir una palabra. Y al domingo siguiente, el hombre estaba de vuelta en la parroquia.

 

Es que es un mensaje concreto: no hay Jesús sin comunidad. La fe no puede mantenerse viva sin una comunidad.



Fuente: Radio Maria Argentina

 

 

Radio Maria Argentina